Un rincón llamado nosotros

Reanudación en pantalla

Nikolai

La sala estaba helada.

Literal y figuradamente. Luz blanca, paredes lisas, una mesa larga que brillaba como si nadie la hubiera tocado nunca. Me senté sin decir nada, con la espalda recta y los dedos cruzados sobre el regazo. No había nada que ver, así que miraba por la ventana, aunque solo se veía el reflejo opaco de nosotros. Helena caminaba de un lado a otro. Sus tacones eran un metrónomo de rabia contenida. Hasta que se detuvo.

—¿Tienes idea de todo lo que provocaste?

No respondí.

—¿En serio vas a quedarte en silencio? —continuó, esta vez con un tono más duro—. ¿Después de que saliera en todos los portales? ¿Después de que Daphne me llamara llorando? ¿Después de que tuviera que inventar otra excusa para tu desaparición?

Sus ojos ardían. No de tristeza. De frustración.

—Una noche, Nikolai. Bastaba una noche sin que hicieras estupideces para que todo siguiera en pie, pero no. Te fuiste. Te ocultaste. Y te besaste con una chica en plena calle, como si no fueras tú. Como si nadie te conociera. Como si todo lo que hemos hecho no valiera nada.

Me pasé una mano por la nuca. Apreté la mandíbula.

—¿Terminaste? —pregunté, aún sin mirarla.

—¡No, no terminé! —espetó—. Porque todavía no entiendo qué se te cruzó por la cabeza. No es solo la foto. Es el contexto. Es la identidad de esa chica. ¿Sabes lo que la gente va a pensar cuando descubran quién es?

Giré la cabeza lentamente.

—¿Y qué es lo que van a pensar, Helena? ¿Qué estuve con alguien que me hizo sentir en paz? ¿Con alguien que no necesitó luces ni flashes para mirarme como soy?

—¡Van a pensar que dejaste a una supermodelo por una chica cualquiera! —gritó—. Y sí, sí importa. Porque a ti no te firmaron por tu alma sensible, Nikolai. Te firmaron por ser la imagen que acordamos mostrar. Y esa imagen acaba de estallar.

Fruncí el ceño.

—No la llames así.

—¿Así cómo?

—“chica cualquiera”. No vuelvas a referirte a ella de esa forma —dije, lento, pero con una tensión que ya no podía ocultar—. No sabes nada de ella.

Helena entrecerró los ojos. Caminó hasta la cabecera de la mesa, como si necesitara sentirse más alta, más al mando.

—Ah, ¿no? ¿Y qué deberíamos saber? Porque lo poco que vi en esa foto me basta. Una chica sin nombre, sin redes, sin historia, besándote como si no tuvieras una carrera que proteger. ¿Quién es, Nikolai?

—No te importa.

—Claro que me importa —escupió—. ¿Vive allá? ¿Desde cuándo se conocen? ¿Estaba contigo todo este tiempo? ¿Tú sabes lo fácil que es escarbar y encontrar todo cuando uno quiere?

Me levanté. La silla raspó contra el piso, seca y fuerte. Sentí cómo se me tensaban los hombros, la mandíbula. No era solo por lo que decía. Era por cómo lo decía. Como si Selene fuera un dato, una pista, un nombre más en su juego de control.

Me hervía la sangre. No quería oír su voz mencionándola. No quería que la manoseara con sus preguntas, con ese tono venenoso que lo convertía todo en un arma. Selene no merecía estar en medio de esto. No después de todo lo que le había costado volver a confiar. No después de todo lo que me había mostrado de ella.

Y yo, idiota, la había puesto en riesgo.

Respiré hondo, intentando no ceder al impulso de romper algo.

—Por eso no te lo voy a decir.

—¿Perdón?

—No voy a darte información, ni una dirección, ni una sola pieza que puedas usar para meterle miedo. Ya he visto lo que haces con la gente cuando se vuelve un “problema” para ti.

Helena soltó una risa sin rastro de gracia.

—Eres tan ingenuo a veces.

—Y tú tan despiadada.

Se cruzó de brazos, como si quisiera contenerse, pero su tono seguía siendo punzante.

—¿Te importa tanto? ¿O es solo la novedad? Porque si es eso, se te va a pasar. Como todo lo demás.

—No. No es la novedad. Es ella.

Helena me miró con una mezcla de incredulidad y asco contenido.

—¿Qué tiene de especial?

Tuve que contener una risa amarga.
¿Cómo se explicaba a alguien así lo que no se ve a simple vista?
Selene tiene esa forma de quedarse callada y aun así decirlo todo. Esa forma de caminar, como si el mundo no la notara, pero dejara huellas igual. Tiene los ojos más dulces que he visto y una risa que a veces es tímida, a veces fuerte, pero siempre honesta. Es la única persona que se detiene a escuchar el silencio. Que no finge interés, que no adorna lo que siente. Le brillan los ojos cuando escribe. Le tiembla un poco la voz cuando algo le importa. Y aun así, tiene carácter. Tiene esa forma firme de poner límites sin levantar la voz.
Es delicada y fuerte. Preciosa sin saberlo. Brillante sin querer llamar la atención.

Aunque se lo intentara explicar, Helena nunca lo entendería. Porque para ella todo era imagen, estrategia, apariencias. Así que respiré hondo, tragué lo que quería gritar, y dije lo único que me salió:




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