Selene
Apagué la televisión. La pantalla quedó en negro, pero las imágenes seguían clavadas en mi mente. Como si se hubieran quedado pegadas por dentro, donde no había botón para detenerlas.
Daphne, sonriendo desde la pasarela. Perfecta. Brillante.
Nikolai, sentado sin flores. Con la mirada perdida en algún punto fuera de foco.
Después los cuatro saliendo juntos. Las cámaras. Los flashes. El ruido.
Negué con la cabeza, apenas. No por rabia. No por decepción. Sino por esa punzada inevitable de realidad. Esa que llega aunque intentes no verla.
Poco me había respondido los últimos días. Mensajes cortos. Espaciados. A veces una palabra. A veces solo un emoji. Pero no lo culpaba. De verdad que no. Sabía lo que era su mundo. Lo difícil que era sostener algo real en medio de tanto filtro, de tanta expectativa, de tanto escenario montado para otros.
Y aun así, aunque supiera que no era real… dolía. Aunque lo entendiera, aunque lo hubiera escuchado de su propia boca. Verlo ahí, en esa pantalla, tan lejos de lo que habíamos sido, me apretaba algo por dentro.
Porque una parte de mí quería que no doliera. Quería sostenerse en lo que sabía. Pero había otra, más pequeña, más vulnerable, que no podía evitar preguntarse qué quedaba de eso cuando el mundo lo volvía a envolver como siempre.
Como si lo nuestro solo hubiera existido en ese rincón sin cámaras. Como si todo lo demás intentara borrarlo.
El golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. Me levanté y cuando abrí, Sunny estaba allí. Con Hank a su lado.
—¿Así te vas, cariño? —preguntó Sunny, ya con los ojos enrojecidos—. ¿Sin hacer ruido? ¿Sin un último desayuno con mermelada?
Sonreí con tristeza.
—Ya es hora —murmuré.
Sunny negó con la cabeza, pero luego la asintió. Como si ambas respuestas fueran verdad.
—Solo quería abrazarte —dijo, y sin esperar más, se lanzó hacia mí—. ¡Ay, Selene! ¿Cómo se supone que voy a andar por el bar sin que alguien me frunza el ceño por no ponerle mermelada las tostadas?
Solté una risa entre lágrimas y la abracé fuerte, sintiendo cómo sus sollozos hacían vibrar su cuerpo.
—Gracias por todo —susurré—. Por el café, por los panecillos, por dejarme existir en tu rincón del mundo. Por tratarme como si siempre hubiera sido parte de esto.
—Porque lo fuiste, cariño —dijo ella, con voz temblorosa—. Y siempre vas a serlo. Siempre.
Nos separamos apenas un poco. Lo justo para ver a Hank limpiándose la nariz disimuladamente con la manga.
—Te dejaste el libro en la barra —soltó él entregándomelo.
—Gracias, Hank —respondí, con una sonrisa suave.
—Y si alguien vuelve a hacerte daño —añadió, con tono firme—, me das su nombre. O su dirección. O ambas cosas.
Sunny soltó una risita entre lágrimas.
—No le hagas caso —susurró—. Aunque… un poquito sí.
Reí bajito, sin poder evitarlo.
—Los voy a extrañar.
—Y nosotros a ti —dijo Sunny, volviendo a tomarme las manos—. Pero ve, Selene. Haz lo que tengas que hacer. Escribe lo que tengas que escribir. Y vive lo que te esté esperando. Pero si en algún momento necesitas volver el bar, el piso, los panecillos y nosotros, vamos a estar aquí.
Asentí, con los ojos llenos, el corazón apretado y las palabras atoradas.
Llegué a este lugar sin saber si iba a quedarme más de una semana. Los primeros días casi no hablaba. Me costaba soltar el abrigo, sonreír sin miedo. Pero Sunny me arropó con su calidez desde el primer momento, con esa forma suya de hacer sentir a una extraña como si siempre hubiera estado ahí.
Y Hank… Hank no hablaba mucho, pero estaba. A su modo. Con sus comentarios secos, sus miradas que decían más que las palabras. Su forma de quedarse cerca.
Y en medio de ese caos silencioso que yo traía dentro, me sentí en casa.
Pero ahora tenía que irme. No porque no quisiera quedarme, sino porque algo dentro de mí también pedía avanzar. Porque había cosas que ya no podía postergar. Porque quedarse, esta vez, significaba esconderse.
Y yo ya no quería esconderme más.
—No sé cómo despedirme —admití.
—No hace falta —dijo Sunny, acariciándome el brazo—. Solo di: hasta pronto.
El labio inferior me tembló levemente.
—Hasta pronto.
Fue entonces cuando Hank se acercó un paso más. No dijo nada al principio. Solo me rodeó brevemente con los brazos. Un abrazo corto, torpe, pero lleno de verdad.
—Voy a extrañar tus chistes malos —murmuró, sin mirarme del todo.
Solté una risa temblorosa, secándome las lágrimas con la manga del sweater.
—Y yo voy a extrañar que te rías de ellos.
Sunny se limpió las mejillas otra vez, suspirando mientras me observaba con esa mezcla de orgullo y nostalgia.
—Cuando estés lista para ir a la estación de autobuses, avísanos, ¿sí? Te llamaremos un taxi. No quiero que andes sola cargando maletas por ahí.
Editado: 30.07.2025