Nikolai
Helena apagó el televisor con más fuerza de la necesaria. El golpe seco del control remoto contra la mesa fue casi más fuerte que su voz.
—¿Se puede saber qué estabas pensando? —espetó, sin siquiera mirarme—. ¿Llevarla a casa? ¿Eres idiota?
No hablaba de mí. Su mirada fulminante estaba clavada en Daphne. Ella, que había estado de pie todo ese rato junto a la ventana, se encogió como si la hubiesen tirado de un hilo invisible.
—No había… no había más choferes disponibles —murmuró Daphne, con la voz baja—. Y no quería que se fuera sola. Solo quería ayudar.
—¡Ayudar! —Helena soltó una risa sin humor, cortante—. Lo único que hiciste fue tirar todo por la borda. ¡Todo el plan!
Se giró hacia mí como si fuera a incluirme en el ataque, pero me adelanté. Me moví un paso y mi voz sonó más firme de lo que esperaba.
—No fue culpa de Daphne. Ni de Selene.
Helena alzó una ceja. Su ceño, afilado como una grieta, se frunció aún más.
—¿Y de quién fue entonces, Nikolai? ¿De las cámaras? ¿De las flores en el camino? ¿De la lluvia? Porque parece que aquí nadie tiene responsabilidad.
—La tengo yo —respondí, sin pensarlo. Y sin arrepentirme—. Pero no vuelvas a hablarle así. Y no la culpes a ella por tener un poco de humanidad.
Helena cerró los ojos como si necesitara invocar toda la paciencia del mundo. La forma en que respiró hondo me recordó a una bomba antes de estallar.
—Muy bien —dijo finalmente, tensa—. Tendré que pensar en otra cosa. Por mientras no se presenten juntos. Ninguna aparición pública, ningún comentario, ninguna maldita declaración. ¿Quedó claro?
Me crucé de brazos, apenas conteniéndome.
—¿Y si alguien nos pregunta por qué? ¿Les digo que estamos siguiendo el manual de relaciones públicas de Helena Moore, la especialista?
Una sonrisa tiró de los labios de Daphne y se llevó el dorso de la mano a los labios, cubriéndose.
—Nikolai… —advirtió Helena, girándose lentamente hacia mí.
—No, de verdad —continué con una sonrisa cínica—. Es muy inspirador ver cómo manejas el desastre que yo provoqué. Y aun así culpas a todos menos a mí.
Su mirada fue como un filo directo al cuello.
—¿Quieres ser útil? Sam escribió una canción. Grábala. Ponte los auriculares, entra al estudio y haz algo productivo por una vez. Ya sabes cómo se llama la canción, ¿o también tengo que tarareártela?
No respondí de inmediato. Solo pensé en que sí, iba a grabar una canción. Pero no la que ella creía. Y no por Sam. Helena se volvió hacia Daphne sin esperar respuesta.
—Tú, dedícate a cumplir tu agenda. Ni una sola palabra a la prensa. Ni una.
Daphne levantó un poco la cabeza, como si hubiese recordado algo importante.
—Esta semana es la pasarela de Kimberly, ¿deberíamos ir juntos, o no?
Helena soltó un suspiro que parecía pesarle desde el alma hasta los pies.
—No lo sé. Me tiraste todo el plan por la ventana, así que necesito tiempo para pensar.
Me reí por lo bajo, negando con la cabeza.
—Ah, claro. Ella necesita tiempo y todos la entienden, pero yo pedí respirar y fue un escándalo.
Helena me miró como si pudiera partirme en dos con solo pestañear.
—Basta —cortó Helena, tajante—. Se acabó la reunión.
Tomó su bolso con movimientos secos, girándose hacia la puerta. Antes de abrirla, se volvió un segundo hacia mí:
—Acompáñame.
Asentí sin entusiasmo y me giré hacia Daphne.
—Adiós.
—Adiós —respondió ella en un tono igual de neutro, sin mirarme más que un instante.
Seguí a Helena por el pasillo alfombrado, sin apuro. Sus tacones marcaban un ritmo que me habría parecido elegante en otro contexto. Caminó hasta detenerse justo frente al mismo que la otra vez había tratado pésimo a Selene. El mismo que ahora evitaba mirarme, como si esperara volverse invisible.
Helena se paró firme frente a él.
—¿Se puede saber qué parte de “tráela sin levantar sospechas” no entendiste? ¡Pedir que la trajeran no era lo mismo que sacarla de Bakewell en el foco de todos! ¿En qué estabas pensando?
El tipo balbuceó algo. Literalmente.
—Yo pensé que... que...
—¿Qué podías actuar por cuenta propia? ¿Interrumpir su vida y meterla en un auto como si fuera un maldito paquete?
Me crucé de brazos, con una sonrisa cínica.
—La trataste como si fuera un objeto. Ojalá te hubieras atrevido conmigo.
—Nikolai —dijo Helena en seco, sin mirarme—. No.
Él me lanzó una mirada de esas que pretenden ser firmes, pero solo delatan miedo. La devolví con algo más: desdén puro.
—Ve buscando otro trabajo —agregó Helena, sin perder el ritmo—. Desde este momento, no formas parte del equipo.
Editado: 30.07.2025