Un rincón llamado nosotros

Un rostro para la nota al pie

Selene

El reloj de la entrada aún no marcaba las nueve cuando subí al último piso del edificio. No había dormido mucho, y aunque lo había intentado, las imágenes de artículos, capturas y mi rostro multiplicado en redes me habían seguido hasta el sueño. Toqué suavemente la puerta de la oficina de Liam, y él alzó la vista casi al instante.

—Pasa —invitó, dejando el móvil boca abajo sobre su escritorio—. Justo estaba por llamarte.

Cerré la puerta con cuidado y me senté frente a él. No sabía si me dolía más la tensión en los hombros o el silencio que parecía llenarlo todo.

—Hola —saludé—. ¿Está todo bien?

—¿Tú estás bien?

Liam me miró durante un par de segundos. No con enojo. No con juicio. Solo con esa mezcla de preocupación y realidad que a veces dolía más que cualquier otra cosa.

—Sí... —respondí con una sonrisa pequeña—. Solo han sido... semanas largas.

Liam asintió lentamente no del todo convencido.

—¿Dormiste algo?

—Poco, pero suficiente.

Él me miró en silencio unos segundos más. Como si quisiera asegurarse de que realmente estaba ahí, y no solo flotando en piloto automático.

—Selene —dijo con tono bajo, más suave aún—. Puedes decirme la verdad, ¿sabes? No soy solo tu jefe. También soy tu amigo. Y es evidente que no estás bien.

Bajé un poco la mirada. No porque me molestara. Sino porque me tocó justo donde más vulnerable me sentía.

—Selene —empezó, con un suspiro—. Estás en todos lados.

Tragué saliva. El nudo en el estómago parecía haberse apretado durante la noche y no tenía intención de soltarse.

—Hay artículos con tu nombre, fotos, teorías. Y ya hay personas preguntando por ti. Algunos quieren entrevistas, otros solo verte. Están llamando. Hay gente afuera.

—Lo siento —murmuré, bajando la mirada.

—No te estoy reclamando, solo estoy preocupado. Por ti. —aclaró rápido, y su tono suave me hizo alzar la vista de nuevo—. Sé que no buscaste esto. Pero también sé que va a escalar. Y rápido.

Me quedé en silencio. Jugando con una de mis uñas. Apreté los labios para no decir algo que sonara como excusa. O peor, como una súplica.

—Por eso creo que lo mejor sería que no vengas por unos días —continuó Liam—. No quiero armar un circo afuera del edificio, y tú tampoco quieres eso. ¿Cierto?

Mi pecho se hundió.

—¿Me vas a despedir? —pregunté, antes de poder frenarme. La voz me tembló un poco.

Liam negó con la cabeza.

—No, claro que no. Haces bien tu trabajo, Selene. Eso no está en duda. Pero ahora no se trata solo de lo que haces, sino de todo lo que te está rodeando. Y tú no provocaste esto, lo sé. Pero está pasando.

Asentí despacio. Sentí que las paredes estaban un poco más lejos. O que yo me estaba encogiendo.

—Solo quiero que estés bien —añadió, con más calma—. Que todo se enfríe. Que te protejas un poco también.

Quise decirle que era demasiado tarde. Que ya estaba en llamas. Pero solo asentí otra vez, tragándome la ansiedad. Mientras tanto, la voz de Zayla —la que me había dicho que me veía más feliz— no dejaba de repetirse dentro de mí.

—Puedes seguir trabajando desde casa. No te preocupes por lo demás, yo lo soluciono —dijo Liam con tono firme pero amable—. Si llega a surgir algo que realmente requiera tu presencia, te lo haré saber yo mismo. Pero por ahora mantente alejada de este caos, ¿sí?

Asentí con un nudo en la garganta.

—Gracias, Liam —murmuré, sincera.

Él se levantó sin decir nada, cruzó la pequeña distancia que nos separaba y, con cuidado, me rodeó con los brazos. No era un gesto que yo buscara seguido, pero no me aparté. Me dejé abrazar. Solo por un momento.

—Guau —bromeó, con una sonrisa contra mi cabello—. Pensé que me ibas a golpear.

Solté una risa leve, seca, pero real.

—Lo pensé —dije, encogiéndome apenas—. Pero estoy débil hoy. Te salvaste.

Liam rió también, con ese tono cálido que siempre lograba soltar un poco el aire denso.

—Ah, por cierto —agregó al separarse un poco—. Emma te manda saludos.

Emma. Su novia. La había visto un par de veces en cenas importantes o cuando visitaba de sorpresa a Liam. Tenían una relación tranquila, bonita, de esas que parecían construidas con tiempo y paciencia.

—Dale las gracias de mi parte y que también le mando saludos—dije, suave, mientras me acomodaba el bolso al hombro.

Liam asintió, caminando de nuevo hacia su escritorio.

—Cuídate, ¿sí?

Asentí levemente mientras abría la puerta.

—Tú también.

Nos despedimos con un gesto silencioso, y cuando abrí la puerta de su oficina, las miradas me golpearon como ráfagas de viento helado. Algunas eran de simple curiosidad, otras de juicio. Me apuré en llegar al elevador, bajé la cabeza. Me envolví mejor la bufanda, como si eso pudiera esconderme de algo más que el frío.

Al salir del edificio, el aire de la mañana me golpeó directo en la cara. El sol aún no salía del todo, y la luz gris lo hacía todo más ajeno. Entonces lo vi. Un auto negro estacionado al frente. Oscuro. Discreto. Esperando. Y aunque intenté no mirar, escuché el clic. El lente. Las voces bajas.




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