Un rincón llamado nosotros

Volver al pasado con un solo clic

Selene

Cerré el portátil de golpe. No fue con violencia, pero sí con una firmeza que no me esperaba. Me quedé unos segundos ahí, con las manos apoyadas sobre la tapa, como si necesitara asegurarme de que no pudiera salir nada más de esa pantalla. Respiré hondo, tragando el nudo que se me había formado desde que presioné Enviar.

Me deslicé hasta el suelo, sentándome junto a la cama con las rodillas recogidas. Mis dedos temblaban un poco. No sabía exactamente por qué lo había hecho ahora. Llevaba semanas sintiendo que ese correo tenía que salir de mí, pero nunca encontraba el momento o el valor. Y de pronto, simplemente lo escribí. Lo envié. Como si mi cuerpo se hubiera cansado de esperar que mi mente se pusiera de acuerdo. No era valentía. No del todo. Era impulso, rabia, dolor, todo lo que había estado acumulando desde que Julian volvió a aparecer en mi vida con palabras envenenadas que parecían envueltas en seda.

Y aun así sentía miedo. Miedo de lo que pudiera responderme. De las palabras que eligiera. De que encontrara la forma de herirme una vez más. Porque siempre lo hacía. Y yo lo sabía.

No escuché cuándo se abrió la puerta. Pero sentí el paso suave de mamá y su voz delicada, casi en un susurro.

—Selene, cariño ¿qué pasó?

Levanté la mirada hacia ella. Estaba con el delantal de cocina, el cabello recogido y una expresión que mezclaba preocupación y ternura.

—Le escribí a Julian —solté, como si fuera una confesión. Mi voz sonó un poco rota—. No sé por qué ahora. Solo no sé. Sentía que tenía que hacerlo. Que todavía había cosas que no que no estaban claras. O que él cree que no. O yo, no sé.

Mamá se sentó a mi lado en el suelo y me acerqué más a ella. Me abrazó, y eso fue suficiente. Porque, aunque mis palabras salieran desordenadas, su abrazo las entendía todas. Me removí un poco, inquieta. Miré hacia el portátil cerrado como si aún pudiera deshacer lo que ya había hecho.

—Quizás debería borrarlo —murmuré, incorporándome apenas.

Mamá extendió la mano con suavidad, deteniéndome con una caricia leve en el brazo. Luego, subió los dedos hasta mi cabello y los deslizó con esa ternura que siempre tenía guardada para los momentos en que yo no sabía cómo calmarme sola.

—No, Selene. Está bien. Lo que hiciste está bien —aseguró en voz baja, con una seguridad que me atravesó más de lo que esperaba—. No te lo guardaste. No seguiste fingiendo que no había nada que decir.

Volví a sentarme y ella volvió a abrazarme.

—Mamá…

—Dime, luz mía.

—Tengo miedo —susurré sintiéndome ridícula—. Y lo peor es que no debería sentir eso. Es una exageración.

—No es una exageración, Selene —dijo acariciándome el cabello—. Sentir miedo, tristeza, rabia, confusión, lo que sea que estés sintiendo, no tienes que esconderlo ni sentir que está mal. Tus emociones no son un error.

Me mordí un poco el labio. Las lágrimas no cayeron, pero las sentí ahí, latentes, detrás de los ojos.

—A veces es necesario cerrar puertas para poder avanzar —continuó, su voz como un bálsamo suave—. Aunque duela. Aunque asuste. Porque si no uno se queda atrapado. Y lo que no se cierra, sigue sangrando por dentro.

Me apoyé un poco más en ella, sintiendo su calor, su presencia tan segura.

—Y tú ya no mereces seguir sangrando por algo que no fue amor de verdad.




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