Un rincón llamado nosotros

Las grietas más viejas

Selene

—¿Puedo pasar?

Parpadeé. Sentí el frío antes que cualquier otra cosa. Estaba lloviznando, y Julian tenía el cabello más largo que la última vez, húmedo, con gotas resbalando por el borde de su chaqueta.

—¿En serio? —murmuré incrédula.

—Podemos hablar afuera si prefieres —agregó, con una sonrisa que no era real—. Aunque ahora que eres todo un rostro público, quizás no sea lo mejor. No quiero salir en las fotos como “el ex”.

Clavé la mirada en él. No respondí. Solo me hice a un lado, con un movimiento seco, y lo dejé pasar. No dije “adelante”. No dije “bienvenido”. Cerré la puerta sin siquiera mirarlo, y me apoyé en ella antes de cruzarme de brazos.

—¿De qué quieres hablar?

—Tú sabes —respondió él, como si eso lo explicara todo.

—¿Más excusas? ¿Más rodeos? ¿O vas a ilustrarme ahora con los detalles?

Julian se pasó una mano por el cabello y soltó el aire con impaciencia, como si toda la situación le pesara más de lo que valiera la pena.

—Selene, no todo gira en torno a lo que tú crees.

—¿No? —enarqué una ceja—. Adelante. Sorpréndeme.

—No exageres. Las cosas con Valery se dieron, ya. No fue una traición premeditada, simplemente… pasó. Tú estabas en tus cosas. Siempre ocupada, encerrada, distante. No ibas a las salidas...

—¿Salidas? —lo interrumpí, con una risa amarga—. ¿Las mismas salidas a las que nunca me invitaban? ¿Esas en las que mágicamente nadie se acordaba de avisarme?

Julian apretó los labios, como si quisiera frenarse, como si supiera que lo que venía no le convenía.

—Selene.

—No. No me calles. Porque tú sabías. Sabías perfectamente que no estaba enterada. Y nunca dijiste nada. Jamás te acercaste a mí para decirme “ven”. Lo permitiste. Lo alimentaste.

—No fue así —intentó, pero su voz sonaba cada vez más vacía. Más cansada.

—¿Y sabes qué es peor? —di un paso hacia él, sin quitarle la vista—. Que no siempre fue en esas malditas salidas. También se juntaban los días que yo tenía que ir a la oficina. Los mismos días en que salía temprano de tu casa y tú te quedabas. O cuando decías que estabas ocupado y luego mágicamente Valery también desaparecía. No me lo niegues, vi las conversaciones.

Su expresión cambió. No fue arrepentimiento. Fue incomodidad. El tipo de incomodidad de quien ha sido descubierto y no sabe cómo salir del agujero.

—No fue algo planificado, Selene. Las cosas con Valery se fueron dando. No busqué que pasara. Pero tú tampoco estabas, tú…

—¿Yo qué? —pregunté con un tono tan frío que hasta yo lo sentí—. ¿Yo qué, Julian? ¿Yo que me esforzaba por mantener a flote una relación sin nombre porque tú no tenías el valor de ponerle uno? ¿Yo que escribía artículos mientras tú escribías mensajes con mi mejor amiga?

Julian chasqueó la lengua y alzó la voz, más agitado:

—Claro, tú nunca haces nada, ¿no? Siempre soy yo el que arruina todo. Pero ¿y tú, Selene? ¿Alguna vez pensaste en lo insoportable que eras? Siempre tan intensa, tan encima. Siempre queriendo hablar de todo, resolverlo todo, sentirlo todo. Nunca te callabas. Nunca dejabas respirar.

Sentí el golpe directo. Pero no bajé la mirada. Aunque algo dentro de mí tembló.

—Sí, tú —siguió—. Siempre con esas estupideces románticas, queriendo que fuéramos una película. Que te mirara como si fueras el final feliz de mi historia. Que nos escribiéramos mensajes. Que saliéramos a esos cafés ridículos. Que conociera a tus padres. ¡Tú eras la que vivía con la cabeza llena de películas, Selene! No todo el mundo quiere eso. Yo no quiero eso contigo.

Me quedé callada un segundo. No por falta de palabras, sino porque algo dentro de mí, en lo más hondo, se sintió como si acabara de romperse en dos. Porque durante mucho tiempo, creí que yo era el problema por querer ser amada como en las películas. Por soñar con gestos sinceros, miradas que se queden y palabras que abracen. Como si esperar amor —del de verdad— me hiciera ingenua, ridícula o intensa.
Y tal vez lo fui. Pero no por lo que soñaba, sino por quedarme donde nunca hubo espacio para eso.

—¿Y sabes qué más? —siguió él, casi escupiendo las palabras—. Esa relación nunca se formalizó porque tú misma la convertiste en una maldita carga. Siempre queriendo más, siempre esperando algo. ¿Alguna vez pensaste en lo que yo quería?

—Tú querías a Valery.

Julian se quedó en silencio. Y ese silencio fue una respuesta más clara que cualquier palabra.

—Entonces no entiendo por qué seguiste conmigo —dije, dando un paso hacia atrás, como si al poner más distancia pudiera doler menos—. Si la querías a ella, ¿por qué volver a escribirme? ¿Por qué no decirlo de frente? ¿Sabes qué es lo peor? Que por mucho tiempo pensé más en ti que en mí. Que me adapté a tus horarios, a tus ausencias. Que traté de entender tus silencios. Te defendí incluso cuando no te lo merecías.

Su expresión se endureció, pero no dijo nada.

—Quizá sí fui intensa, Julian. Quizá sí pedí demasiado, o hablé de más, o sentí de más. Y si fue así, lo lamento. Pero lo que no puedes decir es que no pensé en ti. Porque pensé en ti todo el tiempo. Quizás hasta me olvidé de mí en el proceso.




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