Más que decidida, aunque los nervios la consumen, Helena cruza la puerta principal de Ediciones Montenegro. Desde pequeña, sus padres le enseñaron a luchar por sus sueños, y este es uno de los más grandes: convertirse en editora en jefe y trabajar al lado de Alejandro Montenegro, uno de los editores más destacados que ha conocido.
Helena no puede creer lo que ve. El impresionante lugar ante sus ojos la deja sin palabras, algo raro en una escritora. Con el corazón latiendo a mil por hora, se acerca a una recepcionista, quien, con una mirada distante, le indica que espere mientras termina una llamada.
Pocos minutos después, la misma recepcionista la llama al escritorio y, con un tono de mal humor, le pregunta:
—Hola, ¿qué necesitas? Si vienes por el puesto de editor en jefe, no pierdas tu tiempo. El señor Alejandro no contrata mujeres —dice la joven, levantándose del escritorio sin darle la oportunidad de responder.
Justo en ese momento, Helena escucha que alguien la llama a lo lejos. Es Tonio, quien se acerca rápidamente y la saluda con un beso en la mejilla.
—¡Hele! ¡Cuánto te he extrañado! Hace un mes que no nos vemos. Extraño nuestros tiempos en la universidad, cuando estábamos siempre juntos.
—Hola, Toni. Yo también te he extrañado, pero ahora somos adultos responsables y ocupados —responde ella con una sonrisa cómplice—. Dime que has venido a buscarme para llevarme a ver a Luciano. Esta señorita prácticamente me ha echado sin dejarme hablar.
—No te preocupes, Hele. Tengo algo mejor: te presentaré a Alejandro sin tener que pasar por recursos humanos —anuncia Tonio, emocionado por la oportunidad de ayudar a su amiga a cumplir su sueño.
—Toni, espera. No sé si es lo correcto...
—Hele, no podemos dejar pasar esta oportunidad. Finalmente logré que mi hermano acepte conocerte.
—¿Le hablaste de mí? —pregunta Helena, sorprendida.
—Por supuesto. Nos espera en su oficina. Le hablé muy bien de ti, así que por favor, no me hagas quedar mal —agrega Tonio, guiñándole un ojo.
—Aún pienso que no es lo correcto. Estaría pasando por encima de otros candidatos y aprovechando nuestra amistad.
—Siempre tan ética, Hele. Solo por esta vez, permítete una excepción. Nunca has hecho nada malo en tu vida; un pequeño desliz no te hará daño —bromea Tonio.
—No te burles de mí. Sabes que no me gustan estas cosas...
—¿Vas a dejar que tu sentido del deber te haga perder la oportunidad de trabajar con mi hermano? Me dijiste que era como un ídolo para ti.
—Y lo es. Hice mi tesis sobre sus trabajos. Es uno de los mejores editores del país.
—Decídete pronto. Sabes que mi hermano esta muy ocupado, y no le gustará que lo hagamos esperar —insiste Tonio.
—Está bien, Toni. Solo esta vez te haré caso. No puedo perder esta oportunidad.
Después de subir varios pisos en el ascensor y caminar por un largo pasillo, llegan a la oficina de Alejandro Montenegro. Pero Helena se paraliza por los nervios y no puede avanzar.
—Tranquila, Hele. Alejandro no te va a comer —dice Tonio, divertido por los nervios de su amiga.
—Tú mejor que nadie sabes lo que Alejandro Montenegro significa para los editores como nosotros. No te pones nervioso porque es tu hermano.
—No creas que no me intimida. A veces me siento pequeño ante él. Puede ser algo autoritario, pero no muerde. Tranquila, estoy contigo —responde Tonio, tomando la mano de su amiga antes de tocar la puerta. Al otro lado, un “adelante” frío como el hielo los invita a entrar.
Helena, con el corazón en la garganta, respira hondo y, junto con Tonio, abre la puerta.
Al entrar, se queda sin aliento. La oficina es tan impresionante como el resto de la empresa. Un majestuoso escritorio de algarrobo domina la habitación, junto a un imponente sofá de cuero negro, estanterías llenas de libros y un ventanal que ofrece una vista espectacular de la ciudad. Alejandro Montenegro está allí, de espaldas, mirando hacia el horizonte, perdido en sus pensamientos.
Con solo observar la amplitud de sus hombros y la firmeza de su postura, Helena se da cuenta de que es un hombre que dedica muchas horas al gimnasio, lo que acentúa su aire de autoridad y poder. Esto solo incrementa su nerviosismo.
—Hola, Ale —saluda Tonio—. Te presento a Helena, mi amiga de la universidad.
Alejandro se da la vuelta, y sus ojos marrones la evalúan con detenimiento. A pesar de no ser poco agraciada, su apariencia descuidada y su ropa pasada de moda no contribuyen a causar una buena impresión.
Helena, atrapada por los nervios, se queda sin palabras. Hace unos años, cuando aún estaba en la universidad, asistió a una charla que Alejandro dio, pero nunca lo había tenido tan cerca. Ahora, frente a este hombre increíblemente atractivo, su corazón late con fuerza, como nunca antes.
—Toni, sabes que no tengo todo el día. ¿Qué es lo que quieres? —pregunta Alejandro, impaciente.
—Helena, ¿qué te pasa? —le susurra Tonio, dándole un leve codazo para que reaccione—. Di algo, al menos.
—Lo... lo siento, señor Montenegro. Estoy muy nerviosa —responde ella, con la voz temblorosa.
—Perdónala, Ale. Eres un ídolo para Helena. ¿Sabías que hizo su tesis sobre tu trabajo? Es tan buena como tú.
—Mira, Toni, si estás exagerando para que le dé el trabajo, olvídalo. Sabes que no acepto mujeres en mi equipo.
—Solo escúchala y revisa su currículum. Helena se graduó con honores.
—¿Escucharla? Si no ha dicho una palabra desde que entró —responde Alejandro, molesto. Odia que le hagan perder el tiempo, y más aún cuando se trata de alguien que cree que, por ser amiga de su hermano, tiene el puesto asegurado—. Dudo que alguien que se graduó con honores recurra a esta jugada sucia para conseguir un trabajo en la empresa.
—¿Jugada sucia? —Helena finalmente reacciona ante las palabras de Alejandro.
—Sí, señorita. Alguien que se gradúa con honores no necesita usar contactos —le dice con desdén—. Y tú, Toni, la próxima vez elige mejor a tus amistades. No te das cuenta de que solo te está utilizando.