Un secretario muy especial.

Capítulo ocho :

Helena despierta al día siguiente con el sonido insistente del teléfono. Es Tony. En su tono animado, le informa que pasará a buscarla en media hora para almorzar en la mansión Montenegro y empezar con el plan de su abuela.

Al llegar a la imponente mansión, Helena desciende del auto con los ojos deslumbrados. No puede dejar de admirar el lujo y el esplendor del lugar. ¿Algún día podrá aspirar a tener algo así?

—No puedo creer que hayas aceptado —dice Tony, sonriendo con incredulidad. Para él, es una jugada inesperada, algo que jamás habría imaginado que Helena haría. Pero aquí está, impulsada por su ambición de ser editora en jefe y la necesidad de darle una lección a su hermano. Solo espera que el almuerzo transcurra en paz, por el bien de Lucía.

—No tenía otra opción, Tony. Si quiero ser editora en jefe, este es el único camino que me queda —responde Helena, aún sin poder asimilar lo que está a punto de hacer.

—Lo entiendo, Hele, pero prepárate, porque te esperan días intensos. Tendrás que entrenar duro para convencer a todos de que eres un hombre, o Alejandro te descubrirá en un abrir y cerrar de ojos —advierte Tony, entre risas.

—Esto es una completa locura…

—Lo es, pero será una locura muy divertida. Ah, y debo advertirte otra cosa, Hele… No solo almorzaremos con la abuela. Mis hermanos también estarán presentes, así que espero que podamos mantener la paz —agrega Tony, con un tono de preocupación.

—De mi parte no habrá problema, pero que no me busquen, porque si lo hacen, me encontrarán —responde Helena, con determinación.

—No te preocupes, no creo que Alejandro se atreva a faltarte el respeto frente a la abuela.

—Alejandro es capaz de cualquier cosa... —murmura, recordando los mensajes que había recibido la noche anterior.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Tony, frunciendo el ceño.

—Anoche, Alejandro le escribió a Butterfly —confiesa Helena.

—¿Qué? ¿Alejandro le escribió a Butterfly? Está más desesperado de lo que pensaba. Nunca lo había visto actuar así. ¿Qué te dijo?

—Que haría lo que fuera necesario para trabajar conmigo —contesta, encogiéndose de hombros.

—Vaya, eso sí que es inesperado. Al parecer, no solo le intriga la identidad de Butterfly, sino que también reconoce tu talento y no quiere perder la oportunidad de trabajar contigo.

—Qué irónico, ¿no crees? Mi mayor sueño siempre ha sido trabajar con Alejandro, pero él desprecia a Helena. Mientras tanto, Butterfly no quiere trabajar con él, y él está desesperado por ganarse su confianza. Si supiera que ambas somos la misma persona...

Cuando ingresan a la mansión, Helena no puede evitar sentirse abrumada por la opulencia del lugar. Al llegar al comedor, ve que todos los miembros de la familia ya están sentados, incluidos Luciano y Alejandro. Este último no deja de mirarla con una mezcla de sorpresa y molestia.

Lucía se levanta de su silla con una sonrisa y camina hacia Helena para abrazarla afectuosamente.

—Hola, querida, no sabes cuánto me alegra que aceptaras mi invitación —dice Lucía, guiñándole un ojo.

—Gracias por invitarme, señora. Es un honor para mí estar aquí —responde Helena, sintiendo el peso del momento. Jamás imaginó tener la oportunidad de compartir una mesa con alguien tan influyente como Lucía Montenegro.

—Siéntate, por favor. Hay un lugar junto a Tony para ti —indica la anciana, y Helena toma asiento. El problema es que está justo frente a Alejandro, quien continúa observándola, con su mirada cargada de desdén.

—Luciano, Alejandro, saluden a Helena —ordena Lucía. Los dos hombres la saludan con visible desinterés, solo por respeto a su abuela. A regañadientes, parece que no les queda más remedio que tolerar su presencia.

El almuerzo avanza sin mayores sobresaltos, centrado en charlas triviales sobre la salud de Lucía y los nuevos proyectos editoriales. Los hermanos Montenegro ignoran a Helena, que ha permanecido en silencio desde que se sentó. Pero la tensión en el aire es palpable.

Al llegar el postre, Lucía da un giro inesperado a la conversación.

—Luciano, Alejandro, quería informarles que ya he encontrado al editor en jefe perfecto para Ediciones Montenegro —anuncia con serenidad. Los nietos la miran con sorpresa, y luego sus ojos se desvían hacia Helena, quien comienza a sentirse inquieta bajo el peso de sus miradas.

—No sé en qué están pensando —continúa Lucía, adivinando sus pensamientos—, pero Helena no es la persona que he elegido.

Alejandro exhala aliviado, como si se hubiera librado de una carga insoportable.

—¿Y quién será, abuela? —pregunta Alejandro, con genuina curiosidad.

—Su nombre es Martín Gutiérrez —responde Lucía—. Lo conocerán en unos días. Es un joven brillante, y estoy segura de que les caerá tan bien como a mí.

—Está bien, abuela, aceptaré a cualquiera que venga de ti. Menos a ella —agrega Alejandro, lanzándole una mirada fulminante a Helena. Pero esta vez, Helena no lo deja pasar. La sangre le hierve.

—¿Qué problema tienes conmigo, Alejandro? —pregunta Helena, clavándole la mirada—. No me conoces. No tienes derecho a juzgarme.

—No necesito conocerte para saber lo que pienso de ti —responde Alejandro con frialdad, y sus palabras impregnadas de desprecio—. Y no sé qué haces aquí, en un almuerzo familiar.

—Yo la invité, Alejandro —interviene Lucía, con firmeza—. Y tendrás que acostumbrarte a ella, porque a partir de ahora, Helena será como una nieta más para mí. Podrá venir a esta casa cuando lo desee.

Alejandro la mira con furia contenida, sus labios tensos.

—Haz lo que quieras, abuela, pero no me obligues a soportar su presencia —responde con veneno.

Eso es suficiente para Helena. Está a punto de levantarse y decirle todo lo que piensa, pero Tony la sujeta del brazo, intentando calmarla. Aun así, el enojo se refleja en su rostro.

—¿Tienes algo que decir, Helena González? —provoca Alejandro, mirándola fijamente, con un desafío en sus ojos oscuros.




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