Un secretario muy especial.

Capítulo diez :

Los hermanos Montenegro miran a Martín con desdén, incapaces de creer lo que ven: un joven delgado, con facciones suaves y casi femeninas. Además, no ha dicho una sola palabra desde que entró en la sala de juntas.

—¿Este es el editor en jefe que elegiste, abuela? —pregunta Alejandro, molesto. Helena abre los ojos sorprendida; quisiera abofetearlo y hacerle tragar sus palabras, pero debe contenerse. Si pierde el control, arriesgará todo el plan.

—Alejandro, ten más respeto por Martín, apenas lo conoces —dice Tony, irritado. No puede creer que Helena tenga razón: su hermano se ha vuelto un amargado insoportable.

—¿Por qué lo defiendes, Tony? ¿Es otro de tus amigos que intentas meter en la empresa? —Alejandro lo desafía, encendiendo la tensión entre ambos.

—No voy a permitir que sigas metiéndote con Helena. Si continúas, me conocerás de verdad.

—¿De verdad te pelearías conmigo, tu propio hermano, por una mujer? —pregunta Alejandro, incrédulo. Jamás había visto a Tony tan dispuesto a defender a alguien.

—Helena no es solo una mujer, es mi mejor amiga. Y no voy a tolerar que la sigas acusando injustamente.

—¡Ya basta! —interrumpe Lucía, cansada de la discusión—. Parecen niños peleando por un juguete. Martín, por favor, preséntate.

Helena, con el corazón acelerado, siente la presión de la situación. Intenta calmarse mientras escucha la voz firme de la anciana. Después de un instante de vacilación, toma aire y responde con un hilo de voz:

—Hola... Soy Martín Gutiérrez, tengo 25 años, estudié edición y mi sueño es trabajar en Ediciones Montenegro. Será un placer colaborar con ustedes.

—Bienvenido, Martín —dice Tony, levantándose para darle una palmada en el hombro, transmitiendo camaradería.

—Gracias, señor Montenegro —responde Helena, incómoda y con un deseo creciente de huir. Por un momento, duda si aceptar este plan fue un error.

—Llámame Tony, como todos —añade él con una sonrisa que, aunque pequeña, le da a Helena un respiro, sabiendo que al menos cuenta con su apoyo.

Alejandro se levanta de repente y, con una expresión enigmática, extiende su mano hacia ella. Helena, con el corazón palpitando rápido, corresponde el gesto.

—Bienvenido, Martín —dice Alejandro—. Si la abuela te ha recomendado, será por algo. Estoy seguro de que haremos un buen equipo.

Helena apenas puede creer lo que oye. Que Alejandro la acepte tan rápidamente no estaba en sus cálculos.

—Gracias por su apoyo, señor Montenegro. Estoy segura de que seremos un gran equipo —responde con la mayor serenidad posible, aunque por dentro sigue desconcertada.

—Llámame Alejandro —corrige él, volviendo a su asiento mientras juguetea distraído con la silla.

Entonces, Luciano se acerca con una sonrisa socarrona.

—Soy Luciano, el menor. Espero que no seas tan aburrido como mis hermanos. Tú y yo deberíamos salir de fiesta, seguro que lo pasamos bien —le susurra al oído, provocándole una incomodidad que Helena se esfuerza en disimular.

—Deja de fastidiarlo, Luciano —interviene Lucía, tajante—. Martín está aquí para trabajar, no para salir de fiesta contigo.

—Tranquila, abuela, solo era una broma —responde, sonriendo mientras vuelve a su asiento.

—Muy bien, Martín —dice Lucía, retomando su tono autoritario—. Desde ahora ocuparás el lugar junto a Alejandro. Siéntate, por favor.

Helena asiente y, con determinación, toma su lugar. La conversación vuelve a centrarse en los asuntos importantes.

—¿Qué avances han hecho con Butterfly? —pregunta Lucía, dirigiéndose a Alejandro con seriedad.

Alejandro suspira, frustrado:

—Esa mujer es más complicada de lo que pensaba, abuela.

—¿Butterfly es una mujer? —pregunta Luciano, intrigado—. Lo imaginaba. Solo una mujer puede escribir con tanta emoción.

—Oye, yo también escribo romance, y soy hombre —bromea Tony, lanzando una mirada rápida a Helena, que intenta disimular su nerviosismo desgarrando un pedazo de papel entre sus manos.

Alejandro se recuesta en su silla, con la mirada fija en su abuela. El ambiente en la sala de juntas está cargado de tensión.

—Alejandro, debemos asegurarnos de que Butterfly firme con nosotros. Si otra editorial se queda con su trilogía, estaremos en una situación muy delicada —dice Lucía con tono firme, dejando claro que no acepta excusas.

Alejandro suspira, visiblemente preocupado.

—Lo sé, abuela. Pero necesito tiempo. Tengo que conocerla mejor… y para eso necesitaré la ayuda de Helena.

Al oír ese nombre, Helena —quien continúa con su papel de Martín— siente que todas las miradas se posan sobre ella. Tony, sentado a su lado, nota su nerviosismo y la reconforta con un suave apretón de manos bajo la mesa. Ese pequeño gesto la ayuda a mantenerse en control.

—¿Helena? —finge sorpresa Lucía, aunque sus ojos brillan con un destello calculador—. ¿Qué tiene que ver Helena con todo esto?

—Helena es la mejor amiga de Butterfly —responde Alejandro con seguridad, sabiendo que está jugando una carta importante, aunque aún no esté seguro de cómo explotarla.

Lucía esboza una sonrisa apenas perceptible, claramente complacida con la revelación.

—No tenía idea —dice, fingiendo asombro—. Parece que esa chica tiene más talento del que pensaba.

—Si tú lo dices... —murmura Alejandro, aún con cierto desdén.

Lucía, sin perder su compostura habitual, se pone de pie, señalando que la reunión ha terminado.

—Creo que por hoy hemos hablado lo suficiente. Alejandro, Tony, cuiden de que Martín se sienta cómodo en la empresa. Y, Alejandro, por favor, trata de no ser tan duro con él.

—No prometo nada, abuela. Sabes cómo manejo mis asuntos, y cuando me haga cargo oficialmente, mis reglas serán aún más estrictas. Pero por ti, haré una excepción —responde Alejandro con una media sonrisa, aunque hay un leve brillo de desafío en su mirada.

Lucía le acaricia la mejilla con un cariño distante y sale de la sala, dejando a los hermanos y a Helena solos.




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