Un secretario muy especial.

Capitulo dieciséis:

La semana ha sido intensa. Martín y Alejandro han estado a tope: entrevistas con nuevos autores, campañas de marketing y presentaciones de libros. Uno de los momentos destacados ha sido el bello poemario de Micaela, que ha dejado al público completamente cautivado.

Es curioso pensar en Micaela… Hace solo unos días, Helena la veía como una amenaza, y ahora todo ha cambiado. Se siente a gusto con ella, y mientras organizan el cumpleaños de Lucía, se conocen más profundamente, forjando una creciente amistad.

Desde la tregua entre Helena y Alejandro, no han vuelto a verse ni a comunicarse. Sin embargo, Alejandro sigue insistiendo en trabajar con Butterfly, algo que Helena tendrá que hablar con Lucía, ya que le prometió ayudarlo a acercarse a ella.

Un nuevo día comienza en Ediciones Montenegro. Hoy el ambiente es más relajado, con solo tareas de oficina. Martín está concentrado en su escritorio, revisando los manuscritos que han llegado, cuando un empleado irrumpe en su oficina sin tocar la puerta, visiblemente furioso.

—Escucha, Martín Gutiérrez. No sé qué te crees. Llevas un mes aquí y ya quieres mandarnos a todos. El único jefe en esta empresa es Alejandro, no puedes aprovecharte de su amistad para que hagamos tu trabajo —le espeta el empleado, claramente indignado. Aunque algunos lo rechazan, la mayoría de sus compañeros están de su lado.

—Hola, Tomás. Ese informe debiste entregarlo ayer, no me culpes por tu irresponsabilidad. El mismo Alejandro te lo pidió, yo solo sigo órdenes.

—No te creo. Ni siquiera eres el editor en jefe y ya te crees con poder. Te aseguro que no te saldrás con la tuya —gruñe el empleado antes de salir, cerrando la puerta de un portazo. Martín siente que se avecinan problemas, pero una llamada de Alejandro lo saca de sus pensamientos.

Martín sale de su oficina y se dirige a la sala de juntas, donde se encuentran Tony, Lucía, Alejandro y Micaela. Luciano sigue de vacaciones, y no ha regresado.

—¡Qué alegría verla, señora Lucía! —saluda Martín con una sonrisa.

—Gracias, muchacho. Siempre tan atento —responde Lucía, amablemente.

—Abuela, ¿qué haces aquí? —pregunta Alejandro, extrañado por su visita.

—Alejandro, ¿acaso necesito una razón para venir a mi propia empresa? —le responde ella con una sonrisa cálida.

—Claro que no, abuela.

—Luciano aún no ha regresado de sus vacaciones —comenta Lucía, visiblemente molesta—. Ese chico me va a sacar canas verdes.

—¡Hola a todos! Creo que escuché mi nombre… ¿me extrañaban? —dice Luciano, entrando en la sala de juntas y sorprendiendo a todos. Se acerca a su abuela y le llena la mejilla de besos, ganándose rápidamente su perdón.

—¿De verdad crees que con unos besos vas a solucionar esto, Luciano? —pregunta Lucía, medio seria, medio divertida. Aunque se hace llamar la oveja negra de la familia, es el más sensible y cariñoso de los tres hermanos, y el que más sufrió tras la muerte de su madre.

—Sé que sí, abuelita. Te extrañé muchísimo.

—Ya, ya, siéntate, que estamos en medio de algo importante —dice Lucía. Luciano está a punto de sentarse cuando se da cuenta de que una mujer increíblemente hermosa está al otro lado de la sala. Queda completamente fascinado, incapaz de apartar la vista de ella.

—Abuela, ¿no me presentarás a tu invitada? —pregunta sin dejar de observar a Micaela, quien se siente halagada por su reacción. Nunca imaginó que Luciano no la reconocería.

—No sé si mi invitada quiera ser presentada… no confío en ti cuando se trata de mujeres —responde Lucía, con una sonrisa cómplice.

—Abuela, no digas eso. No me hagas quedar mal frente a esta hermosa mujer —protesta Luciano, mientras Micaela se echa a reír, captando por completo su atención.

—¿Te estás riendo de mí? —pregunta, sorprendido pero embelesado por su risa.

—Me río de ti, Luciano, porque no puedo creer que no me reconozcas.

Luciano abre los ojos con incredulidad.

—¿Nos conocemos? —pregunta, mientras todos en la sala estallan en risas.

—Por supuesto que nos conocemos. Éramos amigos de juegos hasta que me enamoré de ti, y tú me rechazaste por ser fea —dice Micaela, aún divertida.

—No puede ser… ¿eres tú? —exclama él, completamente sorprendido.

—Micaela Sánchez, a tu servicio.

—No puedo creerlo… ¿alguna vez pensé que eras fea?

—Sí, y me lo dijiste para que me desilusionara de ti. Pero crecí y aprendí a quererme tal como soy, sin importar lo que piensen los demás —confiesa Micaela, con una mezcla de humor y determinación. Nunca permitiría que Luciano la hiriera de nuevo.

—Lo siento…

—Olvídalo, Luciano, eso quedó en el pasado. Ahora estoy aquí por negocios.

—Bueno, basta de presentaciones —interviene Lucía—. Necesitamos fijar la fecha para la ascensión de Alejandro, unos días después de mi cumpleaños.

Tras varios minutos de conversación familiar, Lucía se queda a solas con Alejandro en la sala de juntas. Aunque había venido a disfrutar de la compañía familiar, su visita tiene un propósito más serio. Su cumpleaños se acerca, y Alejandro aún no le ha presentado a una mujer con la que planee casarse.

Alejandro sirve café para ambos y se sienta frente a su abuela.

—Abuela, ahora que estamos solos, dime cuál es la verdadera razón de tu visita —pregunta, sabiendo que algo más importante se avecina.

Lucía suspira, consciente de lo perspicaz que es su nieto.

—Alejandro, tenemos que hablar. Mi cumpleaños está a la vuelta de la esquina y aún no me has presentado a la mujer con la que vas a casarte —Alejandro no se sorprende, ya lo veía venir.

—Abuela, sabes que no quiero casarme… Aún no he encontrado a nadie, y es muy pronto para tomar esa decisión.

—No te preocupes, querido. Yo ya he elegido por ti. Es una buena mujer, y sé que aprenderás a quererla.

—¿Qué? ¡Abuela, no puedes hacer eso! —protesta, poniéndose de pie con frustración.

—¿No tienes curiosidad por saber quién es ella? —pregunta Lucía, con una sonrisa enigmática. Alejandro tiene una sospecha, pero no quiere oír la respuesta.




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