Un secretario muy especial.

Capitulo diecisiete:

—¿Abuela... hablas en serio? ¿Qué hizo esa mujer para que la veas así?, se te metió hasta por los ojos! —pregunta Alejandro, frustrado y molesto, incapaz de creer la actitud de su abuela. Nunca había sido tan impulsiva en sus decisiones.

—¿Te parece poco que me salvó la vida? Si no fuera por ella, no estaríamos teniendo esta conversación —Lucía lo mira directamente a los ojos, notando la confusión en su nieto mayor. Sabe que, aunque él lo niegue, Helena no le es indiferente.

—Lo sé, abuela, y se lo agradecí, pero de ahí a casarme con ella... hay un gran abismo —Alejandro camina nervioso por toda la oficina, incapaz de ocultar su agitación.

—¿Por qué no quieres casarte con ella? Es bonita, es una buena mujer, con carácter... Ideal para ti, que no soportas a las mujeres débiles.

—Abuela, ella no es bonita. Y aunque no soy superficial como Luciano, Helena no me parece atractiva en absoluto —afirma, aunque, en el fondo, sabe que hay algo en ella que lo atrae inexplicablemente. Sin embargo, su abuela jamás debe enterarse.

—Solo necesita un cambio de imagen. Te aseguro que Mica y yo haremos maravillas con ella —responde Lucía, esbozando una sonrisa, lo que solo consigue que Alejandro se altere aún más.

—¿Helena sabe de esto? ¿Es un plan que ustedes dos idearon? ¡Lo sabía! Se hizo la víctima para que le pidiera perdón y firmáramos una tregua.

—Te equivocas, Helena no sabe nada de esto. Pero hay algo que sí debes saber, y no estoy segura de si debería decírtelo... —Lucía titubea—. No quiero que la lastimes.

—¿Qué cosa, abuela? —Alejandro la mira con curiosidad, sorprendido.

—A pesar de tus desprecios y todas las peleas, Helena se ha enamorado de ti —confiesa Lucía, dejando a Alejandro atónito. Jamás hubiera imaginado que algo así podría ser cierto. ¿Helena, enamorada de él? Imposible... Seguramente es solo otro plan de su abuela.

—¿Abuela, de verdad esperas que crea semejante tontería? —exclama, negando con la cabeza—. Jamás creería que Helena tiene sentimientos por mí.

—¿Por qué es una tontería, Alejandro? Aunque hace poco que la conozco, puedo ver lo transparente que es. No te das cuenta de lo que siente porque eres un ciego.

—Esto es solo una estrategia tuya para que me case con ella. Pero te aseguro que no lo lograrás. Preferiría casarme con la misma Lilibeth antes que con Helena —confiesa, su frustración evidente.

—¿Por qué odias tanto a esa muchacha? Nunca te ha hecho daño —Lucía lo mira con desaprobación, empezando a dudar de su propio juicio sobre su nieto.

—No la odio, abuela. Simplemente no siento nada por ella, y estoy seguro de que jamás me enamoraré de una mujer como Helena —en ese momento, la puerta de la sala de juntas se abre y Martín entra. Ha escuchado las últimas palabras de Alejandro, y aunque su corazón se rompe, se esfuerza por mantener la compostura.

—Alejandro, el señor Ramírez está en el teléfono. Quiere hablar contigo —dice Martín, acercándose para entregarle su teléfono.

Alejandro lo mira y percibe tristeza en sus ojos, una vulnerabilidad que nunca había notado antes.

—Gracias, Martín. ¿Estás bien? —pregunta, preocupado.

—Sí, solo un poco cansado —responde Martín, evitando mostrar sus emociones.

—Cuando puedas, ven a mi oficina. Necesito hablar contigo —le dice Alejandro antes de salir de la sala, dejando a Lucía y Helena solas. La anciana se acerca a la joven al ver las lágrimas correr por sus mejillas.

—Ya, mi niña... No llores. No deberías haber escuchado esas palabras —dice Lucía con ternura, secando sus lágrimas.

—Lucía, siempre supe que todo esto era una locura. Desde ser Martín Gutiérrez hasta cambiar mi imagen para enamorar a Alejandro... Todo es una locura. Ya no quiero seguir con esto —confiesa Helena, haciendo que Lucía la mire con sorpresa.

—¿Estás diciendo que... ya no quieres ser más Martín Gutiérrez?

—Es lo mejor, Lucía. Necesito alejarme de Alejandro. Es la única forma de olvidarme de él y no salir lastimada.

—Mi niña, lo siento tanto por haberte metido en esto. Si hubiera sabido de tus sentimientos, jamás te habría pedido que lo hicieras —dice la anciana, dolida por el sufrimiento de Helena.

—No es tu culpa. Yo acepté seguir adelante, pero siento que Alejandro pronto descubrirá la verdad... y prefiero que sepa que soy Butterfly antes que Martín Gutiérrez.

En ese momento, la puerta se abre de nuevo y Micaela entra, seguida de Tony. Ambos han escuchado lo que acaba de confesar Helena.

—¿Qué? —pregunta Micaela, sorprendida—. ¿Martín... eres Helena? ¿Y Helena... eres Butterfly? ¡No entiendo nada!

—Mica, por favor, prométeme que no dirás nada —le ruega Lucía, preocupada por la situación.

—Claro, madrina, cuentan conmigo... Pero, ¿por qué estás llorando? —pregunta Micaela, acercándose para abrazar a Helena.

—Escuchó que Alejandro dijo que jamás se enamoraría de una mujer como ella —añade Lucía—. Pero yo sé que no es cierto. Conozco a mi nieto, y no le eres indiferente.

—Helena, mañana tienes el día libre. Vamos de compras y luego pasamos por una peluquería. Quiero ver si Alejandro puede resistirse a tu transformación —sugiere Micaela, con determinación.

—Siempre supe que era bonita —interviene Tony—, pero su inseguridad no la deja verlo.

—Tranquilo, Tony. Sé por lo que está pasando, pero te aseguro que un cambio de imagen hará maravillas por su seguridad —dice Micaela.

—¿De verdad crees que puedo verme bonita? —pregunta Helena, angustiada.

—Helena, Tony tiene razón. Eres muy bella, solo que no sabes cómo sacar lo mejor de ti. Y no lo creo, estoy segura. Yo te ayudaré. Pero a cambio, me contarás cómo terminaste siendo Martín y Butterfly —responde Micaela con una sonrisa, logrando que Helena se sienta un poco mejor. En ese momento, su teléfono suena: es Alejandro.

—Es Alejandro...–dice con su voz apagada.

—Ve con él, mi niña. Y piensa bien en si quieres dejar de ser Martín Gutiérrez. Nadie te presionará si no quieres seguir con esto —le dice Lucía.




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