A la mañana siguiente, Helena se despierta con un terrible dolor de cabeza, producto del alcohol ingerido la noche anterior, y una llamada entrante en su celular que no deja de sonar. Aunque no reconoce el número, decide atender la llamada:
–Hola, querida Helena –saluda Micaela del otro lado del teléfono, sorprendiéndola–. ¿A que no esperabas mi llamada, verdad? –exclama con la amabilidad que la caracteriza.
–La verdad es que no... Buenos días, Mica.
–Perdona si te he despertado. Me dijo Tony que anoche tuvieron noche de “chicos” para ahogar las penas –añade, riéndose.
–Sí, y por poco me quedo dormida para ir a trabajar. Gracias por llamarme –le agradece Helena, levantándose de la cama para comenzar a cambiarse y personalizarse como Martín.
–Espera, Helena. Por orden de mi madrina, hoy no tienes que ir a trabajar.
–¿Cómo? –pregunta incrédula.
–Tranquila, Tony se encargará de hablar con Alejandro y le dirá que tienes un terrible dolor de cabeza, producto de la resaca.
–Pero... no entiendo, Mica. ¿Qué sucede? –Micaela está actuando muy misteriosa y debe averiguar qué pasa.
–No puedo decirte más. En media hora pasaremos por ti, mi madrina y yo. ¿Es tiempo suficiente para que te vistas?
–Claro que sí. ¿Sucede algo malo? –vuelve a preguntar preocupada, quizá pasó algo en la familia Montenegro o, peor aún, la señora Lucía podría haberse sentido mal otra vez...–. ¿Lucía está bien?
–Mi madrina está muy bien, Helena, ansiosa por verte. En pocos días es su cumpleaños y quiere darte a ti una sorpresa –confiesa la joven para no preocuparla de más.
–¿Una sorpresa para mí? ¿Por qué? –exclama confundida. ¿Qué está pasando aquí?, se pregunta.
–Solo te dije eso para que no te preocuparas por mi madrina. En unos minutos sabrás todo lo demás. Voy a cortar la llamada para que tengas tiempo de vestirte. Nos vemos en un rato, hermosa –la saluda Mica con ese mismo cariño que tiene para toda su gente; aunque Helena no lo sepa, ya es una más.
Como prometió, media hora después, el auto de Micaela estaciona frente al departamento de Helena, y ella rápidamente baja las escaleras para ingresar al vehículo y encontrarse con Lucía y Micaela en su interior. Cuando ve a la anciana, se pone muy contenta, pues por un momento había pensado que había vuelto a sentirse mal.
–Buenos días, Lucía –saluda Helena con todo el amor que siente por la abuela de Tony.
–Buenos días, mi pequeña. ¿Estás preparada para ir de compras con nosotras? –exclama Lucía, sorprendiendo a Helena, quien abre los ojos, mirándola con incredulidad.
–¿De compras?
–Sí, Hele, ¿acaso no recuerdas que dije que te ayudaría a ir por un cambio de imagen y casarte con mi nieto?
–¿Casarme con su nieto? Lucía... no se puede obligar a alguien a casarse sin amor –confiesa con sinceridad–. Alejandro jamás me amará.
–Jamás obligaría a alguien a hacer algo que no quiere, y mucho menos a ninguno de mis nietos, que son la luz de mis ojos. Simplemente, con este cambio de imagen, haré que Alejandro termine de enamorarse de ti.
–¿Termine de enamorarse de mí? Alejandro me odia, Lucía.
–¿De dónde sacas eso? Mi nieto es incapaz de odiar a alguien, solo que no le caes bien, pero puedo ver más allá de ese sentimiento. Conozco a Alejandro lo suficiente como para saber que algo siente por ti, pero quizás ni él se ha dado cuenta de eso. Este cambio de imagen, y otra cosita que tengo preparada, hará que abra los ojos y el corazón a ese sentimiento.
–¿Otra cosita? Ya me está dando miedo, Lucía –exclama Helena, sin poder entender nada de lo que dice la anciana.
–Tú no te preocupes por nada, déjalo en mis manos. Muy pronto, Alejandro y tú pasarán por el altar –añade Lucía con una hermosa sonrisa. Todo esto le parece extraño, pero si es verdad que puede ayudarla a que Alejandro se fije en ella, será la mujer más feliz del mundo.
Durante las siguientes dos horas, las mujeres se dedican a ir de compras a los lugares más exclusivos, sitios que Helena, por el momento, no podría frecuentar. A pesar de ser tan reconocida como Butterfly, no podría comprar en lugares como estos.
En esas horas juntas, descubre que Micaela tiene un sentido de la moda impresionante, y cada prenda que le hace probar le queda magnífica, logrando resaltar su increíble cuerpo sin ser vulgar.
–Dios mío, estás bellísima, Helena. ¿Ves lo que puede hacer saber comprar la ropa adecuada para tu cuerpo? –acota Mica, orgullosa del cambio que está logrando en su amiga, no solo de imagen, sino de actitud y seguridad, y ahora falta algo más, del que disfrutaremos las tres.
–¿A dónde iremos? –pregunta Helena, mirándola a los ojos.
–Iremos a un spa y salón de belleza; nos tomaremos una tarde para nosotras, una salida de chicas –responde Mica con una hermosa sonrisa en los labios.
Al salir del lugar, con varias bolsas de ropa en sus manos, las acomodan en el baúl del auto y se dirigen al spa, propiedad de Lucía Montenegro, pero administrado por la hermana de Micaela, Rebeca.
–Señora Lucía, no sabe lo feliz que estoy de verla por aquí –exclama Rebeca, abrazando a la anciana–. Hacía mucho que no recibíamos su visita.
–Hola, Rebeca querida. Este lugar, gracias a ti, sigue siendo un éxito. Nunca me equivoco con las personas, y como sé que no me equivoco, necesito de tu ayuda; sé que eres la indicada para hacerlo.
–Dígame, Lucía, soy todo oídos –responde la joven con amabilidad y entusiasmo.
–Rebe... necesito que me ayudes con un cambio de imagen para esta niña.
Mica toma a Helena del brazo y hace que pase al frente.
–Es ella, hermana. Su nombre es Helena. Es un poco tímida e insegura. ¿Recuerdas cómo era yo? Bueno, así.
–Claro que lo recuerdo, y gracias a Dios que dejaste que te ayudara. Descuida, Helena saldrá de aquí convertida en una reina de belleza. Hola, Helena, yo soy Rebeca.
–Hola, Rebeca, gracias por ayudarme. Seguramente tendrás mucho trabajo que hacer en mí –contesta con ansiedad, insegura y muy nerviosa.