Un secretario muy especial.

Capitulo veintitrés:

Helena se siente en las nubes, como si su alma flotara, sin percepción de su cuerpo. Solo puede sentir los labios de Alejandro sobre los suyos, moviéndose con total libertad, mientras sus manos descansan sobre su cintura, haciéndola experimentar miles de emociones juntas.

Alejandro, con habilidad, logra que Helena abra su boca para introducir su lengua, intensificando el beso. Sus manos acarician la espalda descubierta de Helena, recorriendo su piel con los dedos. Es incapaz de dejar de besarla, de sentir sus labios, de percibir su excitación. Todo lo hace perder por completo la razón... hasta que recuerda quién es ella. Entonces, como si se quemara, se aparta de golpe, completamente consternado y enojado.

—¡Basta! ¡Basta! ¿Te das cuenta de lo que acabamos de hacer, Helena? —exclama, furioso con ella y consigo mismo, golpeando la pared lleno de frustración.

—Lo siento... yo... fui la culpable... —responde ella al borde de las lágrimas. Hace un momento se sentía en el cielo, y ahora, como si estuviera en el infierno, se consume en un pecado que no sabe cómo cometió.

—Tienes razón, tú fuiste la culpable... pero yo también tengo la culpa. Esto no debió pasar y no se puede repetir, Helena... Ahora eres mi cuñada, la novia de Tony, y yo no puedo hacerle esto a mi hermano.

Alejandro, desesperado y consternado, se aleja de allí, olvidándose por completo de Martín, mientras Helena se encierra en el baño para llorar desconsoladamente. Sabe que este plan se está saliendo de control y que, cuando Alejandro sepa la verdad, será difícil que alguna vez la perdone.

Aún con los ojos llorosos, y buscando escapar de su realidad, se vuelve a poner la ropa de Martín. Minutos después se dirige a la sala, donde la familia Montenegro continúa hablando de sus proyectos. Al llegar, Alejandro se acerca a ella, preocupado.

—Martín... ¿cómo te sientes?

—Estoy un poco mejor —responde Helena, recordando la mentira que había dicho—, pero será mejor que regrese a casa.

—Está bien. ¿Quieres que te acompañe? Estás muy pálido.

—No te preocupes, estaré bien. Tony, me encontré con Helena en el baño; estaba muy triste y me pidió que te dijera que se iba a casa.

—¿Qué? ¿Qué le sucedió? —pregunta Tony, preocupado, mirándola a los ojos y logrando ver la tristeza de Helena bajo el disfraz.

—No lo sé, solo estaba llorando y me dijo que necesitaba regresar a casa.

—Iré a verla. Si quieres, te acompaño hasta tu casa —propone Tony.

—Claro, gracias —acepta Helena, sorprendiendo a Alejandro.

—Martín... ¿tienes algún problema conmigo? —pregunta Alejandro, extrañado, pues minutos antes le había ofrecido llevarlo y Martín se negó.

—No, Ale, me voy con Tony para ver cómo está Helena. Nos vemos mañana en la oficina.

—Está bien.

Después de despedirse de la familia, Martín y Tony salen de la casa y suben al auto. Allí, Helena se quita la peluca y los demás accesorios para volver a ser ella, aunque en ese momento solo desea hundirse en su cama y llorar hasta quedarse sin lágrimas.

—Helena, tienes que contarme qué ha sucedido. Alejandro y tú estaban bastante consternados —comenta Tony mientras pone el auto en marcha.

—Tony —dice ella, con lágrimas en los ojos—, creo que este plan se está saliendo de control. Alejandro nunca me perdonará todas las mentiras que le he dicho.

—Mi hermano podrá parecer un ogro, pero tiene un corazón inmenso, Helena.

—Lo sé, pude comprobarlo siendo Martín, pero lo estamos manipulando, haciéndolo sentir una basura. ¿Sabes qué hizo? Me besó. Me besó como nunca antes me habían besado y, diez minutos después, estaba culpándose porque se sentía la peor persona del mundo por besar a la novia de su hermano. No es justo, Tony. No es justo que lo manipulemos y lo hagamos sentir así.

—Ay, Hele... tranquila. —Tony quita una mano del volante y toma la de Helena entre las suyas—. Hablaré con mi abuela para terminar con esta farsa.

—También Martín Gutiérrez tiene que terminar. Alejandro no me perdonará semejante mentira. Tu hermano adora a Martín, pero me odia como Helena. Y tampoco eso es justo.

—¿Aún sigues pensando que mi hermano te odia después del beso que compartieron? —pregunta Tony con una sonrisa—. Alejandro no dejó de mirarte durante toda la noche.

—Aunque Alejandro me odie o no, piensa que soy tu novia y jamás volverá a acercarse a mí.

—En eso tienes razón. Deberíamos haberlo pensado antes. Alejandro es muy correcto, jamás haría algo que nos lastimara. Si te besó, es porque no pudo controlarse más.

—Y porque yo lo besé primero —confiesa ella, sonrojándose.

—Ay, amiga, ¿qué te hemos hecho? Tranquila, hablaré con mi abuela para que te saquemos de todo este rollo en el que te hemos metido.

—Gracias, Tony, sabía que podía contar contigo.

Al llegar a casa, Helena se recuesta sobre el sofá y comienza a mirar el techo, como intentando pensar en la nada, pero el beso de Alejandro circula por su mente y es imposible olvidarlo.
Solo con pensar en ese beso, siente los labios de él sobre los suyos. Instintivamente, se lleva los dedos a su boca, tocando sus labios como si pudiera revivir el momento. Sin embargo, luego recuerda que Alejandro se sintió culpable y se alejó de ella sin más palabras.

En ese momento, un mensaje al celular de Butterfly la saca de sus pensamientos y le llama poderosamente la atención. Nadie escribe ahí, a menos que sea Amelia o... Alejandro. No está preparada para hablar con él aún... aunque sea fingiendo ser Butterfly.

—Hola, Butterfly, soy Alejandro Montenegro. Perdón la hora, solo quería saber de ti y si has pensado en la propuesta.

—Hola, Alejandro. Aún no lo he hecho, pero te aseguro que serás el primero en saberlo —responde ella, con frialdad, intentando que él deje de contestar. Pero es imposible.

—Escúchame, Butterfly, sé que es difícil para ti presentarte en sociedad, pero tengo una idea que quizás pueda gustarte —escribe Alejandro, llamando la atención de Helena.




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