Capítulo 46
Las miradas de Helena y Alejandro vuelven a cruzarse. Ella lo observa atónita, sin poder creer sus reacciones, tan diferentes a las que tuvo el día anterior. El Alejandro dulce y tierno que confesó sus sentimientos quedó atrás, y ahora ha regresado el antiguo Alejandro: arrogante y seguro de sí mismo, capaz de hacer cualquier cosa por recuperar el cargo presidencial que, según él, se merece. "Eso es lo mejor", piensa Helena, "así podré dejar de pensar en él como el amor de mi vida".
—Alejandro, ¿qué sucede contigo? —pregunta Lucía, confundida—. Ayer accediste y diste tu palabra de que la ayudarías...
—¿Y acaso dije lo contrario, abuela? —contesta con arrogancia—. Una cosa es ayudarla; otra muy distinta es hacerle las cosas fáciles. Aquí se viene a trabajar, por lo tanto, hay que cumplir reglas. Solo le estoy pidiendo que llegue a horario.
—Sé muy bien cuáles son las reglas de este lugar y mis responsabilidades, no te preocupes por ello. No volverá a pasar. Evitaré el tráfico en hora pico para llegar más temprano —exclama Helena, intentando conciliar con Alejandro. No quiere pelear todo el tiempo con él. Tiene que ser su aliado; prometió ayudarla y no puede echarse atrás ahora.
—No, Helena, para evitarnos problemas como estos... —acota Lucía—. A partir de mañana vendrán y se irán juntos de la empresa.
—Abuela... deja de manejar mi vida a tu antojo. Estoy harto de todo esto —dice Alejandro, enojado, mientras se acerca al ventanal, intentando controlarse al observar los vehículos circular por la calle.
—Alejandro, ¿qué sucede contigo? —vuelve a preguntar su abuela, preocupada. Aunque sabe que su nieto no va a responder con la verdad, intuye que algo pasó entre ellos y por eso está tan enojado y frustrado.
—No pasa nada, abuela —responde mirando a Helena a los ojos, desafiándola—. Cuando termine esta reunión tan conmovedora, te espero en mi oficina. Hay algunas cosas que necesitas saber si quieres trabajar conmigo... Aún estás a tiempo de dimitir —exclama, abandonando el lugar y dejando a los presentes sin palabras.
—Sin dudas, se ha levantado con el pie izquierdo —añade Luciano, burlándose, y Tony lo regaña.
—Helena... lo que dijo Alejandro es cierto —dice Lucía—. Aún estás a tiempo de dimitir, pero...
—No lo haré, Lucía. Si Alejandro quiere guerra, guerra va a tener —acota enojada, aceptando el desafío.
—Como sabrás, en una semana celebraré mi cumpleaños atrasado. Allí te presentaré formalmente como presidenta de Ediciones Montenegro. Ahora, si me permiten, tengo cosas que hacer. Hija, cualquier cosa que necesites o si Alejandro se pone demasiado difícil, solo tienes que llamarme. Aquí estaré para ti —exclama mientras la abraza con cariño—. En el pasado, permití que mi nieto te humillara, pero te aseguro que esta vez no lo permitiré.
—No se preocupe, Lucía. Ya no soy la misma Helena a la que él humillaba. Le aseguro que soy muy distinta ahora. Si Alejandro quiere volver a hacerlo, le irá muy mal.
—¿Pasó algo entre ustedes, verdad? —pregunta, mirándola a los ojos e intentando leer la respuesta en ellos. Helena lo niega. Sin embargo, la anciana no se da por vencida—. Alejandro tiene un humor complicado, pero jamás lo había visto tan arrogante y frustrado como hoy.
—Cosas sin importancia, Lucía —contesta, aunque no puede evitar que la anciana abandone la conversación.
—Sé que algo pasó, pero ninguno de los dos lo aceptará. Solo no quiero que sufras, Helena —añade con preocupación.
—No te preocupes, Lucía. Hace mucho tiempo dejé de amar a Alejandro... —exclama, dándose cuenta de que la anciana no le cree en absoluto—. Iré a su oficina. No quiero generar más discordia entre nosotros.
—Está bien, mi niña. Solo llámame si me necesitas.
—Lo haré, no te preocupes —se acerca a Lucía, la saluda con un tierno beso en la mejilla y se retira de la sala de juntas.
Helena se dirige a la oficina de Alejandro. La última vez que estuvo allí fue como Martín Gutiérrez, y por paradojas de la vida o planes de Lucía Montenegro, volverá a ese lugar como la CEO. Ahora ella es su jefa, pero necesita de Alejandro para no llevar la empresa a la ruina.
En el camino, nota cómo todos los empleados la observan sorprendidos. Ninguno de ellos la conoce; no trabaja en ese lugar. Uno de los empleados, peor que Ricardo Ramírez —quien ya había sido despedido por abusar de sus compañeras—, se levanta de su asiento, se acerca a ella y se planta frente a ella, intentando incomodarla:
—Hola, bella señorita, ¿quién es usted? —pregunta con una expresión libidinosa—. Jamás la he visto por aquí.
—Pues yo sí te he visto por aquí, Emanuel Torres —exclama Helena, enojada. Sabe que es un empleado de la misma calaña que Ricardo: no trabaja y, encima, molesta a las mujeres de la empresa. Muchos como él serán despedidos una vez que sea la CEO oficialmente. Muchas cosas cambiarán en ese lugar.
—¡Wow! Me conoces. ¿Y se puede saber tu nombre, bella dama? —pregunta, acercándose más a ella.
Helena se sorprende al ver cómo los demás empleados observan la situación sin hacer nada para ayudarla. Sin dudas, ese hombre ejerce mucho miedo y poder sobre ellos.
—Si no te apartas, juro que te arrepentirás —exclama, cada vez más enojada. Entre los nervios, la falta de sueño y el idiota de Alejandro, está a punto de explotar, y este hombre será la gota que colme el vaso.
—Me encantan las mujeres dominantes, seguras de sí mismas... y, sobre todo, muy bellas —Emanuel se acerca aún más y la toma de la cintura con fuerza, intentando besarla.
Sin embargo, Helena no soporta más la situación y le da un golpe en la entrepierna con su tacón, dejándolo en el suelo, gritando de dolor.
Al escuchar los gritos, Alejandro, Luciano y Tony se acercan, quedándose atónitos al ver la escena. Helena está llorando, al borde de un colapso nervioso, mientras el hombre se retuerce en el suelo, quejándose del dolor.