Un secretario muy especial.

Capitulo 49:

Capítulo 49

Después de nueve horas interminables de vuelo, finalmente llegan al aeropuerto Adolfo Suárez, en la ciudad de Madrid.

Helena y Alejandro bajan rápidamente del avión y se dirigen al lugar donde los organizadores del evento los esperaban.

Afuera son las ocho de la mañana, el día está bellísimo, hace muchísimo calor, y el sol brilla en un cielo completamente despejado, sin una nube a la vista.

Helena no ha dicho ni una palabra desde que bajaron del avión; está realmente sorprendida. Jamás había salido de su país y mucho menos conocido una ciudad tan bonita.

—Prometo que te llevaré a conocerla —le dice Alejandro al oído, mientras los organizadores les dan la bienvenida. Como primer paso, los llevan hacia el hotel para que puedan acomodarse.

Helena queda aún más anonadada cuando se baja del automóvil y, frente a ella, emerge el majestuoso Hotel Ritz. Es incapaz de creer lo que ven sus ojos. La majestuosa fachada de piedra blanca, con sus columnas y detalles dorados, se alza ante ella, deslumbrante. El hotel parece sacado de otro mundo, tan exclusivo y elegante que le cuesta imaginar que ella, una simple visitante, esté frente a él.

Al ver que Helena ha quedado petrificada, Alejandro sonríe levemente y la toma del brazo para llevarla al interior del hotel.

Helena cruza las grandes puertas de cristal y entra al vestíbulo del Hotel Ritz Madrid. El elegante espacio está iluminado por suaves candelabros que cuelgan del techo, y el suelo de mármol brillante refleja la luz que entra desde el exterior. Frente a ella, las recepcionistas, impecablemente vestidas, reciben a los huéspedes con una sonrisa profesional, enmarcadas por el ambiente de lujo y quietud que domina el lugar.

Ella observa cómo Alejandro se acerca y habla con una de las recepcionistas, pero una expresión en su rostro le indica que algo no anda bien. Sale de su trance y se acerca a él.

—¿Sucede algo, Alejandro? —pregunta, inquieta.

—Helena... creo que sí —responde, también confundido—. Parece que mi abuela tuvo la brillante idea de decir que éramos una pareja, y solo han reservado una habitación para nosotros.

Helena no puede creer lo que está escuchando. Lucía parece tener todo planeado: no solo enviarlos juntos a la feria, sino también hacer que duerman en la misma habitación y que pase lo que tenga que pasar. Le tiene mucho cariño a la anciana, pero cuando vuelvan al país tendrán una charla de mujer a mujer.

—Alejandro... —no sabe qué decir. Aunque no haya otra opción, ambos tendrán que dormir juntos, en la misma cama.

—Al parecer todas las habitaciones están reservadas, pero no te preocupes. Aquí la muchacha, muy amablemente, me dijo que hay un sofá muy cómodo en el cuarto. Puedo dormir en él. —Como si un sofá pudiera hacer desvanecer el deseo que siente por ella, piensa Alejandro, pero debe transmitirle tranquilidad; de lo contrario, la tonta de Helena saldrá corriendo.

—Si no hay otra opción... —responde, aún inquieta. Necesita instalarse en la habitación, aunque no tenga privacidad, tomar una copa bien fuerte y relajarse hasta la hora del almuerzo, cuando se reunirán con los organizadores de la feria en el hall del hotel.

Llave magnética en mano, ambos toman sus valijas y se dirigen a la habitación. A pesar de su inquietud, Helena sigue impactada por ese lugar tan imponente y majestuoso.

Cuando entra a la habitación, se detiene un momento para asimilar la escena. El espacio es amplio y elegante, con altos techos decorados con molduras clásicas. Una cama king-size, cubierta con sábanas de satén blanco y cojines perfectamente dispuestos, ocupa el centro de la estancia. A un lado, un sofá de terciopelo suave y una mesa de mármol esperan junto a amplias ventanas que ofrecen una vista espectacular de la ciudad. Las cortinas, pesadas y de un dorado tenue, caen en cascada, y una lámpara de cristal, que cuelga del techo, llena la habitación con una luz cálida y acogedora. Cada detalle, desde los muebles de madera pulida hasta los cuadros enmarcados en oro, grita lujo y exclusividad.

Al ver su expresión, Alejandro no puede contener la risa, y por un momento Helena deja de observar cada detalle de la habitación para centrarse en esa hermosa sonrisa, que la deja más tonta de lo que estaba minutos antes. Pero debe disimularlo o él se dará cuenta de que no puede ocultar sus sentimientos; el amor que siente por él se le sale por los poros.

—¿De qué te ríes? —pregunta, un poco enojada.

—Por tu expresión de sorpresa, Helena, pareciera que nunca has visto un hotel en tu vida.

—Esta clase de hoteles, solo en las películas —contesta, dejando las valijas en la cama—. No fui una afortunada como tú, de crecer en cuna de oro.

—Solo era una broma, no te enojes, estás muy susceptible —añade con una sonrisa, mientras se acerca a la ventana para observar, desde lo alto, la imponente avenida, donde los autos van y vienen, y los peatones caminan apurados por las veredas, chocándose entre ellos—. Ven a mirar esto, Helena.

Ella se acerca y se detiene a su lado.

—Es impresionante, ¿verdad?

—Lo es. Jamás creí poder venir a España algún día —confiesa Helena.

—¿Por qué no? No seas modesta, eres Butterfly. Te aseguro que, si tus seguidores supieran quién eres y que te estás hospedando en este lugar, deberíamos llamar a seguridad o a la policía.

—No exageres. Aún Butterfly no tiene tanta fama.

—Como siempre, creyéndote menos, Helena. Prueba decir la verdad; te aseguro que te sorprenderías —Alejandro se aleja de la ventana y se acerca al sofá, donde pasará las noches. Aunque al tacto parece bastante cómodo, sería mucho mejor dormir en los brazos de esa chiquilla tonta e insegura, piensa para sus adentros.

–¿Crees que podrás dormir en ese lugar? –pregunta Helena, mirándolo a los ojos. Por un momento, él la observa y sus miradas se cruzan, pero rápidamente Alejandro corta el contacto visual o terminará haciéndole el amor en ese mismo instante. No sin antes ponerla incómoda con sus ocurrencias; le encanta avergonzarla y ver cómo sus mejillas se encienden.




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