Capítulo 52:
Después de recorrer a pie la ciudad y haber quedado maravillados por cada rincón, ambos vuelven hacia el vehículo alquilado y se dirigen hacia uno de los restaurantes más lujosos y prestigiosos, no solo de todo Madrid, sino también de toda España.
Media hora por carretera, en silencio, solo escuchando una música suave y tranquila, finalmente llegan al lugar. Helena no puede creer lo que ven sus ojos. Después de haber estado en el hotel Ritz, pensó que no volvería a ver algo tan increíble y elegante, un lugar donde cada centímetro cuadrado destila dinero, poder y prestigio.
El restaurante se llama “La Cúpula Dorada”. El interior de este lugar desprende una elegancia serena. Grandes espejos dorados reflejan la suave luz de lámparas discretas, creando un ambiente íntimo y acogedor. Las cortinas de terciopelo, en tonos cálidos, envuelven el espacio con un aire sofisticado. Las mesas, impecablemente vestidas, lucen delicadas flores frescas y cristalería reluciente. Cada detalle, desde los sillones cómodos hasta la vajilla minimalista, está pensado para transmitir exclusividad sin excesos.
Al ingresar, Alejandro se acerca a la joven que está en la recepción, quien muy amablemente los conduce a un lugar más íntimo, apartado de los demás comensales. Quiere tener a Helena solo para él, que ninguno de los presentes la observe con admiración, no porque sea celoso, piensa para sus adentros, sino porque se dio cuenta de las miradas hacia ella desde que traspasaron la puerta. Es que una belleza como la de Helena no se ve todos los días.
Alejandro la agarra de la mano y ambos siguen a la joven. Una vez en el lugar, toman asiento y él le pide a uno de los mozos una botella del mejor vino.
–Este lugar es increíble –exclama Helena, sin poder salir de su asombro, observando con detenimiento a su alrededor, tomando una de las copas de cristal entre sus dedos–. Mira este cristal, es demasiado exquisito.
–Me alegro de que te guste. Hace años que no vengo a Madrid, uno de mis amigos me recomendó este lugar, realmente ha superado mis expectativas, veremos qué hay para comer.
Alejandro hojea detenidamente la carta y, después de varios segundos, finalmente elige el plato que desea degustar.
–Es tu turno, Helena, puedes elegir lo que quieras.
Alejandro le pasa la carta, pero por más que lee cada plato, es demasiado sofisticado para ella. Tienen nombres muy extraños y cada uno de ellos cuesta una fortuna, por lo que le cuesta decidirse.
–¿Qué sucede, Helena? –pregunta al verla dudativa–. No te preocupes por el dinero, esta noche somos libres de gastar a nuestro antojo.
–Alejandro, es que… no sé qué elegir, no conozco ninguno de los platos, son demasiado sofisticados para mí, nunca he estado en un lugar como este–. Él no puede evitar mirarla a los ojos y sonreír.
–No te burles– añade ella, un poco confundida.
–Tranquila, Helena, mira, pediremos este– señala en la carta el mismo plato que pedirá él–. ¿Te gusta el caviar?– ella lo mira con los ojos bien abiertos.
–En realidad… no lo sé… nunca pude permitírmelo.
–No te preocupes, confía en mí, te gustará– exclama, brindándole una hermosa sonrisa, que hace que Helena se quede mirándolo como una tonta.
Pasan varios minutos hablando, disfrutando el momento de intimidad, saboreando una copa de vino, dejándose llevar por sus impulsos, oyendo la música suave y romántica que invade el espacio.
Finalmente, llega la comida. Ambos se disponen a comer. Helena prueba por primera vez el caviar y realmente queda extasiada. Jamás en su vida había probado algo tan delicioso, pero quizás sea la primera y última vez que tenga el lujo de comer algo tan exquisito.
–Por tu cara creo adivinar que te ha gustado el caviar –dice Alejandro, observándola. Durante la noche no ha podido quitar sus ojos de ella, es como si estuviera hipnotizado, como si un poder sobrenatural lo llevara a no poder apartar su mirada.
–Sí, está realmente delicioso, jamás probé algo igual–. Helena se da cuenta de la mirada penetrante de Alejandro–. ¿Sucede algo?– pregunta preocupada y un poco incómoda.
–¿Te he dicho ya lo bonita y encantadora que te ves esta noche?– confiesa con tanta dulzura que Helena se derrite de amor, aunque intenta disimularlo.
–Sí, me lo has dicho unas diez veces.
–Creo que no son suficientes.
–No exageres, Alejandro.
–No exagero, ¿no te has dado cuenta de que eres el centro de atención desde que pasaste por esa puerta?
–Bueno, gracias– dice, un poco avergonzada. Alejandro toma su mano, que estaba sobre la mesa, y entrelaza sus dedos con los de ella, en un apretón dulce y romántico.
–Helena, no quiero que estés incómoda, hablemos de algo más distendido para que te relajes– añade, notando que ella aún no ha podido ponerse cómoda–. Cuéntame sobre tu amor por los libros, cómo terminaste siendo Butterfly y qué esperas para el futuro.
Al parecer, el cambio de tema surte el efecto deseado, o quizás es el vino que la está desinhibiendo, porque Helena se siente más tranquila y la charla entre ellos fluye con más liviandad. Cuenta los momentos más extraños que pasó siendo Butterfly, cómo surgió en ella el amor por los libros, cómo fue el comienzo de clases en la universidad y el primer día que conoció a Tony.
–No vas a poder creerlo, Alejandro, éramos tan tímidos los dos que apenas nos hablábamos. Ambos encerrados en nosotros mismos, hasta que una profesora nos puso juntos en un examen y, desde allí, siento que Tony es el hermano que nunca he tenido y él siempre me dice que soy su hermanita.
–Qué bueno que te vea como su hermanita, Helena. De solo pensar en que me engañaron haciéndome creer que eran pareja, me pongo muy celoso– exclama divertido. El alcohol los ha distendido a los dos y pueden hablar de cualquier cosa con confianza y humor.
–Te lo merecías, Alejandro…– dice, mirándolo a los ojos.
–Tienes razón, te he tratado tan mal desde el comienzo que no puedo creer estar aquí contigo, tomados de la mano, disfrutando de un vino en Madrid. Perdóname, Helena, perdóname por todo el daño que te hice. Sé que me comporté como un imbécil y que no te lo merecías–. Helena puede ver en sus ojos que su arrepentimiento es sincero y aprieta suavemente su mano.