Un secretario muy especial.

Capitulo 53:

Capítulo 53:

—Helena, me haces el hombre más feliz del mundo —exclama Alejandro, sin poder contener sus sentimientos.

Una hora después, finalmente deciden regresar a casa. Pagan la cuenta, que para Helena es una fortuna; jamás en su vida vio tanto dinero junto y Alejandro solo lo gastó en una cena y se dirigen hacia el hotel.

Ambos están felices, un poco ebrios y no pueden controlar sus instintos. Alejandro maneja con cuidado por la carretera con una de sus manos; la otra viene entrelazada con la de Helena, escuchando una música suave y tranquila, mientras ella siente que nunca ha sido tan feliz en su vida.

Una vez en la habitación, Alejandro no puede controlarse más: la toma suavemente de la cintura y comienza a bajar el vestido por los hombros, dándole tiernos besos en el cuello, provocando en Helena un suave gemido. Entre el deseo acumulado y el alcohol corriendo por sus venas, ambos se dejan llevar por sus instintos más carnales.

Finalmente, Alejandro toma su rostro entre las manos, como para admirar su belleza, y la besa.

El beso es lento, pausado, cargado de todas las palabras que nunca se dijeron. Sus labios se encuentran y se reconocen, como si hubieran esperado toda una vida para ese momento. Los dedos de Helena se enredan en el cabello de Alejandro, mientras él la atrae hacia sí, eliminando cualquier distancia entre ellos.

Sus respiraciones se mezclan, y cuando se miran, todo lo demás desaparece. Hay un deseo palpable en el aire, pero también hay ternura, una necesidad de cuidarse el uno al otro. Alejandro la acaricia con devoción, deslizando sus manos por su cintura, explorando cada rincón de su piel con calma, como si quisiera memorizarla.

—Eres todo lo que nunca supe que necesitaba —confiesa él, su voz apenas audible.

Helena sonríe y besa sus labios, sus párpados, su mandíbula, como si cada beso fuera una promesa silenciosa. No hay prisa entre ellos, solo el placer de volver a estar juntos, de entregarse sin miedo ni reservas.

Cuando sus cuerpos se unen, lo hacen con suavidad, en un vaivén lento y cargado de emoción. Cada movimiento es un suspiro compartido, cada caricia un latido que resuena en ambos. Alejandro la mira, perdido en sus ojos, mientras murmura su nombre como si fuera un rezo.

Y Helena, abrazada a él, siente que por fin ha encontrado su hogar.

El tiempo se desvanece mientras sus cuerpos se funden, y cuando el deseo alcanza su clímax, lo único que queda es el eco de su respiración entrecortada y el latido acompasado de sus corazones, latiendo al unísono.

Alejandro besa su frente suavemente.
—No voy a alejarme nunca más —susurra contra su piel.

Helena sonríe, acariciando su rostro.
—No lo haría, aunque quisieras.

Alejandro la toma en sus brazos y Helena apoya la cabeza en su pecho, disfrutando de sus dulces caricias sobre su cabello. Pero algo en ella sigue rondando. A pesar de que es la segunda vez que hacen el amor, Alejandro no ha buscado cuidarse, y cuando ella se lo recuerda, él le dice que se quede tranquila, que no habrá consecuencias. Aunque sea un tema difícil y doloroso, necesita preguntar. Pronto serán marido y mujer y es hora de que se digan toda la verdad... o al menos no toda.

—Alejandro, ¿puedo preguntarte algo?

—Dime, mi amor, lo que quieras —exclama, dándole un tierno beso en la frente. Sabe sobre lo que Helena quiere preguntar. Aunque no es un tema del que le guste hablar, sabe que debe hacerlo. Debe ser completamente sincero con ella, porque su secreto podría separarlos para siempre. No quisiera casarse con Helena para hacerla infeliz o que viva en una mentira.

—Alejandro… me da mucha pena lo que voy a decirte y no sé si es algo de lo que tú desees hablar, pero…

—Helena, soy estéril, estoy incapacitado para tener hijos. Lamentablemente soy un hombre incompleto. Entenderé si, ahora que sabes la verdad, no quieres casarte conmigo. No puedo condenarte a una vida sin hijos —en ese momento, los ojos de Helena se llenan de lágrimas y lo envuelve con sus brazos con tanto amor y ternura que Alejandro también se emociona—. Helena…

—Escúchame muy bien, Alejandro Montenegro: voy a casarme contigo aunque no quieras —él la mira con tanta ternura, como si fuera una muñequita—. Te amo, Alejandro, y ser madre no me define. Si en el futuro deseamos ser padres, hay miles de oportunidades para serlo. Existe la adopción también.

—Mi amor —exclama besándola dulcemente en los labios—, no sé qué he hecho en la vida para merecerte, pero la dedicaré exclusivamente a hacerte la mujer más feliz del mundo. Siempre deseé ser padre, formar una familia, pero muchas mujeres terminaban rechazándome, entonces… —Helena abre sus ojos sorprendida.

—Era por eso, ¿verdad? —pregunta con ternura, acariciándole su pecho desnudo.

—¿Qué? —la mira confundido.

—Fue por eso que te convertiste en un hombre amargado y no querías estar cerca de las mujeres —finalmente Helena lo comprendió todo y no se imagina el dolor que debe haber sentido Alejandro todo ese tiempo en que era rechazado solo por el hecho de no poder ser padre.

—Lamentablemente sí, mi amor. Hasta que apareciste tú y me demostraste que la felicidad está en las pequeñas cosas. Que, a pesar de no poder tener hijos, puedo ser feliz y hacer feliz a la persona que está al lado mío.

—Claro que sí, Alejandro. Soy inmensamente feliz a tu lado y eso no va a cambiar por nada en este mundo.

Alejandro vuelve a besarla y hacerle el amor, hasta que finalmente quedan completamente dormidos, cansados y extasiados de tanto amor.

A la mañana siguiente, los rayos del sol que entran por la ventana la despiertan de su sueño. Siente que le duele cada centímetro de su cuerpo y terriblemente la cabeza, seguro que es por todo el alcohol ingerido.

Helena abre lentamente los ojos. Cuando logra acostumbrarse a la luz, dirige su vista al hombre más hermoso e increíble que ha conocido en su vida. Alejandro yace boca abajo, dormido completamente. De solo observarlo, siente cómo todo su cuerpo responde a él. ¿Es que nunca se cansará de hacer el amor con él? ¡Jamás!, piensa para sus adentros.




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