Un secretario muy especial.

Capitulo 56:

Capítulo 56:

Sin más que pensarlo, Alejandro abandona la mansión, se sube a su vehículo y se dirige hacia el bar para reunirse con Alina por última vez.

Alina siente que ha llegado el momento. Aún no puede creer que dentro de poco se convertirá en una Montenegro. Si no fuera por ese maldito viejo que se interpuso entre Alejandro y ella, años atrás, ya se hubiese casado con él, aunque debe reconocer que el dinero que le dio el anciano le sirvió y con él pudo conocer a su difunto esposo, quien la convirtió en una mujer millonaria después de su muerte.

Dentro de ella siente una gran felicidad que no puede disimular, y no es porque esté perdidamente enamorada de Alejandro, todo lo contrario. Ya no tiene suficiente dinero y sabe que, una vez que él herede el cargo presidencial, ella será la reina de Ediciones Montenegro y podrá manipular a todos a su antojo.

Pero su felicidad es aún más grande porque finalmente podrá quitarse del camino a la estúpida de Helena González, esa mosquita muerta que no le cayó bien desde el minuto uno en que la conoció.

Si supiera que estuvo a punto de decirle toda la verdad a Alejandro, de que en realidad ella fue Martín Gutiérrez. Por suerte, ahora se convertirá en una Montenegro y esa tonta ya no le interesa.

Se dio cuenta de su doble personalidad el día en que la vio por primera vez vestida de Martín Gutiérrez en la oficina de Alejandro. Cuando éste los presentó y ella lo tomó de la mano, inmediatamente se dio cuenta de que era una mujer. La muy idiota se vistió de hombre para que Alejandro la aceptara en la empresa como editor en jefe, pero su peor error fue enamorarse de su hombre, y “como que me llamo Alina”, se dice a sí misma, “jamas dejaré que se interponga en mi camino”, porque de lo contrario, todo el mundo sabrá la verdad, incluido Alejandro.

Estos días fue noticia mundial porque esa tonta confesó que era Butterfly. Debe reconocer que de tonta no tiene un pelo… Hacerse pasar por un hombre, crear un seudónimo de escritora y, en este momento, ser una de las personas más influyentes, con miles de propuestas, y así y todo finge ser una mosquita muerta para caerle bien a todo el mundo.

Su siguiente paso, una vez que Alejandro le pida matrimonio, será obligar a Helena a abandonar el cargo presidencial. Aunque la vieja bruja le haya dado ese privilegio, hará hasta lo imposible para que Alejandro tome el cargo que le corresponde como legítimo heredero. Luego, hará que ella desista de firmar contrato de exclusividad con Ediciones Montenegro para así alejarla de Alejandro. No será fácil, pero ella es Alina Moreno. Para ella, nada es imposible, y menos cuando se trata de manipular a los hombres. Alejandro nunca fue la excepción.

Después de haber recibido la llamada de Alejandro, se viste con un vestido elegante que realza su hermosa figura, deja su cabello largo al viento, pinta sus labios de un rojo apasionado y se sube a su vehículo último modelo para dirigirse al bar. Realmente, Alina es una mujer preciosa, elegante y muy apasionada. Sería un buen partido para cualquier hombre, si no estuviera mentalmente inestable.

Minutos más tarde, Alejandro entra en el bar y toma asiento en la mesa que había reservado con antelación. Está nervioso, hacía mucho que no se sentía así. Una camarera se acerca y él pide un vaso de whisky, necesita algo más fuerte que un vino en este momento.

Cuando va por el segundo vaso, ve que Alina ingresa por la puerta y, con una sonrisa de oreja a oreja, se dirige hacia donde está sentado. Rápidamente deja su bolsa sobre la silla y se acerca a darle un beso en los labios, pero Alejandro la detiene en ese mismo momento, haciendo que Alina abra sus ojos sorprendida. Él jamás había rechazado ninguno de sus besos.

—Alejandro —exclama preocupada. Nunca lo había visto tan serio y, al parecer, ya ha tomado dos vasos de whisky, algo anormal en él.

—Hola, Alina, siéntate, por favor. Necesitamos hablar.

Alina se sienta frente a él, con sus ojos bien abiertos. Para una pedida de matrimonio, está demasiado serio, piensa ella, o quizás solo está disimulando para que sea una completa sorpresa.

—¿Sucede algo? —pregunta mirándolo a los ojos.

—Alina… —dice nervioso. Teme la reacción de esa mujer. Puede ser muy malvada cuando quiere. Pero tiene que hacerlo—. No sé cómo decirte lo que tengo que decirte.

—Tranquilo, Alejandro. No tienes que seguir disimulando —exclama agarrándolo de la mano con cariño—. Acepto, mi amor.

Alejandro abre los ojos sorprendido. ¿¡Aceptar!? ¿Qué rayos dice esta mujer? Los nervios lo consumen, pero tiene que seguir adelante. Helena se lo merece y él ya no se siente capaz de seguir con Alina.

—Alina… no sé lo que estás pensando, pero…

—Alejandro, no tienes que estar tan nervioso, sabes que acepto casarme contigo —confiesa con una sonrisa en los labios, destilando seguridad por los poros.

—Alina… escucha bien lo que voy a decirte… —Alejandro decide finalmente hablar, esperando que ella no lo interrumpa—. No quiero casarme contigo, estoy aquí para dar por terminada nuestra relación.

El rostro de Alina se desfigura, poniéndose roja por la furia contenida. Pero es una mujer centrada, no sería capaz de hacer una escena en el lugar. Le teme a la vergüenza y al escrache público, o eso cree él.

—Alejandro, no sé lo que estás diciendo… pero espero que realmente estés nervioso por nuestro compromiso, porque…

—No habrá ningún compromiso entre nosotros, Alina. Simplemente no te quiero, y no es justo para ti ni para mí.

Alejandro intenta hacerla entrar en razón, pero es inútil, está muy enojada.

–Es por ella, ¿verdad? –exclama, levantando la voz, que le tiembla por los nervios, llamando la atención de la gente a su alrededor. También le tiemblan las manos y todo el cuerpo. Alina tiene un ataque de ira incontrolable.

–Alina, por favor… –añade, al ver que los están mirando, atraídos por el escándalo que está haciendo. La familia Montenegro siempre tuvo un perfil bajo, no les gusta los escándalos, por lo que se siente más nervioso aún, sintiendo las palpitaciones de su corazón a más de 100 pulsaciones por segundo y un fuego que le quema la cara de la vergüenza.




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