Hubo noches en que el alma
se me escurría por los poros,
como agua tibia de un cántaro roto
que nadie quiso sostener.
Te busqué entre las grietas del insomnio,
donde aún se esconde tu voz
como un eco que no se resigna
a morir del todo.
El dolor no gritaba,
susurraba.
Se deslizaba lento entre los huesos,
y en su paso dejaba promesas secas,
besos sin destino,
y un nombre que sangraba en silencio.
Quise deshabitarte.
Lo juro.
Arrancarte de mis gestos,
despertar un día sin la forma exacta
en que tus manos se posaban sobre el mundo.
Pero hay amores
que no se van con las lágrimas.
Se quedan,
como la tinta sobre una piel antigua,
como las canciones que nadie canta
pero todos recuerdan.
Y desde entonces,
vivo con la mitad de mí ser en otra parte,
como una puerta que cruje
cada vez que alguien le abre.