Un Tesoro en Navidad

5.

Elena abre los ojos y de pronto es consciente del tubo que atraviesa su garganta para poder respirar. Tose incómoda, dolorida. La persona que se encuentra a su lado se levanta de un salto, grita procurando un médico para que la asista y que la niña deje de sufrir por el tubo en su garganta. Se hace el proceso al llegar el médico de guardia y todo es calma por un momento.

Dakota corre hacia la habitación de su hija luego de haberla llamado por teléfono ya que ese día en contra de su propia voluntad había dado el permiso de desconectarla y darle descanso a su cuerpo, pero hoy una nueva esperanza habitaba en su corazón y ahí estaba la respuesta.

Su pequeña Elena había despertado del coma inducido por los médicos para evitar el dolor con el que iba a despedirse de este mundo ya que el frío extremo al que fue expuesto su pequeño cuerpo comprometió fatalmente sus órganos importantes dando como resultado un fallo renal irreparable siendo esa la causa del inminente deceso, pero como el mismo Sócrates había dicho en algún momento: los milagros existen y ella, Elena definitivamente era uno.

— ¿Dónde está? – grita desesperada — ¡mi niña, mi vida quiero verla por favor! – una enfermera la detiene por poco cae de rodillas —. Por favor ¡déjenme verla, es mi hija! – exige entre sollozos.

— ¡Dakota, Dakota! – Sócrates la atrae a su pecho —. Ven aquí por favor, ven conmigo – el hombre cierra los ojos ante el llanto dolorido de la mujer que es ahora su esposa.

— ¡Por favor, por favor mi niña no la desconecten, no! – grita sin consuelo casi desmayada.

— Dakota, mi niña – grita Nana Marie — mi niña está despierta – corre hacia su patrona tomándola también en brazos para sostenerla — ¡ella… ella despertó! – pero Dakota se desvanece perdiendo el sentido.

— ¿Es en serio Marie? – cuestiona molesto —. No mientas con eso – ella niega con las lágrimas quemándole el rostro.

— ¡Jamás mentiría acerca de ello! – le devuelve rabiosa —. Ella despertó y tosió por el tubo obstruyéndole la garganta, no seas cruel – solloza con dolor profundo ante las palabras de Sócrates — ¿por quién me tomas? – el hombre entrecierra los ojos.

— No seas igualada Marie – expresa con mal humor —, recuerda quien soy…

La mujer recia lo deja con la palabra en la boca yéndose con Dakota y el médico que la estaba trasladando hacia la emergencia de la clínica para tratarle el desmayo. Su cuerpo había cambiado desde el momento en que Elena ingresó, dejó de alimentarse e incluso de beber agua, su cara huesuda representa perfectamente su tristeza y sus ojos apagados reflejan la culpa que siente al haber olvidado ese día los abrigos permitiendo que su propia hija sufriera las consecuencias.

[***]

Elena se encuentra sentada en la cama, se nota desmejorada, más delgada. El par de círculos violáceos alrededor de sus hermosos ojos la hacen ver vulnerable y deprimida. El médico la examina exhaustivamente para corroborar que esté todo bien.

— Respira profundo cariño – solicita el buen doctor que no sale del asombro — ¡eso es, de nuevo! – inhala para que lo siga y exhala sonriendo para que ella lo haga de vuelta.

Acomoda el frío estetoscopio en el pequeño pecho tanteando los lugares donde pueda escuchar latidos y murmullos, luego repite la operación en la espalda asintiendo a todo lo que escucha, Elena nerviosa no sabe qué hacer y elabora la pregunta:

— ¿Algo va mal conmigo? – su voz sale temblorosa. Tiene mucho miedo y confusión.

— Sorprendentemente no, cariño – responde negando con la cabeza y una sonrisa que a su parecer es de disculpa.

Ella sabe lo que sucedió, Dios la ha cuidado desde siempre y él mismo le ha devuelto el aliento de vida para que pueda vivir y ser feliz el resto de su vida. Elena solo quería disfrutar de la Navidad y todo a su alrededor se volvió el drama de una inminente muerte de la que milagrosamente (para todos a su alrededor) se salvó gracias a ese precioso ser de luz.

— ¿Le sorprende? – su garganta arde y la voz rasposa denota el daño hecho por el tubo que la atravesaba. Las lágrimas bajan por su piel al ver el asentimiento del doctor — ¿me diría por qué? – aun cuando reconoce a Dios como su salvador, Elena siente la curiosidad de saber lo que tanto le asombra al doctor.

— Eres muy chica cariño, no lo entenderías además mi ética prohíbe revelarte información confidencial – afirma con la cabeza, no tiene muy claro lo de la confidencialidad, pero lo acepta de todos modos.

Ya que su preocupación es otra.

— ¿Y mi mami? – su voz es un susurro doloroso — ¿ella sabe… sabe lo que me pasó? – gime — ¿está aquí?

— Así es cariño, nunca se movió de aquí y tu padre tampoco – abre la boca y los ojos, tanto que duda volverlos a cerrar.

— ¿Mi… mi padre? – no entiende nada, su último recuerdo fue: la tristeza de su madre al perder al ser que amaba y a ella encerrada en esa mansión, pero nada más.

— Si claro, el caballero que se presentó como el esposo de tu mamá y que también estuvo aquí todo el tiempo…

— ¡Permiso! – Elena mira a Sócrates y de pronto un montón de recuerdos golpean su pequeña cabeza, el hombre palidece visiblemente — ¿E… Elena? – los ojos de ambos se llenan de lágrimas, la niñita toma la cabeza entre sus manos — ¿estás… bien? – se acerca cauteloso para corroborar que sea ella.




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