La confusión y el desorden emocional que ha sufrido Dakota la ha llevado a un shock del cual le es difícil regresar, su inconsciente solo reconoce el hecho de que dio el permiso de desconectarla y entonces hoy en medio de un agudo dolor la vio y le fue difícil asimilarlo.
Sócrates observa detenidamente el rostro de su esposa y aunque mantiene el tipo no puede evitar sentir su dolor, él fue uno de los que mencionó aquello de que los milagros existen aun cuando es un no creyente de las cosas divinas, pero lamentablemente para su estado mental, los médicos afirman que lo es. Se entretiene dándole vueltas a su sortija de bodas, pensando en cómo lograr que Dakota salga de ese sitio oscuro en el que se encuentra y de donde él ha venido ya que su estabilidad emocional estuvo comprometida al ver en los periódicos que se casaba con su hermano, habiéndolo dejado por una simple confusión o tal vez no lo haya sido, pero él nunca la engañó y pese a que llegó dispuesto a vengarse de ella, no ha podido ya que debe reconocer que aun siente algo o más bien mucho por ella. Verla así lo destroza e inminentemente culpa a Elena quien según piensa no debió sobrevivir.
— ¡Hey, despierta! – la mujer acostada en la cama de clínica niega — ¡vamos, despierta!
— Ella… ella vive y no lo sabía – reprocha.
— Yo apenas me he enterado, venía a decírtelo, pero te adelantaste – explica tratando de acercarse.
— No trates de congraciarte conmigo, me engañaste como la primera vez – gime — como siempre lo hiciste – lo detiene antes de que la toque.
— Ese no es el punto en este momento – refiere con temor — el asunto es que tu hija ha regresado y debes permitirte asimilarlo para que puedan estar juntas – piensa en aceptar la niña si de ese modo logra congraciarse con ella.
— ¡Vaya, habla el hombre con el corazón de piedra! – cierra los ojos arañando paciencia del piso de mármol —. Déjame en paz, te aprovechaste de mi tristeza para obligarme a casarme contigo, eres igual de despreciable que tu madre – Sócrates traga el nudo que se le hace en la garganta así como el amargo de las lágrimas que pican tras sus ojos.
Se encuentra arrepentido de no buscarla y explicarle que él no tuvo que ver con esa mujer, el hombre que vio ella en la cama con la pelirroja fue a Marck, pero claro, eso no se lo dirá o por lo menos no ahora ya que todo fue un montaje entre ellos para que la relación que llevaban se terminara.
Marck no era el hermano bueno.
— Ya te dije que eso no es relevante en este momento, solo importa tu hija y que en este momento ambas se necesitan – Dakota suspira entrecortado.
Lejos de ser el hombre malo y perverso que piensan es, sus sentimientos hacia la mujer que tiene enfrente continúan intactos ya que descubrió el día que llegó a San Rico, la amaba igual de intenso. Pero el destino hizo que las cosas se complicaran.
— En eso debo darte la razón, necesito verla – baja de nuevo de la cama y él se levanta de la silla para acompañarla — ¡No, esto es algo intimo! – advierte —. Y tú no eres bienvenido a mi intimidad, no espero que lo entiendas más sí que lo aceptes – Sócrates asiente con la cabeza y se mantiene sentado.
Dakota se dirige poco a poco caminando agarrada de las paredes para ver a su hija, esa pequeña parte de ella que debe estar asustada pensando que es la peor persona del mundo al no resistir el dolor de verla bien. Esa pequeña es el milagro que estaba esperando hace unos meses atrás y que después del tercer mes la esperanza se había extinguido ya que ni siquiera podía ya verla acostada inerte en esa cama. Ahora debe pedirle perdón de rodillas no solo a Dios, sino a ella también porque la culpa la carcome y por esa razón ha reaccionado como lo hizo.
Ingresa y la habitación aparentemente se encuentra vacía, es blanca, lúgubre e impersonal, tan sombría que raya en lo tétrico. Su hija no está en la cama, piensa que debe haber huido ya que ella no tuvo el temple y la fortaleza de abrir los brazos y dar gracias a Dios por devolvérsela. Cierra los ojos y escucha un sollozo muy bajito, entonces recuerda que cuando está asustada se esconde bajo la cama; se baja hasta estar de rodillas y la encuentra hecha un ovillo dormida, sollozando y temblando de frio.
Se acomoda bajo la cama y la abraza como lo ha hecho en muchas ocasiones cuando tiene miedo y no quiere dormir en su cama, llora sintiendo su calor, los latidos de ese corazoncito que ama y sobre todo: la respiración que extrañaba en su cama en algunas ocasiones.
— Mi niña, mi amor, mi bebé – Elena se gira para mirarla directamente a los ojos.
— Mamita ¿aún me amas? – y eso fue todo.
Dakota rompe en un llanto desesperado, desconsolado y sufrido. Siente que todo se le rompe por dentro, que los últimos seis meses solo deambuló sin vida mientras la razón de su existir se encontraba en esa cama luchando por su vida.
— ¿Cómo no hacerlo? si eres la razón por la cual vivo mi pequeña – la aprieta contra su pecho — ¿podrías perdonarme? No he sido la mejor madre…
— Pero has sido una muy buena porque aunque no había esperanza para mí, te quedaste a mi lado…
— Siempre lo haría y hoy agradezco a Dios por este milagro que aun sin merecerlo me regaló – llora cada una de las palabras que salen de su interior, de muy adentro.
Cae la noche y engulle su dolor, calma un poco el desasosiego de estos últimos meses y les proporciona la paz de poder tenerse la una a la otra no como si nada hubiese sucedido, pero sí como saciando la necesidad de recobrar juntas el tiempo perdido…
Editado: 31.12.2024