— ¡Dense prisa, parecen tortugas! – grita Elena entre risas — a este ritmo llegaremos en año nuevo – esboza de nuevo con ambas manos hechas como una trompeta en su boca.
El frío arrecia, ya no está nevando y la temperatura a esta altura está tan baja que casi no pueden seguir pese a los abrigos térmicos especiales que les recomendaron en la boutique del pueblo.
— Eso lo dices porque tu abrigo es enorme para ti – protesta Marie en los brazos de su esposo —, no me sueltes cielo porque me congelaré – el hombre besa lo alto de su cabeza sobre l grueso gorro que lleva puesto.
— Cariño ten cuidado por favor estás muy lejos – se escucha la voz de Dakota temblar un poco — ajusta esa chaqueta que me da miedo – dice mientras sube el resto de la montaña con la ayuda de Otto.
— Serán llorones ustedes ¡muévanse que estamos cerca! – y tenía mucha razón.
No solo el sitio existe, sino que es una pequeña ciudad en lo más profundo del “bosque de los pinos silvestres”, una zona inexplorada en lo Alto de las montañas rocosas de Canadá. Un sitio mágico donde abundan las auroras boreales, los lobos y sobre todo la naturaleza en su máxima expresión. Nadie que llega a “el Refugio” quiere irse jamás ya que la pista de hielo natural atrae como si fuese miel para las abejas.
— ¡Dios mío ahí está! – grita Marie — miren el humo – señala la humareda que es la fogata perenne en la aldea.
— ¡Que belleza! – dice Otto — ¿te encuentras bien Dakota? – ella asiente y niega, el niño no sabe que interpretar.
— Tengo miedo, estoy emocionada, pero me siento indecisa…
— Ya veo, es difícil interpretarlo – se confiesa ruborizado.
De pronto el arrepentimiento, la culpa y sobre todo la vergüenza la arropan como un torbellino frío y quiere escapar de nuevo entonces corre ignorando los grito de sus acompañantes, de su familia. Cierra los ojos y llora desconsolada mientras el viento helado ala sus huesos, toda su vida hasta ahora pasa por su mente: lo que ha debido hacer le rompe las esperanzas que abrigaba de reconciliarse con el amor de su vida. Resbala y cae cuesta abajo golpeando su cuerpo en el trayecto, el dolor hace que grite desesperada por ayuda y de repente… el silencio.
— ¡Hija mía! – abre los ojos y ve una figura que no reconoce.
— ¿Ho… hola? – de pronto siente una paz que hacía mucho no experimentaba — ¿Quién eres?
— Tu padre Dakota, tu padre celestial – responde y una sonrisa se dibuja en su rostro.
— ¿Eres… Dios? – ve que afirma con la cabeza, pero no ve su rostro — ¿ese Dios del que hablan en la iglesia? – asiente de nuevo — pero ¿Por qué no tienes rostro?
— Así es hija, del mismo que no quieres saber por eso no tengo rostro – ella se asombra y comienza a llorar de nuevo desconsolada —, pero descuida dentro de poco no solo tendré un rostro para ti sino que creerás en mi como lo hace Elena y todo aquel que en mi cree – una luz brillante la ciega —. Debes guardar la calma hijita esperar mi tiempo y sobretodo dejarme tus cargas yo las llevaré – no deja de llorar.
— Es que he sido tan mala e injusta además no te he amado como se debe pese a que vengo de una familia religiosa, perdóname por favor – un calor delicioso la cubre reconfortándola y cae en un profundo sueño.
— No te preocupes por nada hija mía, solo debes creer en mi y tener fe…
[***]
Unas horas después…
Dakota despierta sobresaltada en una cama cómoda y un aroma delicioso a pino y pimienta. Aún tiene los ojos cerrados, pero sabe perfectamente que no se encuentra sola y que la persona que se encuentra cerca es el amor de su vida, lo acelerado de su corazón y la agitación que siente se lo confirman.
— Abre los ojos amor mío, estas a salvo conmigo – solloza.
— ¡Perdóname, perdóname por favor! – Sócrates la abraza con fuerza manteniéndola entre sus brazos llenándola de lo dulce de su ser.
— Ya lo he hecho, desde que te vi al pie de la montaña la rodeé para llegar hasta ustedes y al verte correr, caer yo… - su voz se rompe — intuí lo peor y no pude hacer nada más que ir a buscarte – besa toda su cara — pero estas bien y eso es lo que me importa – llora junto a ella.
— ¡Gracias por esperarme! – piensa recordando la conversación con el hombre que la salvó —. Debemos tener fe de que todo saldrá bien, seremos felices cuando nos casemos y vivamos todos juntos – Sócrates pestañea asombrado.
— ¿Estás proponiéndome matrimonio? – ella asiente y saca una pequeña caja de terciopelo de la chaqueta luego de abrir el cierre del bolsillo — ¿en serio?
— ¡Claro que sí! – sonríe —. Compré esta sortija el día que conocí a Otto, pensé en darte una oportunidad, pero las cosas no salieron bien y entonces…
— ¡Acepto! – la besa tiernamente en los labios y la abraza fuerte — acepto ser tu esposo, tu amigo, tu compañero y sobre todo… el papá de Elena – la mira a los ojos — porque ella es mi hija, ella es el fruto de nuestro amor – lo mira confundida.
— Yo… no lo sé…
— Hay mucho que no sabes mi amor, pero no pienso aclarar nada ya que es este el principio de todo. Aquí en este hermoso lugar que levantamos Eugenio y yo me declaro tuyo por siempre y para siempre…
Editado: 31.12.2024