La tensión en la casa se volvía insoportable. El eco de los pasos de su madre sobre el mármol se mezclaba con el latido acelerado de Salieth, atrapada entre el peso de un pasado que no pidió y un futuro que no terminaba de pertenecerle.
—No entiendes nada, mamá —escupió ella, con la voz quebrada, pero cargada de rabia contenida.
Su madre la miró con esos ojos endurecidos por los años y la supervivencia, ojos que no buscaban consuelo, sino obediencia.
—¡Te estoy salvando! —rugió, la furia temblando en cada sílaba—. Un error, una sola desobediencia, y ese hombre podría arrasar con tu cuerpo hasta dejarte sin alma.
El silencio se hizo espeso. La frase quedó flotando como un veneno. Salieth tragó saliva, intentando sostener el peso de esas palabras que la encadenaban más que cualquier reja.
—Ese hombre… —susurró ella, apenas audible, como si con solo nombrarlo evocara un fantasma que le recorría la piel.
El nombre prohibido, el eco de la tragedia: Zarek D’Vellaro. El Diablo.
La rabia la empujó a enfrentarla de nuevo.
—No soy tu marioneta. No soy el trofeo que vas a entregar para seguir viviendo de rodillas.
La bofetada resonó como un disparo. La piel de Salieth ardió, pero su mirada no tembló.
—Cállate —escupió su madre, con lágrimas en los ojos que jamás admitiría.
Un silencio desgarrador las separó, y por primera vez, Salieth sintió que aquel vínculo de sangre era una cadena oxidada, lista para romperse.
En la soledad de su habitación, con las paredes devorando sus pensamientos, tomó el cuaderno donde solía escribir lo que jamás decía. La música sonaba bajito desde su celular, una melodía que parecía hablarle en italiano:
"La vita è una condanna,
un amore che brucia e non perdona…"
(La vida es una condena, un amor que quema y no perdona).
Cada palabra se le metía bajo la piel, recordándole que aquel hombre al que todos llamaban Diablo no era solo una amenaza. Era también el fuego que la atraía, aunque supiera que podía consumirla viva.
Se miró al espejo, las lágrimas todavía marcando su rostro, y se prometió algo que ni su madre ni el mundo entero podrían arrancarle:
—Si el Diablo me destrulle… al menos será bajo mis propias reglas.
Y al pronunciarlo, sintió por primera vez que la oscuridad también podía ser una forma de libertad por qué quieran o no esté es mi juego mis reglas.
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Editado: 24.08.2025