Un Trato Con La Bestia

Capítulo Diez

¡Oh dios mío! ¿Cómo me libero de la bestia si sus garras son mi deleite? He conocido la tentación y muero por pecar.

 

Atenea

 

Quedo congelada al escuchar su declaración, es un descarado, un sin vergüenza, pero quizás también yo sea culpable de su desfachatez. No debí atreverme a tanto, mi intención era hacerlo sentir incómodo a él, no a mí misma. Es claro que no poseo las herramientas para continuar con el juego que yo misma inicie, siento que la cara me ardo y mi centro hormiguea sin parar.

 

En silencio llegamos al café donde solía venir con mi papá cuando se tomaba un descanso para estar conmigo, en realidad yo siempre aparecía en su oficina para sonsacarlo y hacer que dejara todo tirado por un rato. Suspiro inconscientemente antes de entrar y si premeditarlo viro la mirada hacia la mesa que normalmente ocupábamos, pero no está vacía, dos mujeres la comparten mientras conversan animadamente.

 

—Tomemos asiento en esta mesa —dice mi esposo sacándome de mis pensamientos.

 

Es la mesa más visible de todas, sin importar hacia donde observen, siempre estaremos en el camino de la mirada de las demás personas, eso me hace sentir incómoda, por lo que me quedo mirando fijamente a Dominic al tiempo que niego con la cabeza.

 

—Elige a tu gusto, cariño, sabes que complacerte es mi vida —Sigo el movimiento de sus labios y como se sonríe al hablarme.

 

Un dolor punzante se forma en mi vientre. Señalo una de las mesas cerca de la ventana que, aunque parece exponernos del modo en el que él desea, me otorga cierto nivel de seguridad al sentirme protegida.

 

Coloca su mano en mi espalda y me guía hacia el lugar, tomo asiento seguida de él que se sienta frente a mí y toma mi mano por sobre la mesa. Observa de un lado a otro detallando el sitio antes de devolver la mirada hacia mí y sonreírme.

 

—Jamás habría imaginado que te gustara venir a un sitio tan modesto —comenta.

 

Sonrío y bajo la mirada antes de hablar.

―Muchas veces vine con mi papá, podíamos pasar horas enteras comiendo una magdalena y tomando té o café —confieso compartiendo un recuerdo con mi esposo.

 

—Me confundes —susurra.

 

Levanto la mirada y lo encuentro observándome detenidamente, se humedece los labios pasando su lengua sobre cada uno, deja salir aire y parece dispuesto a…

 

—¿Puedo tomarles la orden? —interrumpe la camarera.

 

Retiro mi mano de la mesa y la escondo sobre mi regazo con timidez.

 

—Sí, por favor, me trae té caliente y una magdalena —pido y espero a Dominic dicte su orden de tostadas a la francesa con sirope y café negro —La camarera se retira y nos deja en silencio.

 

Le sonrío como se supone.

 

—Deberíamos pasar a tu empresa, es bueno que empieces a relacionarte, yo puedo acompañarte esta vez, pero después puedes venir sola si gustas, el chofer estará a tu entera disposición —dice cambiando por completo el ambiente.

 

—¿Por qué dices que te confundo? No entiendo a qué te refieres —insisto en continuar con lo que estaba a punto de decir cuando llego la chica.

 

—Nada, no quise decir nada —Saca su celular y lo atiende.

 

Debe de tenerlo en silencio porque no escuche que sonara. Está hablando con alguien de su trabajo.

 

—Deberías dejar de atender el teléfono mientras estés conmigo, se supone que toda tu atención es para mí en este momento —comento alzando un poco la voz para qué la persona al otro lado me escuche.

 

—Dame un segundo, por favor —pide tapando la bocina del teléfono.

 

—Quizás deba ir a mi empresa y volver cuando tengas tiempo para atender esto —replico un poco enojada.

Cuelga sin despedirse y planta su mirada encendida sobre mí.

 

—Te advierto que no puedes meterte con los asuntos de mi empresa, no me importa lo que estemos haciendo o si estoy solo o contigo, siempre voy a darle prioridad a mi empresa, es lo único real e importante en mi vida, tú y yo únicamente tenemos un acuerdo —pronuncia con los dientes apretados e inclinándose sobre la mesa para que solo yo pueda oírlo.

 

—Está bien, será como digas —declaro y me pongo de pie al tiempo que la camarera llega con el pedido—. Quédate a desayunar con tu empresa, yo me largo.

 

Es un imbécil, ni quiera porque tenemos un acuerdo, puede comportarse como un caballero, es un idiota. De verdad dudo que podamos llegar a un balance, se supone que soy su esposa, maldita sea.

 

Salgo del café y camino por la acera con dirección a ninguna parte, se me ha ido el apetito y solo puedo pensar en lo patán, bestia y estúpido que puede llegar a ser Dominic Black en tiempo récord.

 

—Atenea, cariño —lo oigo gritar, pero no estoy dispuesta a detenerme.

 

Que se joda, no soy su juguete, le di la oportunidad de una convivencia pacífica y ¿Qué es lo que hace? Mándala a la mierda.

 

—Detente, por favor —pide tomándome de la mano—. Tienes razón, soy un idiota, pero entiende que esto también es nuevo para mí, nunca había tenido una esposa ni siquiera de mentira. Sé que esto solo es un contrato entre los dos y que por el bien de todo debo dejar de ser tan imbécil —no es bueno disculpándose, pero al menos sabe cómo asumir la responsabilidad de sus estupideces.

 

Ahora, no sé por qué me moleste tanto por una simple llamada, quizás porque quien hablaba del otro lado era una zorra y yo me siento demasiado excitada en este momento.

¡Mierda!

 

Volvemos al café, la mesa está servida y la camarera espera para destapar los platos, no me imagino cuanto tuvo que pagar para que le hicieran el favor.

 

—Bien hecho cariño, debes enseñarles quién es la que manda desde el primer instante —me felicita la camarera. Una mujer de unos cuarenta años que se le nota por encima que la vida no la ha recompensado muy bien.




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