Un Trato Con La Bestia

Capítulo Catorce

¿Qué me estás haciendo? No entiendo que es esto que me provocas, es como si el sol brillara con más intensidad cada vez que tus ojos se fijan en mí. Me estoy volviendo loco con tu presencia tan cercana y con el rubor de tus mejillas que producen en mi cabeza imagines censuradas de los dos.

 

Nuestra casa

 

Dominic

 

Trato de respirar y de calmar el tren de pensamientos que se desatan en mi cabeza. Ahora comprendo por qué ese oficial me observaba de esa manera, seguramente piensa que he sido yo quien ha lastimado a Atenea. Estoy en contra del abuso hacia las mujeres, desprecio con todo mi ser a los cobardes que se atreven a ponerles las manos encima para lastimarlas, pero lo que estoy sintiendo en este momento no se compara en nada con el sentimiento general.

 

Ella es mi esposa y alguien coloco sus sucias manos en ellas, me las va a pagar, sea quien sea. Camino detrás de Atenea, bajo la atenta mirada de los curiosos, al llegar a la puerta me giro para quedar de frente mirando a los empleados que parecen haber detenido sus funciones por enterarse del chisme y sonrío al ver como enseguida devuelven la atención a sus quehaceres. Fuera del edificio endurezco el gesto para evitar que alguien se acerque a preguntar.

 

Ex bastante extraño que ningún reportero se haya hecho acto de presencia aún, aunque dudo que este evento deje de ser una noticia a la que puedan explotar. Subo al auto y guardo silencio mientras mi esposa <<un sentimiento extraño me cruza al decir esposa>>, habla por teléfono.

 

—Le agradezco, señor Robinson, que se ocupe de todo, deje claro que mi hermano tiene prohibida la entrada a la empresa y me gustaría que se haga caso de que mis órdenes se cumplan. —Escucho que dice por lo que supongo que las marcas en su cuello son consecuencia de un enfrentamiento con el inútil de su hermano.

 

No sé cómo pude pensar que podía acercarme al viejo Dankworth a través de él. Aunque para ser sincero haber asistido a una fiesta a la que no fui invitado no fue todo un fracaso, esa fue la primera vez que la vi. Llamo mi atención desde el primer instante en el que el azul claro de sus ojos destelló con fuerza, recuerdo que me obligue a dejar de pensar en ella, todavía era una cría sin destetar, pero ahora está a mi lado y las cosas siguen siendo iguales.

 

—Está bien, señor Robinson, cuento con su ayuda, que esté bien. —Se despide al fin con amabilidad—. Supongo que no puedo escapar de esto ¿Cierto? —resopla y deja caer los hombros.

 

—No, necesito saberlo. Puede que no estemos juntos de verdad, pero eres mi esposa y todo el mundo quiera o no debe respetarte o yo los obligaré a hacerlo —contesto al tiempo que tomo su barbilla para hacer que levante un poco la cabeza y poder mirar mejor las marcas.

 

—Te diré, pero te pido que dejes todo en mis manos, ya me estoy ocupando de esto y te aseguro que no volverá a suceder —pide con su mirada puesta totalmente en mí, llenando cada espacio con su luz.

 

¿Cómo negarme? ¿Qué me está pasando? Entre los dos no puede haber nada, solo es un acuerdo. Asiento al tiempo que suelto el aire.

 

—Antes empieza a conducir y llévame a casa, por favor. —Mi corazón empezó a retumbar con fuerza al oírla, pronuncia esa simple frase; llévame a casa.

 

Sonrío y tomo su mano para dejar un beso en el dorso. Sus mejillas se tornan rosadas al tiempo que se muerde el labio inferior y pasa saliva. ¡Maldición!

 

—No tienes que decirme, te escuche hablar con el abogado y supongo que si le prohibiste la entrada a tu hermano es porque él fue quien te hizo esto. —Asiente y se lleva la mano hasta el cuello—. No me voy a meter esta vez, porque es tu hermano e imagino que sabes cómo lidiar con él, no obstante, estaré atento a cada movimiento que Alberto de cerca de ti, conozco perfectamente su nivel de idiotez y prefiero no arriesgarme a que te suceda algo —agrego a la vez que paso la llave en el encendido del auto y el motor cobra vida.

 

—Pensé que eran amigos, tú y mi hermano —comenta luego de cruzar en una esquina—, él te llevó a mi fiesta de cumpleaños, parecía que…

 

—Creí que sería de ayuda para acercarme a tu padre, necesitaba descubrir si mis suposiciones eran reales, y si lo eran cambiar su manera de verme. Ya sabes convertirme en su aliado, que otros empresarios se dieran cuenta de que Augusto Dankworth, me tenía en buena estima, pero ese mismo día me di cuenta de que tu hermano únicamente representaba una decepción para su padre y que solo conseguí que su odio hacia mí tuviera un motivo más —explico guardándome el detalle de que conocerla ese día fue lo mejor que pudo pasarme en la vida.

 

Exhala y mira por la ventanilla como buscando algo que decir.

 

—Mis papás lo amaban y esperaban que en algún momento él volviera al camino correcto, pero Alberto sentía… siente tanto rencor hacia ellos, un rencor que no comprendo todavía, no sé de qué los acusa, supongo que dañar su propia vida fue el castigo que encontró para darle a mis padres —dice de corrido un par de minutos después.

 

Al fin enfilo la carretera de la casa que compre para ella al día siguiente de escuchar el testamento. Por lo general vivo cerca de la empresa en un penthouse, pero me pareció que no sería cómodo para ella al ver la casa en la que vive, con jardines y mucho espacio. Sin embargo, le tengo una sorpresa y tendremos que quedarnos por algunos días en el departamento, apenas me separe de ella, le pedí a mi asistente que me encontrara al mejor contratista de la zona, al igual que a la mejor diseñadora de interiores, en menos de una hora tuve toda la información.

 

—Por suerte te tenían a ti para aliviar sus penas, contaban contigo y estoy seguro de que no los vas a defraudar —digo cruzando la reja que separa la propiedad de la calle—, por cierto, ¿te gustaría pasar algunos días en mi departamento? —pregunto con una sonrisa juguetona en los labios.




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