Un Trato Con La Bestia

Capítulo Treinta

Soy el idiota que pretende entrar en tu paraíso, haces bien en darme la espalda y negarte a escuchar mis palabras.

 

Dominic

 

Le coloco el algodón con un poco de alcohol debajo de la nariz, lo que le ayuda a reaccionar, se queja con incomodidad haciendo que me sienta todavía más culpable de lo que ya me siento. Abre sus ojos y su mirada azul se posa en mi cara por un segundo con calidez antes de convertirse en una mirada dura y acusadora.

 

—¿Te sientes bien? —pregunto a pesar de que con sus gestos me da una clara orden. Que me largue.

 

—Gracias por preocuparte, pero ya estoy mejor.

 

Intenta levantarse, pero parece estar algo mareada todavía.

 

—No te levantes, te desmayaste, será mejor que te quedes en cama hasta que te sientas mejor —sugiero con suavidad.

 

Es increíble como ella me hace pasar de un estado emocional a otro en milésimas de segundos.

 

—No es nada, no comí bien, eso es todo —alega obstinada y se sienta en el borde de la cama, por lo que me muevo para quedarme de pie frente a ella.

 

—Entonces pediré que te suban algo, ¿fruta? —digo con suavidad sin dejar de mirarla.

 

Rueda los ojos.

 

—Ya te puedes ir, estoy mejor —dice directa.

 

—Me preocupas Atenea, no es normal que te desmayes y no es solo por no haber comido bien hoy, estás más delgada, has perdido peso —digo un poco alarmado.

 

No me había detenido a fijarme en ese detalle, pero si note al cargarla que es extremadamente ligera y no soy médico o un especialista, pero si estoy seguro de que no es normal que una mujer adulta pese tan poco y hasta donde tengo entendido ella no sufre de ningún trastorno alimenticio.

 

—Ya te dije que estoy bien, si no estoy comiendo bien es por tu culpa, no es muy agradable sentarse a comer teniendo tres pares de ojos encima de mí alterando mis nervios, eres tú quien me está enfermando con tus estupideces —señala en tono duro.

 

Trago saliva. Nunca quise llevarla al punto de no alimentarse correctamente.

 

—Sabes que no ganas nada si te quedas viudo antes de que se venza el contrato —agrega irónica.

 

—Nunca me ha interesado tu dinero, creo que deje en claro que soy bastante capaz de mantener mi estatus social —le contesto evitando por todos los medios caer en su juego.

 

Es como si disfrutara el mantenerse en medio de un enfrentamiento constante conmigo.

 

—No quiero iniciar una nueva discusión Atenea, es claro que no te encuentras bien —añado y dejo caer los hombros.

 

Me rindo, no puedo seguir así. Su cercanía me seduce y enloquece mis sentidos y eso me hace sentir confundido, pero su frialdad y distancia provoca que me trastorne, ni siquiera consigo concentrarme en el trabajo por estar pensando a cada segundo en ella.

 

—Entonces déjame sola —repite.

 

Solo que esta vez lo dice en un tono de súplica y basta solo eso para que entienda que todo este escenario en el que nos ha metido es su manera de protegerse porque quizás no soy el único que siente que está perdido cuando la tiene cerca.

 

—Perdóname, por favor. —Doblo una de mis rodillas—. Perdóname por lo bruto que me comporté, no quise hacerte daño y sé que no tengo una excusa que válgala pena, pero imaginar que ese tipo o cualquier otro puede alejarte de mí, provocó que me volviera loco y me deje cegar por esa locura, —Tomo una de sus manos entre las mías con cuidado, esperando a que la retira como las veces anteriores, sin embargo, me permite tomarla.

 

Su mano está fría y le tiembla ligeramente.

 

—Atenea, por favor, no me condenes —pido anhelante.

 

—No solo se trata de haberme hecho daño, se trata de que me ofendiste y lo único que he escuchado en tu boca todos estos días son ofensas, pusiste mi honor, mi moral y mi dignidad en tela de juicio delante de los empleados, ¿Qué crees que murmuran los escoltas que me pusiste? Los he escuchado decir: el jefe es muy tonto por seguir casado con una mujer que debe controlar para que no le ponga el cuerno.

 

De nuevo siento como la furia se desata en mi interior por esos imbéciles, debo reconocer que soy el culpable de ese tipo de comentarios.

 

Aprieto los dientes al tiempo que todo se nubla por la ira.

 

—Soy un idiota —declaro y me pongo de pie para salir de la habitación.

 

No le doy tiempo de reaccionar, me muevo rápido y camino hasta el inicio de las escaleras de donde llamo a gritos a los escoltas, Alicia es quien aparece por lo que le ordeno buscar a los escoltas de mi mujer y a todos los empleados de la casa y los lleve hasta su habitación junto a Finnegan. La veo desaparecer presintiendo un nuevo enfrentamiento, solo que esta vez no es contra de mi esposa, debí dejarles claros desde el primer momento que los motivos para cuidar de ella no son de su incumbencia.

 

—Dominic, ¿Qué es lo que vas a hacer? —pregunta Atenea saliendo al pasillo.

 

Al menos ya puede moverse sin marearse y se ve más estable.

 

—Poner los puntos sobre la mesa —declaro sintiendo que la vena de mi cuello está por estallar.

 

Los empleados llegan y se arremolinan como pueden en la escalera, están en silencio esperando a que diga algo. No soy una persona de humillar a quien está a mi servicio, pero tampoco puedo permitir que pretendan humillar a mi esposa, sin importar las circunstancias que ella y yo estemos pasando, es mi deber proteger su integridad si es preciso de mí mismo, aunque debo reconocer que yo fui el primero en fallarle y armar toda esta situación tan incómoda para ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.