Un Trato Con La Bestia

Capitulo Cuarenta y Tres

Cuando la muerte toque mi puerta para pedir tu vida, te juro que sin importar tu traición entregaría la mía a cambio de que tus ojos no se cierren nunca.

 

Dominic

 

El líquido de la botella se disminuye muy rápido, por lo que pido que me traigan otra, las horas se tornan tormentosas a medida que imagino como disfruta en brazos de su amante, escucho sus gemidos retumbar a mi alrededor cada vez que cierro los ojos y la imagen de su cuerpo desnudo resplandece delante de mí con las gotas de sudor resbalando por su piel mientras las manos de otro hombre se cierran en su cintura.

 

—Juro que haré que pague por su traición, la voy a dejar en la ruina, convertiré toda su herencia en polvo —digo con los dientes apretados antes de tomar su violín y lanzarlo con fuerza hacia una de las paredes.

 

El instrumento se rompe, pero no me es suficiente, por lo que tomo uno de los pedazos y de nuevo golpeo repetidas veces hasta que finalmente salta de mis manos, totalmente inservible. Miro en el piso los fragmentos de la madera y sin poder evitarlo caigo de rodillas en medio del desastre que provoque, la habitación entera está prácticamente destruida. De pronto mi teléfono empieza a sonar, así que lo tomo y veo en la pantalla un número desconocido, por lo que decido ignorar.

 

No obstante, el teléfono no deja de sonar una y otra vez, por lo que decido contestar de mala gana, no me siento de ánimo para ser educado y cortes en este momento cuando mi mujer se revuelca con otro.

 

—Tengo a tu esposa y si quieres volver a verla, será mejor que hagas lo que yo te diga o ella se muere —dice un sujeto del otro lado.

 

Me rio por la estrategia absurda y barata que utilizan para sacarme dinero, supongo que lo que le heredo a su padre no le es suficiente y ahora también quiere lo mío, es obvio que no le voy a dar ni un quinto cuando nos divorciemos.

 

—No me interesa, puedes irte con ella al infierno y ser feliz a su lado por toda la eternidad —bufo y cuelgo.

 

Dejo el teléfono a un lado y decido ignorar la insistencia en las llamadas, no obstante me harto de escuchar el aparato sonar insistentemente por lo que lo estrello en contra de la pared también y me dedico a beber deseando que el alcohol queme este dolor que me oprime el pecho, pronto me siento tan ebrio que dar un paso sin tambalearme es imposible por lo que me rindo a la pesadez de la embriaguez y me dejo caer al piso maldiciendo el nombre de la mujer que amo.

 

Ella logró que yo cambiara mi manera de ver al mundo, por ella me he esforzado en ser mejor, en hacer que todos olviden el título que me dieron y vieran que no soy ese monstruo que describen, pero fue en vano, el verdadero monstruo es ella. Es una medusa que seduce con su belleza letal, su sonrisa te hace bajar uno a uno los escalones hacia el infierno sin que opongas la menor resistencia, yo caí en sus garras y ahora me convierto en piedra, de nuevo mi corazón busca la manera de endurecerse y dejar de sentir.

 

Termino de tomar todo el contenido de la segunda botella y sin darme cuenta me quedo dormido tirado en el piso en medio de todo el caos que siento por dentro. Al despertar mis ojos quedan fijos en el techo blanco de la habitación, mientras en mi interior la punzada de dolor se reactiva con más intensidad que antes, quiero volver a dormir para sentir paz, pero al final término por levantarme, miro a mí alrededor y no puedo creer lo que hice.

 

El instrumento hecho añicos hace que me sienta culpable, recojo mi teléfono también destrozado, lo reviso, pero no funciona, entre los pedazos que quedan del violín algo llama mi atención, lo tomo, pero desconozco que sea. Voy al baño y realizo mi aseo, la cabeza me duele, sin embargo, ese dolor no se compara con el que siento en el pecho, sobre todo al descubrir que mi esposa no regreso en toda la noche, bajo y pido un café cargado al tiempo que el teléfono de la casa empieza a sonar.

 

—Señor, es para usted —dice la señora López y me entrega el aparato junto a una taza de café.

 

Tomo ambas cosas de sus manos y camino hasta el despacho.

 

—Diga —gruño antes de tomar un sorbo de la bebida caliente.

 

—Te advertí que tu querida esposa pagaría las consecuencias —dice de nuevo el sujeto que llamó a mi celular.

 

—Mejor llama al amante de mi esposa, tal vez él sí haga caso de tus amenazas, ella ya no me importa —replico con desprecio.

 

—Entonces el correo que te envié es inútil, aunque no pierdes nada con mirar las fotos que le tome —objeta en tono teatral.

 

Tomo asiento y enciendo la computadora, abro el correo y efectivamente hay un e-mail, lo abro y descargo los archivos adjuntos. En la primera foto que veo está ella vendada y amordaza, atada a una silla, en la siguiente está un poco más desalineada y con la mejilla evidentemente enrojecida un hilillo de sangre le resbala desde la comisura de los labios. El corazón me da un vuelco y se acelera al darme cuenta de que ella no estaba con otro hombre y eso hace que me sienta peor.




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