Un Trato Con La Bestia

Capítulo Cincuenta y Uno

Creemos nuestro propio cuento de hadas, démosle vida a las aventuras más increíbles, porque estoy dispuesta a vivir en todos los mundos que existan en la imaginación, mientras sea tu mano la que sostenga la mía.

 

Atenea

 

Finalmente, estamos en casa, hemos vuelto al Sound, por qué según Dominic estaré mucho más cómoda aquí. Confieso que morí de vergüenza cuando me saco del auto en brazos y subió las escaleras conmigo sin ni siquiera derramar una gota de sudor, quizás debería decirle que olvidemos lo que paso en su oficina y continuar, extraño su calor y sus besos, sobre todo sus besos.

 

Cierro los ojos y dejo caer la cabeza hacia atrás sobre la almohada recordando los felices que éramos hace cinco días, quizás esa felicidad aun esta, solo que por necedad preferimos hacerla a un lado, en ese caso yo sería la necia, porque Dominic está dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva, pero fue el quién negó a este hijo, es quien nos lastimó a ambos.

 

—¿Puedo pasar?

 

—¿Eh?—Miro hacia la puerta donde está precisamente mi esposo con la cabeza asomada—. Claro —pronuncio y vuelvo a mi posición sobre la almohada, cerrando los ojos nuevamente.

 

—Quiero que hablemos, pero me tienes que prometer que te mantendrás calmada, por el bebe —dice suavemente como si el sonido de su voz me fuese a herir de gravedad.

 

—Solo estoy embarazada Dominic, puedes hablar con normalidad —bufo sin poder evitar sentir coraje.

 

—Solo pretendo cuidar de ti y del bebe —se excusa—, quiero pedirte perdón por cómo me comporte, sé que no debí haberte ofendido, me deje cegar por mi ego estúpido y te hice daño y por eso casi pierdes a nuestro hijo —dice y se queda callado.

 

Espero varios segundos a que diga algo, pero todo es silencio dentro de la habitación. Abro los ojos y giro en su dirección para encontrarlo de rodillas junto a la cama, con su cara manchada de lágrimas, su llanto silencioso me parte el alma y ablanda por completo mi corazón, extiendo la mano para acariciar su rostro, el principio de su barba me raspa un poco la yema de los dedos antes de que él tome mi mano con la suya y la lleve hasta sus labios, deposita un beso en la palma.

 

—Ambos somos culpables, por no ser sinceros, yo debí haberte dicho lo que sucedió esa noche, pero sentía vergüenza por haberme dejado llevar y luego cuando nos enteramos de que te habían drogado me sentí mal porque creí que…

 

—Solo te hice el amor porque estaba drogado. —Completa la frase por mí.

 

Asiento y desvío la mirada.

 

—Yo he querido hacerte mía desde la primera vez que te vi en la casa de tus padres —confiesa, provocando que plante la mirada de nuevo en él—, no voy a mentir y decirte que te amo desde ese momento, pero si puedo jurarte que desde entonces no he podido sacarte de mi cabeza, que tu voz quedo grabada en mi mente, al igual que el color de tus ojos y la fuerza de tu voluntad —añade y si esto no es una confesión entonces no sé lo que sea.

 

—Te amo, Dominic, te amo por sobre todo —musito al tiempo que él acerca su cara a la mía y sellamos nuestras confesiones con un beso: suave, lento, disfrutando del sabor de nuestras bocas con toda la paciencia que existe en el mundo.

 

El candor de su lengua invita a la mía a una danza acompasada en la que se reconocen como compañeros, como dos mitades que se complementan y unen en armonía para toda la eternidad. De pronto el fuego se reanima en mis venas, la pausa se convierte en prisa y la ternura en deseo, me asió con las manos de su cara y lo invito a que se tumbe en la cama conmigo.

 

Dominic se acomoda a mi lado cuidando de no lastimarme en el proceso para luego volver a besarme mientras sus manos se afianzan a mi cintura y me sujeta con la fuerza suficiente para pegarme a su cuerpo, mis manos recorren el contorno de su cara y se desesperan por quitar la ropa que me oculta su piel. Las ganas de amarlo y de que me ame provoca que la humedad brote de mi intimidad junto al palpitar del deseo que empieza a hacer que la cordura desaparezca de mi cabeza.

 

Puedo sentir como su cuerpo se reanima y su dureza empieza a crecer, haciéndome consiente de su presencia y su deseo, sin embargo, cuando deslizo mis manos hacia los botones de su camisa, Dominic las aparta y las lleva hacia la almohada por sobre mi cabeza. Su respiración es entrecortada como la mía, rompe el contacto de nuestras bocas y exhala con fuerza como si fuese en una maratón y se quedase sin oxígeno.

 

—Muero por hacerte el amor, te juro que me estoy muriendo por hacerlo, pero no es prudente por ahora, primero tienes que recuperarte —señala con los dientes apretados.

 

—No te detengas por favor, voy a estar bien… te deseo —jadeo.

 

Niega con la cabeza.

 

—Ayer estuviste a punto de perder al bebe, es mejor esperar a que sea seguro. —Trago saliva al darme cuenta de que no pensé en las consecuencias.

 

Sé que no le hace daño al bebe, que sus padres tengan intimidad, pero ninguno de los dos estamos seguros de como resulte en mi caso con una amenaza de aborto. Cierro los ojos y asiento dándole la razón y al mismo tiempo sintiéndome inmensamente feliz al ver que de verdad nos está protegiendo.

 

—Te prometo que cuando esté bien te voy a recompensar —declaro con una sonrisa en los labios.

 

—Mi mayor recompensa es que ambos estén bien —afirma antes de acomodarse una vez más para que apoye mi cabeza sobre su pecho mientras sus brazos me rodean—, duerme un rato, yo estaré aquí cuidando que nada te moleste —sugiere, pero la verdad es que me cuesta dormir.

 

Desde que llegamos he intentado hacerlo y cada vez que cierro los ojos veo a mi hermano desfigurado por el odio o de nuevo estoy en esa habitación mientras se llena de agua y…




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