Una Amistad Llena de Atracción

Capítulo 1

Acepté que todavía no estaba del todo recuperada cuando me di cuenta de que, en vez de estar caminando, estaba arrastrando mis pies; las suelas de mis tenis deslizándose con un arrastre tan perezoso que casi se podía decir que estaba puliendo el piso por lo poco que se despegaban de él.

Inspiré con fatiga y enderecé mi espalda cuando decidí que no iba a seguir dejándome derrotar por ese malestar, pero pareció que el muy condenado se burló de mí cuando la correa de mi bolso se deslizó por mi hombro y yo apenas y tuve la fuerza para impedir nada.

El sonido fue duro y seco cuando mi bolso—con todos mis libros y cuadernos dentro—cayó con fuerza contra el suelo.

Gemí un sonido tan lastimero que supe que hasta para eso tenía exceso de agotamiento. Llené de aire mis pulmones y miré el bolso todavía sobre el suelo como si éste, por algún poder o arte de magia, se fuese a dar cuenta de mi estado de ánimo y decidiera apiadarse y levantarse por si solo.

Resoplé y me doblé por la cintura mientras mi mano tomaba el bolso en un movimiento desganado y flácido.

Hacía una semana. Una semana completa desde que ese virus de gripe se había apoderado de mi cuerpo y todavía quedaban residuos de él.

La fiebre ya se había ido, gracias a Dios, y los constantes fluidos que goteaban por mí nariz como si fuesen cualquier llave dañada, también; pero lo apretado de mi pecho todavía seguía allí y casi parecía que tenía una de esas asmas que le habían amargado tanto la vida a mamá cuando yo estaba pequeña.

Lo agotado que había dejado mi cuerpo era una clara señal de que el condenado me había absorbido hasta quedarse harto, y la flaqueza de mis mejillas era una clara indicación.

Suspiré y rodé los ojos cuando pensé en que se había chupado toda la carne de mi cara pero apenas y había hecho algo por mis redondeadas caderas y mi trasero.

Volví a suspirar. Sabía que volvería a recuperar lo redondeadas de mis mejillas cuando mi estómago comenzara a aceptar de nuevo la comida.

Seguí arrastrándome por los pasillos del campus y el pecho se me agitó con una sacudida cuando un grupo de chicas porristas pasaron a mi lado y dejaron la estela de un montón de combinaciones de perfumes y me hicieron estornudar.

—¡Dios! —casi chillé con voz gangosa y me froté la nariz con el talón de mi mano con tanta fuerza que supe que, si ya había desaparecido lo enrojecido, ahora definitivamente volvía a estar.

Nadie me sacaba de la cabeza que la nariz roja quedaba bastante fea a las pelirrojas. Pensaba, creía y me aseguraba que cuando se me enrojecía la cara me parecía más bien a un tomate pelirrojo.

Mamá decía, creía y, me aseguraba, que yo era una cosa adorable y dulce con mi cara pálida como las páginas blancas junto con las pecas caobas sobre mis mejillas, mi pelo rojo como la pasión y el amor y mi naricilla como una pequeña cereza en combinación con mi boca.

Volví a suspirar. Mamá me amaba mucho.

Crucé otro pasillo y mis hombros se sacudieron de alivio cuando divisé a pocos pasos la puerta control de estudio.

Toqué con suavidad en cuanto llegué y esperé a que Rebecca me diera el permiso para a continuación abrir la puerta y asomar mi cabeza adentro.

—Ah, Ohana —me dió una rápida sonrisa que demostraba que en ese momento estaba muy ocupada como para darme la bienvenida de una manera más acogible. Sonreí débil —. Pasa, pasa. —Agitó su mano en mi dirección—. Ven, cielo, no te quedes allí.

Me moví de dónde estaba y cerré la puerta tras de mí antes de caminar y pararme frente a su escritorio.

Me echó una mirada de arriba abajo tras sus lentes de pasta y luego hizo una mueca. Yo hice.

—Vaya, chica, te iba a preguntar cómo seguía... Pero, ya, ya —Negó con su mano—. No me respondas, no es necesario.

Solté una risita y me encogí de hombros.

—Pero, bueno, niña, ¿Qué haces aquí si todavía no estás del todo bien?

—Lo est... —me apresuré a asegurar, pero sus ojos entrecerrados me dijeron que era mejor quedarme calladita y no mentirle a la cara—. Está bien, no podía permitirme perder más clases. Ya llevo una semana fuera y apenas es que voy a reincorporarme con las clases y...

—Pero te dije que le pidieras a uno de tus compañeros que te mantuviera informada de todo —dijo cómo si la hubiese desobedecido en algo inconcebible.

Arrugué las cejas, demostrándole que eso era algo que definitivamente no iba a pasar. Y no por mí, no, porque no iba a preferir yo estar desinformada de todas mis clases por nada, no, sino que la razón es que no tenía a ningún compañero lo suficientemente cercano como para que yo le pidiera eso y él lo hiciera con los ojos cerrados por mí.

Uh-uh.

No sabía porque, pero, por alguna razón, ser una de las primeras de mi clase me ponía en muy mal concepto con mis compañeros.

Suspiré. Siempre había sido así, y puesto que yo prefería graduarme antes de que ser amiga de alguien que no lo merecía, pues, ahí estaba.

—No tuve el tiempo de avisar —dije evasiva. Tampoco era que iba a andar diciendo a todo el mundo que no tenía ningún compañero que hiciera eso por mí—. Pero, bueno —Restregué mis manos en la tela de mi jeans—, aquí estoy, ya de regreso. ¿Qué tengo?

Rebecca no perdió el tiempo—no cuando ella sabía perfectamente que yo no quería que lo perdiera—, y se dispuso a hablarme se loa temas que habían dado los profesores. Me imprimió clases e investigación, hojas de trabajos y me dió unas tarjetas con notas de libros para buscar en la biblioteca.

Me informó de un examen en el que tenía que ponerme al día y de un trabajo que había puesto el profesor de contabilidad que tenía que ser en parejas.

—Ya lo haré yo sola —Le informé distraídamente mientras repasaba algo de la clase de finanzas—. Prefiero así, trabajo mejor. Los profesores sa...

—No, no, los profesores saben nada —Negó con firmeza y yo dejé la hoja a un lado para mirarlo pestañeando.




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