Después de haber visto todas y cada una de las clases ese día, me fui en busca de mi compañero.
Suerte la mía que en mi última clase al profesor de informática le dió por darnos solo una pequeña charla introductoria sobre el nuevo contenido y soltarnos antes de tiempo.
Era por eso que yo había tenido tiempo de ir al edificio de derecho, pasar por control de estudio e informarme de en dónde exactamente se encontraba mi compañero de trabajo en ese momento.
La coordinadora de ese edificio no era tan amable y solícita como Rebecca, y entonces yo agradecí al cielo que nuestra coordinadora fuera ella y no otra.
La cosa fue que hasta allí duro mi buena suerte, porque después de que me dirigí hacia el aula que me había indicado, y después de esperar lo que restó del tiempo para la salida apoyada sobre la pared del frente, no fue hasta que comenzaron a salir todos los estudiantes de esa aula que me di cuenta de que, a pesar de que sabía el nombre de a quién estaba buscando, no tenía ni idea de que aspecto tenía.
En ese momento rodé los ojos y quise palmearme muy fuerte la frente ante mi estupidez, pero decidí que era más productivo buscar una rápida solución que estar quejándome.
En cuanto me di cuenta de que todo el mundo salía y se desplazaba con rapidez fuera de los pasillos, me apresuré a tomar a una chica y preguntarle por él.
Todavía me sentía un poco asombrada de como la chica me había mirando de arriba abajo antes de encogerse de hombros y decirme:
—Se fue antes de esta clase.
Y eso era todo. Nada más. Uff. Parecía como que en ese departamento todo el mundo era poco amable, poco solícitos y bastante serios... No sabía si era ya el inculcar de la carrera, pero se apreciaban... fanfarrones y orgullosos, como si se creyeran más que cualquier otro allí.
Mi suspiro se debía de haber escuchado de aquí a Pekín. Para ese momento, ya estaba tan cansada que sentía que no tenía fuerza—ni absolutamente nada de ánimo, eso sí, las ganas si estaban—de moverme hasta la parada y tomar el autobús.
Pero era eso o quedarme en el campus hasta que mamá saliera del hospital, y estar hasta las siete u ocho de la noche en la universidad no parecía una buena idea.
Ni siquiera busqué hacerme algo de comer en cuanto llegué, es más, ni bañarme pude; sentía que toda fuerza me había abandonado el cuerpo y lo único que quería era descansar.
Me había desplomado con tanta fuerza en la cama que hasta temí haberla dañado, pero tampoco creí eso posible y supe que todo era una exageración de mi agotada cabeza cuando todo en mí se desconectó como si me hubiesen apagado con un botón.
El sonido de mi teléfono me había despertado con una llamada entrante, y menos mal que mamá se había acordado de mí y me había sacado de mi letargo antes de que fuera lo suficientemente tarde como para que yo tuviera que pasar la madrugada estudiando.
Tomé mi laptop, mis cuadernos y me tiré en el sofá de la sala a investigar todo lo del día siguiente, pero paré cuando ví que eran las siete y decidí que a mamá le gustaría llegar—después de una larga jornada de trabajo—y conseguir algo de comida.
Todavía sentía que no quería comer nada, por lo que decantarme por algo liviano esta vez, también, fue mi mejor opción.
El sonido de las llantas sobre la graba y posterior mecanismo del portón del garaje fueron los que me indicaron que mamá ya estaba en casa.
Sonreí cuando ella entró, dejó caer las llaves sobre la pequeña mesa al lado de la puerta y gimió un: «¡Oh, Dios!» alto y satisfecho. Supe que el olor caliente y condimentado de mi sopa de pollo saliendo de los dos pequeños tazones de cerámica habían impregnado todo el ambiente de la cocina, condensando tan concentradamente el aire que se había desplazado casi por toda la casa.
—No se puede negar. Tienes talento para la cocina —elogió en un tono ronroneante y satisfecho y, por fin, pasó el arco de la cocina.
Dejé las cucharas en su sitio y la miré, y sonreí suave ante la calidez vibrante que me ondeó el pecho ante su aspecto.
No era porque fuese mi mamá, pero es que la mujer hasta con su uniforme de enfermera se veía estupenda.
Mamá era alta, y tan hermosa que me hacía sentir fascinada. No era amor de hija, no; ella de verdad estaba preciosa.
Tenía curvas suaves y elegantes: no mucho pecho, no mucho trasero, no muchas caderas. No tenía dudas de que estaba esculpida con las medidas perfectas: piernas largas, esbeltas y hermosas; en pocas palabras, piernas de modelo. Con la piel ligeramente tostada, no morena, mas bien cremosa. Ojos grandes, marrones y expresivos—en ese momento se notaban cansados, pero satisfechos—, pestañas oscuras y cejas finas y arqueadas, un cabello largo, ondulado y del color del chocolate mientras que parecía que se habían esmerado y habían hecho con todo el amor del mundo su boca... Su boca: pequeña, acorazonada y del color de la cosa más dulce del universo.
Suspiré. No me parecía a mamá.
—Tú también cocinas bien —Le dije y puse mi mejilla con encantada disposición cuando se acercó a mí y me amartilló la mejilla a besos.
—No como tú... Cielo santo, nunca había tenido una hija tan talentosa —Me eché a reír de su fingido y gracioso tono asombrado—. Cocina como si lo hiciera para los dioses...
—Tú pareces una diosa...
—Dibuja como si quisiera plasmar a la más bella de las diosas...
—Tú estás digna de ser plasmada —La volví a interrumpir con una sonrisa en la boca mientras bebía de mi agua y la miraba revolotear por la cocina, alistándose para comer.
—Estudia como si quisiera impresionar a un rey...
—Seguro que conque tú estés impresionada me basta para inflarme el orgullo...
—Y es tan hermosa...
—Ya ahí sí te estás pasando —La detuve con la jocosidad en mi tono y me eché a reír cuando me miró terriblemente ofendida.
—Es tan hermosa... —intentó de nuevo mientras se acercaba lentamente a mí, su mirada fija en mis ojos como si quisiera decirme que no sería bueno interrumpirla. La sonrisa no se borró de mi boca— como la reina del mundo mágico de las hadas —terminó con voz de narrador y yo me eché a reír contenta cuando llegó por fin hasta a mí y siguió besándome como si se le fuese el mundo en ello, como cuando estaba pequeña y lo hacía finalizando el ataque con un soplo fuerte sobre mi cuello hasta que éste sonaba como una pedorreta y me hacía cosquillas hasta las carcajadas.