El amor puede ser expresado de todas las formas posibles e interpretado de las maneras más erróneas o certeras que existen.
Yo creo en el amor; lo he tenido siempre. Lo he palpado en los abrazos cariñosos de mis mejores amigas. Lo he oído en cada aplauso que mis tímpanos han captado al bajarme de un escenario.
Y finalmente lo sentí la primera vez que caí en sus brazos; enamorándome de la sensación de avispas en él estómago que aparece cuando se está enamorado.
Había aprendido a jugar con él cuando lo convertí en mi pieza favorita del dominó, lo palmé con mis manos unas cuantas veces y evité soplar a su costado para no arruinar nada de la perfecta armonía que lograban crear todas las piezas una detrás de otra. A milímetros de distancia entre ellas, como el corazón del pecho.
Pero un día, mi pieza estrella se rebatió entre caer y quedarse parada, resistir a la tentación de conocer una nueva boca. O por otro lado, emprender un nuevo viaje, elegir descubrir nuevas sensaciones que llenaban al corazón de incertidumbre, y enamorarse de otras miradas.
Fue una partida dura de dominó.
Una guerra entre el ajedrez y su lógica; El amor y el desconcierto.
Pero al final mi pieza estrella se estampó contra el suelo.
Y con ella, todas las demás.
Una a una, cada pieza fue golpeando contra el piso de cerámica, desintegrándose, rompiéndose y desapareciendo cada recuerdo que iban con ellas.
Mi juego de dominó estaba roto y ya no servía.
Había pasado de tocar con las manos el cielo, para bajarme de un bombazo a la realidad y perderme en todas las inseguridades.
Yo había quedado en un horrible segundo plano en cuestión de segundos.
Había visto como, por delante de mis ojos, las piezas se tambaleaban sobre un tablero demasiado frágil e incapaz de sostenerlas a todas.
Y como tal, como si la vida fueran malabares y cada pieza de mi dominó se convirtieran en sus esferas que desorbitaban;
Mi mundo se terminó desbordando.
Y el malabarista perdió su esencia.
Había sido una reina convertida en títere.
Una princesa sin su príncipe.
Me habían despojado de mi corona para dejarme a un costado la escoba de la bruja.
Me habían convertido en la mala del cuento, escondiéndome bajo la faceta de la chica rubia y popular. Que vestía su traje de animadora y no salía de su casa sin una gota de maquillaje.
Y si, esa era yo en realidad. Yo era esa porrista, yo era esa loca de las compras , y yo me había convertido en esa malabarista sin esencia.
Pero por esa misma esencia, había perdido mi corona, había dejado que me quitaran el papel de princesa y me prejuiciaran a ser solo una antagonista, una villana al que el zapato le calzaba perfectamente.
De una patada me habían volado de mi trono.
Y ahora me tocaba a mi, con uñas y dientes, con novio o sin novio volver a obtenerlo.