Mis cejas se arquearon y me quedé estática en mi sitio. El chico se acercó al capó del auto con una mueca de disgusto, al ver como las luces de su auto también se habían dañado espantosamente.
Esperé a que dijera algo, pero cualquier comentario de disculpa quedó escondido tras otra voz. Los tres nos giramos a la vez. Ella se había quedado de pie al costado de la puerta delantera y miraba al otro chico con una mueca de incredulidad.
—¡Que desastre! ¡Lo siento muchísimo! — exclamó, haciéndome volver la vista a su dirección.
Era castaña, delgada y unos pocos centímetros más baja que yo, se llevó las manos a la boca, mientras repetía otra vez a Max lo mucho que lo sentía, sin apartar su vista del enorme guantazo que le había dejado al coche.
El otro chico que había mantenido detrás de ella, se acercó para calmar su crisis de nerviosismo.
—¿Estas bien? ¿Te golpeaste contra algo?
La chica negó dos veces sin dejar de quitar su atención del coche y el daño.
—Fue mi culpa. ¡Te dije que todavía no estaba preparada para sacar la libreta! —le regañó cuando él quiso dejar caer sus manos en los hombros de ella.
—¿Eres el dueño del coche? —le interrumpió Max.
Con un gesto el chico de ojos azules le dijo que sí. Se llevó las manos a los bolsillos antes de añadir:
—Mierda, lo siento amigo. Te prometo que vamos a pagarte los daños.
—Si, eso está más que claro. ¡Fue mi responsabilidad! —aseguró la chica dando pasos rápidos hacia mi novio— Creí que estaban saliendo y apreté el acelerador porque no podía dejar escapar un buen estacionamiento. Entonces, tú aceleraste, me puse nerviosa y en vez de apretar el freno, pisé el otro embrague. ¡Soy una idiota!
—Fue un accidente, Kate. Ya pasó —hizo el intento de tranquilizarla otra vez —Por mi coche no te preocupes, mamá sabrá entender.
La tal Kate asintió, insistió en que eso no debería ser así, pero el chico volvió a hacer el esfuerzo para calmar su ansiedad una tercera vez.
—El daño de mi coche es mínimo —garantizó Max. Lo miré un poco sorprendida porque yo no lo percibía así—Solo se estropearon las luces. Las repararán rápido.
Intentó esbozar una sonrisa y eso pareció quitarle el peso de los hombros al manojo de nervios en el que se había convertido ella. Permanecí muda al costado del coche, prácticamente era un cuerpo inerte que no remediaba palabra, por lo hilarante que le resultaba el hecho de que no estuvieran percibiendo otro de los daños indispensables.
Llevé mis manos a los huecos de mis caderas antes de decidir inmiscuirme.
—¿Y mi teléfono? —alcé el aparato dejando a la vista su pantalla rota. —Lo pasaron por arriba con las ruedas, es su culpa.
Mi acusación fue inconscientemente directa contra la chica, los ojos grises de ella me miraron con sobresalto y estupefacción, enseguida asintió apartando la vista, y cuando creí que mediaría palabra, fue el turno de su amigo de interrumpirla.
—Eso es mentira.
—¿Perdona? — musité, mi total atención se volvió hacia él ofendida.
—Si lo hubiera pisado el auto, estaría hecho añico o partido en dos. —explicó, con un tono de voz egocéntrico y aburrido. —Seguramente solo se cayó, cualquier persona con dos dedos de frente lo deduciría.
No me pasó por desapercibido el insulto pasivo-agresivo.
—¿Y eso que más da? —protesté— Me lo rompieron y era nuevo. Tienen que pagármelo.
La expresión de su rostro me dejó ver que mi exigencia le resultaba absurda.
—Me parece que el coche de tu novio es un gasto más importante. —detalló, haciendo énfasis en la palabra novio como si eso resultara relevante— Además, ¿qué nos garantiza a nosotros que no rompiste el teléfono antes?
Durante un segundo, no reaccioné. Entonces, solté una risa inesperada y levanté la cabeza para mirarlo.
—¿Además de tratarme de estúpida, quiere tratarme de mentirosa?
Mi recriminación no le hizo gracia. Su rostro se transformó en una mueca.
—Solo digo que nada asegura que no estés intentando aprovecharte de la situación.
—Habértelo pensado antes de prestarle el coche a una persona que no sabe la diferencia entre el acelerador y el freno.
—A ella no la metas. —rebatió.
— ¡Pero si la culpa es de ella!
Ella abrió mucho los ojos y, justo cuando fue a protestar, Max interrumpió entre todos nosotros.
—Evitemos iniciar una pelea en la calzada.
—¡Pero quiero que reparen mi teléfono! —A esta altura era una niña berrinchuda haciendo berrinche por una tontería. Era consciente que eso era justamente lo que parecía, pero ese idiota egocéntrico debía saber que no podía tratarme de estúpida y mentirosa y no pagar las consecuencias.
—Mira, es sencillo. —el chico no se dirigió a mí, sino a Maxwell— Pásame tu número y luego te pago la reparación de las luces.
—No, Jay. Lo tengo que pagar yo —se negó la castaña de ojos grises.
Esta lo sujetó el brazo para no dejar que diera un paso adelante al querer acercarse para agendar el número de Maxwell. Y el susodicho sacó su móvil y le deletreó los números.
—Es mi coche de todas formas—Se encogió de hombros —Y sobre el teléfono...—giró un poco el mentón para mirarme. Mis ojos azules hicieron contacto con los suyos color cielo y esperé mínimamente una compensación—Con esa ropa que traes, dudo que te falte el dinero.
Y tuvo el descaro de regalarme una sonrisa antes de darse la vuelta para volver a subirse al coche.
Es que yo a este lo reviento...
—A ver si te...
Una mano en mi boca silenció la última parte de mi insulto.
—Déjalos, Ash. No te estreses—otra vez sentí los brazos de Maxwell adueñarse de mi cintura, imposibilitando mis ganas de abalanzarme contra ese idiota y gritarle todas sus verdades.
—¡Como que no! Lo dices porque a ti sí te pagaran el coche...—farfullé, lo que me enfurecía todavía más. Mi cara de enojo debía de ser chistosa porque se le plasmó una sonrisa diminuta. —Tú eres peor que ellos.