Tenía quince años cuando perdí mi virginidad.
Ninguna de mis amigas era virgen en ese entonces, y yo no soportaba más las charlas de las que me excluían cuando hablaban de sexo, con la excusa de que no estaba lo suficiente «entrada en el tema» como las demás. Por esos días los rumores en los pasillos eran la diversión de todo el mundo, algunos estudiantes se reían en mi cara cuando me veían caminar a un lado de Maxwell como si fuera su mascota. Nadie me creía cuando les decía que estábamos enamorados, que en verdad éramos pareja y que intentábamos formalizar una relación estable.
«¿Qué relación estable vas a tener tú si apenas sabes lo que es un beso?» Me preguntó una chica del último año, una vez luego del entrenamiento cuando me escabullí en una de esas charlas.
Con esa edad, teníamos la creencia de que una relación formal era la que tenía sexo de por medio. Era eso lo que diferenciaba un amor de niños a uno de adultos, una conexión de cuerpos que en realidad no representaba nada. Al día de hoy no podía sonarme mas estúpido, sexo no era igual a relación y relación no era sinónimo de veracidad.
Así que ese día me decidí a hacerlo, a tres meses de comenzar nuestra relación, le dije a Maxwell que quería internarlo. Él sabía que iba a ser mi primera vez, Brenda se lo había contado, pero Max nunca me respondió cuando yo indagué si sería la suya también.
Fui a su casa luego de clases, para ese entonces el Sr. Ryder no estaba enfermo y salía por las tardes a trabajar en la panadería, teníamos la casa para nosotros solos y no nos preocupó mucho el hecho de que alguien nos interrumpiera. Luego de hacer los deberes fuimos hasta el comedor para mirar tele, no llegamos ni a la mitad de la película cuando Maxwell ya había comenzado a desprender los botones de mi camisa.
Lo cierto es que llevaba meses ya con el gusanito de la incertidumbre ¿Qué iba a sentir en ese momento? Brittany había comenzado a agarrar experiencia luego de liarse con uno de los amigos de su hermana y contó en una de esas charlas luego del entrenamiento que había sido la mejor sensación del mundo. Sin embargo Brenda que comentó haberlo hecho con un chico de un campamento, expresó que le había dolido como mil infiernos. (Aunque luego, una noche de borrachera nos confesara que en realidad era una mentira y solo lo había dicho para no quedarse fuera de la conversación cuando se tocaba ese tema) me sentí una boba cuando lo admitió ¿Por qué no se me había ocurrido a mí esa misma idea?
Había hecho algo inmaduro sin premeditar por habérmelo tomado a la ligera.
Mi problema fue que traté mi virginidad como algo que necesitaba quitarme de arriba, un estorbo molesto que trazaba una linea entre mis amigas y yo. Traté al sexo como algo que debía hacer para demostrarle a un chico que tanto lo quería y no me lo tomé con responsabilidad ni compromiso. No di ese paso estando enamorada o con las verdaderas ganas de una persona adulta, sino porque quería convencer a los demás y a mi misma que era algo que yo en realidad quería.
Había pasado un mal trago pero terminé por dejar de arrepentirme. Al fin y al cabo mi madre tenía razón y el daño ya estaba hecho. Se corrían algunos rumores en la escuela pero ninguno lo suficientemente grave como para preocuparme, cada vez que algún chico se me insinuaba o me decía algo por este estilo, Maxwell lo amenazaba y lo apartaba de mí. Las personas comenzaron a creer más en nuestra relación y ya nadie rumoreaba por los corredores que éramos solo otra pareja de niños. Maxwell pasaba todo el recreo a mi lado procurando que nadie me molestara y yo era feliz paseando de su mano por los pasillos.
No había sido como esperaba, no hubo ni rosas ni velas. No fue en una luna de miel como había soñado ni con el hombre de mi sueño. Había sido con un noviecito de la escuela y un crío de quince años. No vi las estrellas, ni sentí las mariposas en el estómago, todo me resultó extraño, fugaz, el contacto de nuestros cuerpos solo fue piel y el rose de sus manos en mi espalda solo fue eso, un roce. Quizá combinando con una pizca de deseo pero demasiado lejos de las expectativas que los libros me habían impregnado.
Tras aquella vez con Maxwell, hubo algunas más. Me acosté con otros chicos buscando esa sensación electrizante que añoraba encontrar. Deseaba enamorarme y sentir más que solo un deseo. Pero al fin y al cabo eso no pasó y me convencí que el sexo era solo eso, un destello fugaz que se terminaba rápido, el flash de la cámara sacando una foto, el pinchazo de una aguja y el abrir y cerrar de ojos.
El timbre sonó y la profesora de cálculo dio por terminada la clase. Para mi mala suerte ninguna de mis amigas la tomaba conmigo y me veía obligada a caminar sola todo el corredor hasta llegar a mi siguiente clase.
Agarré mi bolso y meto adentro de este la calculadora y el libro, Me lo cuelgo al hombro y salgo, voy entretenida pensado en lo que tengo que hacer luego de la escuela hasta que veo salir del salón de Lengua al oji-verde. Él sale riendo de su clase con Bruce y Harvy, sus dos mejores amigos, se detiene al verme y se despide de ellos. Yo los saludo con un gesto de mano y ellos se van por el sentido contrario cuando alguien los llama. Me acerco a Max plantando un beso en su mejilla.
— No te vi en todo el día. Ayer no contestaste mi mensaje, me preocupé por tu abuelo — Le recrimino al mismo tiempo que él toma mi bolso para llevarlo. Siempre lo hace, es un gesto cariñoso que mantenemos a lo largo de los años. Todo comenzó una vez cuando me fracturé la muñeca en gimnasia haciendo el paro de mano, estuve seis meses con yeso y en todo ese tiempo él se encargó de cargar con mis cosas. Me esperaba en la puerta de cada salón y llevaba mis libros hasta la mesa que ocupara. Se había comportado genial conmigo y en parte era porque se sentía culpable, yo no me habría caído ese día si él me hubiese tomado de las piernas como la profesora indicaba. Pero en vez de eso había estado ocupado tonteando con una compañera de clase.