Los pasillos de la preparatoria comienzan a tornarse más bulliciosos estos últimos días; con la noticia de que en quince días se repetiría otra vez la competencia y de mañana se festejaría el baile anual para darle la bienvenida al invierno; Los ánimos de los estudiantes estaban a tope. Mi cabeza se comienza a volver un lío, tanto que ya comenzaba a soñar con guirnaldas de copo de nieve y partituras de canciones.
Sigo mi camino por el estrecho corredor que empieza a vaciarse de estudiantes luego de que sonara el tercer timbre, he pasado toda mi mañana organizando los últimos detalles para la noche del sábado, y los ratos libres adelantando tarea para mis otras clases. Acabo de salir del laboratorio de química luego de haber tenido que prestar una exposición oral de los alquímicos y metales, para ahora tener que salir pitando de esa clase y correr por los pasillos hasta la otra punta del edificio. Mis plataformas de punta fina resuenan contra la cerámica blanca del suelo, esquivando a los pocos estudiantes que se atraviesan en mi camino y les dedico una sonrisa amigable a todos aquellos que me saludan.
El bolso lleno de libros pesa en mi hombro y mis manos están ocupadas rebosando de carpetas y de una pancarta a medio terminar, que los alumnos encargados de decoración deben adornar y colgar sobre el escenario montad en el gimnasio. Luego de matemáticas tengo que volver al gimnasio para ayudar al comité de alumnos con los últimos preparativos.
Entro a mi salón cinco minutos antes de que comience la clase y dejo caer todos los materiales sobre mi escritorio, me asesoro de que la pancarta no se haya arrugado ni despegado sus letras y la dejo rebosar en la silla libre a mi lado.
Saco de mi mochila mis demás útiles y seguido a esto me siento para descansar. Dejo escapar un suspiro ahogado, al fin podía darme un respiro y por una clase dejar de preocuparme por lo que me faltaba hacer. Dejo caer mi frente sobre las palmas de mi mano y cierro los ojos oyendo a mis otros compañeros llegar al salón. Una risa característica llama mi atención y alzo la cabeza un poco para ver a Maxwell dirigirse hacia donde yo estoy y sentarse en el escritorio vacío que se encuentra detrás de mí.
— ¿Cómo estás? — Saluda besando mi cabeza luego de pasar por mi costado, deja el único libro que lleva sobre la mesa y saca de su bolsillo un lápiz y una goma.
— Como para que me arroye un tren — Espeto y vuelvo a apoyar mi cabeza sobre las manos. Mi estómago ruge debajo del escritorio, no me alcanzó el tiempo a comer algo y el hambre ya comienza a pasarme factura. Tengo que asegurarme de bajar a la cafetería al menos a comer una barrita de cereales si no quiero volver a despertarme en un hospital con suero atravesando mi brazo.
— Deberías tomarte un descanso, ya hiciste suficiente hoy— Comenta con reproche. Espera una respuesta de mi parte pero no la obtiene, estoy ocupada organizando las carpetas de asistencia que tengo que entregar a dirección. — ¿Hiciste la tarea?
Pregunta cambiando de tema y asiento. Levanto mi cabeza y le indico con un gesto mi libreta.
— ¿Me la prestas? Ayer trabajé hasta tarde.
No desconfió de sus palabras, a pesar de que no es la primera vez que me dice esa excusa y le tiendo la libreta, él se apresura a copiar las ecuaciones en su cuaderno. No tengo tiempo para cuestionarme a mi misma si creerle o no.
Mientras termino de organizar por grado las carpetas, recuerdo nuestra última conversación y pregunto:
— ¿Cómo está tu abuelo? ¿Las medicinas le ayudaron?
— Se encuentra mejor, gracias, espera a que pronto lo visites. Ayer a tarde Kate lo conoció y a mi abuelo le cayó de maravilla, ella le preparó tarta de moras y fresas y jugó a las Damas con él — Cuenta quitando la vista del cuaderno para mirarme sonriente — Son pocas las personas que le caen bien a mi abuelo y estoy feliz que Kate sea parte de ellas, tendrías que dejarte conocerla, es una chica buenísima y carismática que se gana a todo el mundo.
— Me alegra saber que el Sr. Ryder está mejor, iré a visitarlo pronto cuando termine con esto de los exámenes y la competencia — Le prometo, hace más de dos meses que no pisaba la casa de Maxwell y ya estoy extrañando pasar la tardes libres del peli-negro con él— Veo que tú también caíste en las garras de la «adorable Kate» — Bromeo — Y después dicen que los hechizos solo los hacen las brujas.
Él no se ríe como yo lo hago y cambia su semblante a uno un poco más serio.
— No te dejes engañar por solo un malentendido — Se queja — Nunca la oí hablar mal de nadie y no creo que lo haya hecho contigo aquella vez, puede que la hayas escuchado mal y te equivoques. Dale una oportunidad, Ash. No pierdes nada.
Aprieto mis manos formándola un puño, nunca me consideré una persona celosa. Los celos son el sentimiento que se crea por el miedo de perder a alguien y siempre tuve en claro que yo nunca perdería a Maxwell. ¿Por qué ahora comienzo a sentir un nudo en el estómago cada vez que lo escucho hablar de ella?
— Tú puedes dudar de mi palabra pero no de la de ella ¿no? — Indago y lo miro directamente, me río intentando no mostrar mi molestia— Porque claro, ella es la buena y yo soy la mala, ella es la que no mata ni una mosca y yo soy la que va por la vida con un raticida entre las manos. ¿verdad?
Suelta de mala manera y a él eso le sienta con sorpresa.
— Tú no eres la mala Ashley, no se trata de solo ser blanco o negro, tu también tienes tu carisma que hace que a todo el mundo le caigas bien, a tu manera.
— ¿A mi manera?— repito frunciendo el ceño.
— Son carismas distintos, ella es amistosa, risueña y cálida. Tu...— Toma mi mano apretándola — eres prepotente, dominante y tienes esa invulnerabilidad que hace que todo el mundo te respete.
— Pero no soy ni cálida, ni amistosa ni risueña. — Repito con escama. Me estruja el corazón cada palabra con la que la describe, ella es la descripción perfecta de una flor en primavera mientras yo soy la espina de astilla que cubre a la higuera. — Tú me querías así antes.