Una antagonista perfecta

26. Gucci

La navidad es para mí la época más bonita del año. La ciudad se adorna de rojo y dorado; con  guirnaldas verdes colgadas en las ventanas de las casas, los niños en los jardines arman sus muñecos de nieve con gorritos de lana, las familias reunidas y la cocina atestada al aroma de pavo recién horneado que tanto me gusta.

La navidad es para todos una época de magia, de familia y amor. Y a pesar de trabajo de mis padres, esta fecha única en el año también cobra importancia.

Volamos a Wisconsin el miércoles por la mañana, a dos días de noche buena. Mi padre se comprometió a ir a la fiesta de recaudación que todos los años las empresas asociadas hacen y toda la familia nave se reunió. Celebramos la navidad con la familia de mi padre; mis abuelos,  de casi ochenta años, su enfermera y las dos hijas de ella, Olivia Y Cassdy que han crecido siendo como primas para mi. 

Pasamos con ellos los tres días restantes, hasta el sábado a la noche que era hora de volver a casa, cenamos en familia en un restaurante cerca de la capital y disfrutamos de los villancicos que una banda sonora compuso durante la cena. A la mañana del sábado abrimos los regalos, ese mismo día me encargué de llamar al tío Frederick para desearle a él tanto como a Sarah una feliz navidad y finalmente a las ocho de la noche ya estábamos embarcándonos para volver a Pensilvania. El domingo por la mañana cuando me levanté una nota de mis padres me esperaba sobre la mesada de la cocina, un socio de su trabajo estaba enfermo y ellos tenían que ir a visitarlo por cordialidad. No llegaron hasta las siete PM, para esa hora yo ya había pasado todo mi domingo mirado películas y llamado a mis amigas para ver que tal habían estado sus días de vacaciones.

Ahora, quince horas después, estoy parada frente a la puerta a la espera de Peter para que me lleve al instituto.

Nueve días después del baile y es hora de afrontar la realidad que por doscientas dieciséis horas había estado trastornando mi cabeza.

Maxwell me ha dejado.

Aunque quizá nunca hubiésemos estado juntos realmente.

Sin embargo a la vista de todos los demás si lo habíamos estado y ahora tocaba dar la cara a lo sucedido. Estuve esperando durante toda la semana una llamada de su parte, hasta me hubiera conformado con solo un mensaje de disculpas sin muchas vueltas. Pero ni siquiera había conseguido eso y él nunca se dignó a dar la cara durante esos nueve días. Supongo que las corazonadas son solo cosas de libros a veces. 

 Siento la mirada de algunos calarse en mi cuello cuando camino en dirección a mis casilleros. Es como sentirme de nuevo como una nueva alumna perdida en su primer día, todo me parece ajeno, las miradas me resultan extrañas y la seguridad se esfuma de mi cuerpo por cada paso que doy hacia delante. 

Verme tan perdida y desorientada no es algo muy usual por estos pasillos. Normalmente, mi apellido  es sinónimo de eficiencia y perfección. Nunca le alzo la voz a nadie, siempre trato con amabilidad a todos los alumnos, y me encargo de dar un mano a todo el que lo necesita. Ayudo a profesores a corregir exámenes y hacer recados, e incluso sonrío a todos los cocineros y conserjes cuando me los cruza haciendo su trabajo. Ashley Nave tenía un novio perfecto y un grupo de amigos que la admiran. Es una chica correcta, enfocada y concentrada en sus estudios. 

Ashley Nave es increíble

Ashley Nave es admirada

Ashley Nave nunca está triste. 

Y por primera vez, Ashley Nave ni siquiera sabe quien es ella. 
 

Maxwell me lo había dado todo en esos primeros años. Me había otorgado parte de su popularidad, me había presentado a sus amigos y había hablado con la entrenadora Jones para que me concediera una oportunidad en las pruebas de porristas. Maxwell se había convertido en mi ancla a tierra, mi equilibrio que hacía que todo sucediera como debía ser. Y ahora, que me ha dejado, me siento tambaleando otra vez por la cuerda floja. 

Y me sentía una idiota por eso. Porque si algo me habían enseñado mis padres era a a no depender de nadie, a forjar mi propia reputación y a labrar mis mismas oportunidades. Me enseñaron a ser fuerte, autónoma y autárquica. Pero resulta que nunca pensé tener que desprenderme de Maxwell. Tener que hacerlo se siente como quitarse una extremidad del cuerpo, algo que creí imprescindible. Porque se volvió imprescindible, hasta que un día tuvo que dejar de prescindir. 
Recuerdo perfectamente todas las veces que como presidenta, me tocó dar comienzo y final al discurso de cada año, con más de los ochocientos estudiantes observándome y cada profesor y familias oyendo las palabras que saliesen de mi boca. Recuerdo que Maxwell había estado ahí. En cada discurso, cada competencia, cada reunión con los mejores ejecutivos que trabajaban a la par de mis padres, Maxwell había estado ahí. Nunca me había temblando el labio para hablar, nunca había bajado la cabeza, ni había sentido mi corazón palpitar con tanta fuerza porque sabía que él estaría ahí para mi. Acompañándome y siendo mi respaldo. 

Y ahora ya no tenía ese respaldo. 

Quizá y Maxwell si es un talón de Aquiles en mi vida después de todo.

Finalmente llego al laboratorio de química con diez minutos de sobra, solo hay dos alumnos ocupando sus asientos y ninguno se fija en mi cuando paso por su costado hasta la última mesa  al fondo del salón. Dejo mis libros y me siento en la silla alta de acera donde ni siquiera logro dar pie, me pongo a repasar la tarea de la clase pasado y otro par de alumnos llegan. Nadie presta atención a lo que hago, y por fin esta vez estoy agradecida por ello. La clase por primera vez en años, se pasa tan rápido que apenas me doy cuenta, sumida en el mundo de los herméticos y los alquímicos ni siquiera me doy cuenta cuando las campana suenan y mis compañeros salen de la clase para irse a una descanso. 



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En el texto hay: adolescentes, juvenil, musica

Editado: 19.09.2020

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