Entre suaves colinas forradas de frondosos árboles dorados se hallaba Oakville, un pequeño pueblo de ensueño de los que solo parecen existir en los cuentos. Sus calles adoquinadas y las farolas antiguas le daban un aire romántico, y el aroma a pastel de calabaza recién hecho flotaba desde la panadería local, mezclándose con la brisa fresca de octubre.
En el centro de este lugar de ensueño se alzaba una majestuosa biblioteca de construcción victoriana. Sus detalles de madera intrincadamente tallada y sus vidrieras de colores bailaban con la luz del sol, proyectando sombras y reflejos arcoíris sobre el suelo de madera desgastado. La biblioteca era un refugio de conocimiento y tal vez algo de magia, un lugar donde las historias susurraban desde el corazón de los libros.
Entre los interminables estantes repletos hasta el techo había un guardián invisible que cuidaba de la biblioteca. Nadie lo había visto, pero él flotaba por encima de las estanterías día y noche desde que se construyó la biblioteca y entró en ella el primer libro; se movía de un estante a otro, colocando los libros con delicadeza de vuelta en su lugar y atravesándolos con su cuerpecito etéreo para quitarles de golpe todo el polvo. De vez en cuando le daba de comer a los murciélagos que vivían en el tejado, y también a la familia de ratones que habían construido su casita bajo un escalón de la retorcida escalinata.
Se sentía a gusto en aquel refugio, un hogar tanto para las historias como para quienes buscaban un momento de paz y respiro en medio del ajetreo de la vida. Había estado siempre allí, desde el principio, y consideraba aquel su hogar. Su nombre era Whisper, y su misión era sencilla: ayudar a los visitantes de la biblioteca, percibiendo sus emociones e intereses, para encontrar el libro perfecto, pues creía firmemente que los libros hablaban, y que encontrar la historia adecuada en el momento oportuno podía cambiar vidas enteras. Y todo lo hacía en secreto, por supuesto, pues no podía dejar que ningún mortal viese su forma fantasmal.
Pero últimamente Whisper notaba que algo había cambiado. La biblioteca, antes llena de vida, se había vuelto extrañamente silenciosa. Las risas y las conversaciones en voz baja de los lectores habían desaparecido, reemplazadas por un silencio un tanto incómodo que solo se rompía rara vez con la risa de algún niño que entraba ilusionado buscando un libro.
Whisper notaba una inquietud creciente vibrando en cada átomo de plasma, como si su mundo estuviera a punto de desmoronarse. Lo que no sabía era que el futuro de la biblioteca estaba en juego y que el destino de su hogar corría peligro.