Había pasado una semana desde que Lyra llegó a la biblioteca y aquella mañana de sábado aún no había entrado ni un alma en busca de lecturas. La única persona que había pisado la biblioteca era una mujer anciana preguntando por el lavabo. Whisper había limpiado los estantes tres veces y los ratones y los murciélagos dormitaban ahítos de galletitas saladas, uvas y queso.
Lyra comenzaba a quedarse dormida sobre el mostrador, con la cabeza apoyada entre las manos, cuando las pesadas puertas de roble victorianas crujieron al abrirse de golpe, dejando entrar una ráfaga de viento salpicado de lluvia que hizo temblar las páginas de los libros más próximos. Fuera se había desatado una tormenta con relámpagos y truenos que retumbaban en el interior haciendo estremecerse a los ventanales. Una familia de cuatro personas entró a toda prisa, con las cabezas cubiertas por las chaquetas y los restos de lo que parecía un picnic entre los brazos libres. Sus risas resonaron en la diáfana y silenciosa sala, despertando a Lyra por completo.
—¡Buenos días! —saludó Lyra con renovado entusiasmo. Whisper flotaba detrás de ella, alertado también por el escándalo de los recién llegados.
—¡Perdón por entrar así! —respondió la madre de familia con una sonrisa amplia—. Estábamos de picnic en el parque de al lado y nos ha pillado la tormenta. Hemos pensado en aprovechar para escoger un libro cada uno mientras esperamos a que escampe.
—¡Dragones! —chilló la niña menor, echando a correr hacia el rincón de la sección infantil, en la que un enorme dragón de peluche estaba rodeado de libros con ilustraciones de brillantes dragones esmeralda y rubí. El padre se dirigió directamente a la sección de historia y la madre, hacia la de thriller.
Pero fue el hijo mayor quien captó la atención de Lyra. El chico caminaba detrás de ellos, concentrado en su móvil, con el ceño fruncido y los pulgares danzando a toda velocidad por la pantalla. Se dejó caer en uno de los mullidos sillones, sin levantar la vista del teléfono mientras su familia desaparecía entre las altísimas estanterías.
Lyra no pudo evitar sentir una punzada de simpatía por el chico. Recordaba perfectamente la frustración de ser arrastrada a la biblioteca de niña, obligada a soportar lo que en su momento consideraba el tedio de todos los domingos, cuando lo único que deseaba era jugar al aire libre con sus amigas. Sin embargo, en algún momento había tenido la fortuna de enamorarse de la lectura y ahora sabía que su misión era compartir esa pasión con los demás.
Con una sonrisa decidida, Lyra se acercó al chico con pasos ligeros y silenciosos como los de un gato.
—¿Está interesante? —preguntó con una sonrisa cálida, a lo que el chico solo respondió con vago movimiento de cabeza, sin levantar la vista. Lyra lo volvió a intentar—: ¿Qué tipo de juegos te gustan?
El chico alzó la vista de golpe, con gesto molesto y desconfiado.
—¿Y a ti qué te importa?
«Vaya, qué genio tiene», pensó Lyra.
—Bueno —dijo sentándose en el brazo del sillón— pensaba que quizá podría encontrarte un libro tan emocionante como tus juegos. Algo que te haga olvidarte del móvil por un rato. Veo que te queda poca batería y parece que va a seguir lloviendo un buen rato.
—Sí, claro. Como si existiera un libro capaz de hacer eso... —bufó el chico.
La sonrisa de Lyra se desvaneció un poco, pero no se rindió.
—¿Y si te dijera que hay libros sobre dragones y magos, sobre exploraciones espaciales y viajes en el tiempo? Libros que pueden llevarte a aventuras increíbles y enseñarte cosas alucinantes a la vez.
El chico puso los ojos en blanco y resopló.
—Es aburrido.
Lyra suspiró. Siempre era igual con los lectores reacios; ya habían decidido que los libros no eran para ellos antes de darles una oportunidad. Pero no podía rendirse, no cuando sabía la felicidad que la lectura podía aportar.
—De acuerdo, te propongo un trato. Te encuentro un libro que creo que te encantará y, si no te gusta, no volveré a molestarte con la lectura. ¿Hecho?
Él dudó un momento y luego se encogió de hombros.
—Como quieras. Pero estás perdiendo el tiempo.
Lyra sonrió, sintiendo que su ánimo volvía a ella. Se levantó y caminó hacia la sección juvenil. Recorrió las estanterías, pasando los dedos por los lomos con una caricia ligera, en busca del libro perfecto. Tenía que ser algo emocionante, algo que captara la atención del chico y lo dejara sin aliento , algo que le hiciera abrir sus páginas y que ya no lo soltara.
Mientras buscaba, Lyra sintió una presencia a su lado. Miró en ambas direcciones, pero allí no había nadie. Nadie visible al ojo humano, claro. Whisper flotaba justo sobre su hombro, muy concentrado, susurrando posibles títulos al oído de la nueva bibliotecaria. Había observado la escena con curiosidad y estaba seguro de que juntos darían con el libro perfecto para el chico.
Lyra sonrió de pronto; una chispa de inspiración —o eso creía ella— había cruzado su mente. Sabía exactamente qué libro elegir. Alzó la mano y sacó un volumen delgado de la estantería, con una portada en la que un caballero de armadura dorada protegía a un grupo de chicos con su escudo. Era el mismo libro que despertó su amor por la lectura, hacía ya muchos años. Aquel libro lo cambió todo.