Una biblioteca fantasmal

5

En la suave penumbra de la sala de juntas del Ayuntamiento de Oakville un grupo heterogéneo de concejales se reunía alrededor de una mesa de roble centenaria. El aroma a café recién hecho y cera de muebles recién pulidos inundaba el aire, intentando sin éxito suavizar la atmósfera cargada de preocupación. Lyra, la la más reciente incorporación al pequeño pueblo, estaba sentada entre la alcaldesa Thompson —una mujer de porte firme, cuyo pañuelo de estampado paisley resaltaba ante la sobriedad de su traje marrón— y el señor Abernathy, el panadero del pueblo, quien no podía evitar arrastrar consigo una leve nube de harina y azúcar glasé allí donde fuera.

La alcaldesa Thompson carraspeó, atrayendo la atención de los presentes. Su mirada se posó en los gráficos desoladores que yacían sobre la mesa, hablándoles a todos de una realidad cruda y desalentadora:

—Ya no podemos demorar más este asunto —dijo con firmeza—. La asistencia a la biblioteca ha caído en picado en los últimos años y los costes de mantener un lugar tan antiguo como ese son muy elevados. Cada temporada de lluvia hay que reparar el tejado y desatascar los canalones, y solo Dios sabe cómo aún siguen colándose los murciélagos y los ratones, por muchas trampas que pongamos. Con tan baja asistencia, no podemos permitirnos esos gastos.

El ambiente en la sala se tensó un poco más cuando un murmullo de descontento comenzó a extenderse entre los concejales. El señor Abernathy dejó su rodillo a un lado sobre la mesa y se inclinó hacia adelante, con el ceño profundamente fruncido.

—¿Qué opciones tenemos, alcaldesa? —su voz arrastraba una nota de preocupación.

La alcaldesa Thompson vaciló un instante, tamborileando los dedos sobre la mesa antes de hablar.

—Hemos evaluado varias alternativas —dijo, midiendo cada palabra—, y las más viables serían transformar el espacio en un centro comercial o... en un aparcamiento.

El aire se llenó de un jadeo colectivo, seguido por un caos de protestas ahogadas. El pecho de Lyra se encogió ante las palabras de la alcaldesa. ¿Un aparcamiento en lugar de la biblioteca? La sola idea le resultaba insoportable. Aquel lugar había sido un refugio para tantos, un santuario donde las historias vivían y respiraban. Un portal a miles de mundos.

Mientras sus pensamientos se aceleraban, buscando desesperadamente una solución, Whisper, oculto en la penumbra, también escuchaba. Aquella era la primera vez que salía de su biblioteca, jamás había puesto un translúcido pie fuera de su hogar. Lo más lejos que había llegado nunca era al buzón junto a la cerca que rodeaba el viejo edificio victoriano. Su forma translúcida temblaba de angustia por estar tan lejos de su hogar, aferrando con fuerza el marco de la puerta.

Lyra sintió que las palabras se le atascaban en la garganta, pero logró alzar la voz por encima de la mesa para que la escucharan:

—Entiendo la necesidad de ser prácticos, pero hay en juego algo más importante. La biblioteca es el alma de nuestra comunidad, el lugar donde nuestros jóvenes descubren nuevos mundos, donde todos hemos encontrado alguna vez consuelo o inspiración. No podemos perderla, no sin intentar salvarla.

Los concejales intercambiaron miradas dubitativas hasta que un tímido aplauso solitario rompió el silencio que siguió a sus palabras, extendiéndose poco a poco por la sala de uno de en uno, contagioso. Lyra sintió un leve calor de esperanza en el pecho. La alcaldesa asintió, visiblemente pensativa.

—Tus palabras son conmovedoras, Lyra —concedió—. Las consideraremos. Nos reuniremos de nuevo la próxima semana para tomar una decisión definitiva.

Cuando la reunión se dispersó, el peso de la incertidumbre aún colgaba del aire, pero Lyra no se rendiría. Al salir al fresco viento otoñal, no podía evitar sentir que el destino de la biblioteca colgaba de un hilo muy fino. Sin embargo, lo que ella ignoraba era que, en las sombras, Whisper ya había comenzado a urdir su propio plan para proteger su querido refugio.

El viento soplaba suavemente, arrastrando hojas de colores por las calles adoquinadas de Oakville. El otoño había teñido los árboles de tonos rojizos y dorados, y las calabazas talladas decoraban las puertas de las casas, iluminadas por una tenue luz naranja. La biblioteca, con sus ventanas iluminadas, se alzaba como un faro en medio de la tarde, invitando a la gente a adentrarse en sus mágicos secretos.

Lyra se detuvo frente a la entrada, mirando el edificio con nostalgia. En aquel lugar el tiempo se detenía y solo importaban las historias que habitaban sus estanterías. Ahora, sin embargo, la biblioteca se enfrentaba a un futuro incierto, y temblaba al pensar en todo lo que podría perderse.



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En el texto hay: fantasmas, halloween, cozy

Editado: 21.10.2024

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