Madrid, España, nueve años atrás...
Una ráfaga de aire comenzó a mecer las hojas de los arbustos que rodeaban el jardín trasero de la casa de Elizabeth avisándole a que algo malo se acercaba. La joven de cabellos color rubio cerró los ojos con fuerza mientras se mecía en su columpio, ¿qué otra desgracia le podía suceder? Deseaba con fuerzas desaparecer, lanzarse desde un acantilado y dejar que su cuerpo se esfumara entre las olas.
Sentía que su corazón dolía con cada latido, ¿alguna vez podría dejar de doler? Preferiría haberse caído de su bicicleta, que la hubieran asaltado o que los golpes de alguien la tocaran, porque sabía que el dolor físico, los golpes, los moratones podían curarse, pero la traición de la persona que amaba no.
—¿Aún no estás lista para ir a la escuela? —preguntó su madre en un susurro acariciando su cabello.
—No quiero ir mamá —gruñó ella y se aferró del frío hierro de las cadenas como si fueran su salvación.
—Debes enfrentarte a tus problemas, en esta vida siempre tratarán de hacernos daño, pero solo tú permites si te lastiman o no.
—Él me engañó mamá. Yo lo amaba, le entregué todo, desde mis caricias hasta mi cuerpo, ¿y qué fui para él? ¿Una puta apuesta?
—¿Lo has hablado con él? —preguntó su madre pensando en Azael, las veces que había acompañado a Elizabeth a su casa el color de su aura nunca fue de una persona que no estaba enamorada, y si algo sabía ella era que las auras nunca mienten.
—¿Para qué? No necesito que me restriegue en la cara lo tonta que fui o que se jacte de como me hizo el amor.
—Siento que deberías escucharlo, ya ha venido varias veces desde la fiesta.
—Pues se puede pudrir en el infierno...
—¡No digas eso Elizabeth! Sabes que debemos tener cuidado en como decimos nuestras palabras.
—No te preocupes madre, les prometí a ti y a papá que no lanzaría una maldición sobre él.
—Es lo sabio querida.
—Pero no prometo contenerme a jugar con ellos cuando se me crucen los cables.
—Recuerda que no podemos usar la magia para fines malvados.
—¿Y quién dijo que seré malvada madre? Solo me divertiré un poquitín, después de todos para ellos solo soy la rara de la escuela nunca me verán venir.
—Elizabeth no me gusta que sientas odio en tu corazón...
—Creo que voy retrasada para la escuela —Elizabeth dio un salto lanzándose del columpio y besó a su madre en la mejilla— ¡Te quiero!
Corrió al interior de la casa y tomó su mochila en la isla de la cocina. Vio a su padre sentado en una esquina con su café en la mano y el periódico en la otra.
—¿Quieres que te llevemos pequeñaja? —preguntó su padre mirándola con ternura.
—No es necesario papi, ¿van a salir hoy?
—Tu madre quiere buscar unas cosas en el super y de paso daremos una vuelta.
—Los veo cuando regrese, hay algo que me gustaría hablar con ustedes.
Su padre se tensó, colocó el periódico en la mesa y la miró como si estuviera analizándola.
—No trates de leerme la mente padre, sabes que es en vano conmigo.
—Muy hija de tu madre, ¡sí señor!
—Pero nos quieres...
—Con toda mi vida, y ahora corre que se te va hacer tarde.
Una hora después Elizabeth entraba al aula, sintió que todas las miradas caían sobre ella.
—Permiso profe...
—Elizabeth es la primera vez que llegas tarde, ¿estás bien?
«¡Hala con la profe! Tenía que preguntarle justo ese día»
Levantó el mentón y con una sonrisa sínica que no creía que podía llegar a tener le respondió.
—Me he olvidado de poner el despertador, profe.
—Toma tu asiento y espero que esta conducta no se repita.
—Gracias...
Evitó mirar a nadie y caminó erguida hasta que se sentó en su pupitre. Escuchó unas risitas a su espalda y sabía que era el grupo de Azael.
«¿No querían saber si ella era una bruja? Pues ahora sí que lo iban a saber»
Se giró con una sonrisa en los labios para mirarlos, recorrió la cara de cada uno, sin llegar hasta él. Primero se fijó en Brian, el cabecilla del grupo, la risita era de él, así que acababa de avanzar al número uno en la lista. Vio que estaba recostado en la silla y se tocó la punta de su nariz para disimular sus palabras.
—Infra...
Las patas de la silla de Brian cedieron bajo su peso y su cuerpo cayó desparramado en el suelo.
—¡Brian! ¿Estás bien? ¡Jesucristo estás sangrando! —chilló la profesora cuando vio que se había hecho una brecha en la frente.
—Ups... —susurró Elizabeth.
Los pasos de sus compañeros acercándose a él la hicieron volver a la realidad, se giró en su silla y tomó su libreta para copiar las palabras que había en el pizarrón.
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Editado: 10.11.2024