Una Bruja De Cuidado

CAPÍTULO 11

Para todas las personas que creen que el amor es más que química...

 

Nueve años atrás...

—¿En serio me estás preguntando lo que acabo de escuchar? —gruñó el padre de Elizabeth enfrente de la chimenea con un vaso de brandi entre sus manos, mientras miraba al joven de cabellos negros frente a él.

—No lo quería hacer sin su consentimiento señor.

—¿Pero no son demasiado jóvenes? ¡Dios dame paciencia, no estoy preparado para esto! —volvió a refunfuñar el padre.

—Cariño, —susurró la madre de Elizabeth— el joven está aquí pidiendo nuestro permiso, enfrentándose a los dos cuando ambos nos pudieron haber engañado.

—Esa nunca ha sido mi intención señora —se apresuró a decir Azael con rapidez, con el corazón latiéndole a mil por los nervios.

—Lo sé, Azael. —Le sonrió esta.

—No estoy preparado para que mi niña duerma fuera de esta casa.

—Cariño, la niña ha crecido. Acordamos que siempre la apoyaríamos en las cosas que ella quería.

—¡Pero ella ni siquiera sabe que va a dormir afuera! —gritó su padre.

—Me gustaría que fuera una sorpresa señor, pero si los deja más tranquilo podemos preguntarle a ella.

Azael rezó en su interior que confiaran en él, sabía que Glinda amaría la sorpresa y no le gustaría que lo supiera. Ambos necesitaban esa escapada romántica, cada beso que se daban despertaba un volcán dormido que si no era saciado podía explotar. Inconscientemente sonrió al pensar en como sería ese fin de semana, en su corazón tenía la certeza de que iba a ser espectacular, pero viéndose delante de los padres de Elizabeth le daba miedo fallarle, un miedo que cada día se convertía en una punzada que no lo dejaba dormir, necesitaba contarle la verdad, solo que cuando los labios de ella tocaban los suyos su mente se olvidaba de todo para poder pasar todos los segundos que podía a su lado y su conciencia se decía ¿por qué no esperar un día más?   

—Cariño, Elizabeth está de acuerdo —confirmó su madre acariciando la mejilla de su esposo—, solo necesito mirarla para decirte que está preparada para dar el siguiente paso.

—Es solo que yo no estoy preparado —confesó.

—¿Puedo decir algo más? —preguntó Azael y se frotó las manos.

—Claro, cielo.

—Les doy mi palabra de que la cuidaré, si ella no se siente a gusto conmigo a solas no tocaré más que sus labios...

—Como sí eso me calmara —gruñó el padre y su esposa soltó una carcajada.

—Tienes nuestra bendición Azael.

—Primero prométeme que no le harás daño —le pidió el padre de esta y trató de ver en el interior de su cabeza.

—Basta —le pidió su esposa y se interpuso entre ambos para que no leyera la mente del joven.

—Glind... Elizabeth —se corrigió— es lo mejor que me ha sucedido en esta vida, no quiero cagarla, así que trataré de no hacerle daño. No les voy a mentir puede que algún día lo haga porque por desgracia a veces llegamos a cometer actos estúpidos o decimos palabras que pueden herir a las personas que amamos.

Los padres de Elizabeth abrieron los ojos sorprendidos, aquel joven que tenían frente a él les hablaba con la verdad, no les decía solo las típicas palabras bonitas.

—Esperamos que eso nunca llegue a suceder —susurró el padre de Elizabeth y le dio el último sorbo a su brandi.

—Yo tampoco, porque si hay algo que no quiero en esta vida es perder a Elizabeth.

 

Elizabeth miraba sus manos entrelazadas mientras se dejaba guiar, su mente le gritaba de una manera escandalosa que se alejara de él, que no volviera a caer en el bache del que tanto le había costado salir, porque ella pensaba que lo consiguió ¿O no?

Sabía que no podía dejarse llegar a la cabaña, ir ahí sería su perdición, era como abrir un portal al infierno y al cielo al mismo tiempo, donde todos los recuerdos de esa noche mágica volverían a ella y justo cuando se acordara de todo lo que vino después sería como estar bañándose en el caldero de Satán. Tenía que buscar la forma de evitarlo, de no irse junto a él, ¿pero cómo podía hacerlo cuando él se sujetaba a ella de una forma que le decía que no a quería soltar?

—Necesitamos avisarle a Jireh, a tus padres y a tu hermana.

—Tengo el número de su esposo, el teléfono de él nunca fue intervenido, como es GEO siempre los limpian sus equipos de informática.

—Dame su número, tu teléfono está pinchado y yo tengo una línea desechable que siempre traigo conmigo.

—Primero lleguemos a un lugar seguro.

—No puedo ir a la cabaña Azael, no puedo... —le confesó Elizabeth.

Azael se detuvo y su corazón latió con fuerza sintiendo una llama de esperanza.

—¿Por qué no puedes ir Glinda?

—Si alguna vez verdaderamente me amaste no me hagas volver ahí, no puedo volver al pasado.




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