Una Bruja De Cuidado

CAPÍTULO 13

¿Alguna vez has temido tanto por la reacción de una persona cuando descubre tu secreto? Eso era lo que siempre le había sucedido a Elizabeth, temía tanto porque ese día llegara y ahí estaba, frente a un brujo recién estrenado y enojado, desprendiendo una furia que si la dejaba salir podía crear un nuevo apocalipsis que sería el fin de todos. Deseó volver a retomar su magia, necesitaba robarla para poder escapar de él y esfumarse como hizo nueve años atrás, aunque sabía que esta vez él no dejaría de buscarla.

—Azael... —tartamudeó y su voz era un susurro— Azael, por favor debes calmarte —gritó cuando tres relámpagos cayeron e hicieron resonar los cristales.

—¿Quieres qué me calme? —gritó él y cuando movió las manos un jarrón salió disparado hasta Elizabeth.

Elizabeth se tiró al suelo y sintió como el jarrón de cristal se estrellaba contra la pared.

—Dios... Glinda —Azael corrió preocupado hasta ella, nunca le haría daño por más odio que sintiera.

—Estoy bien... —susurró ella aún con el miedo alojado en su garganta.

—Lo siento... Yo... —Ahora fue él el que balbuceó— No sé que sucedió.

—Debes calmarte, tienes magia en tu interior, no sabes dominarla y en estos momentos eres como una granada sin el casquillo de seguridad, puedes reventar y mandarlo todo a la mierda en cuestiones de segundos.

—Lo siento...

Azael se dejó caer en el suelo con la espalda pegada en el borde de la cama, cerró los ojos y cubrió su rostro para que ella no viera el miedo que tenía de casi haberla golpeado.

—Azael —lo llamó ella, a pesar de los años aún podía sentir cuando él temblaba.

Gateó hasta él para arrodillarse a su lado, levantó una mano para tocarlo, pero temía que si empezaba no pudiera detenerse y sus manos se enredaran en ese cabello negro que tanto amó en su pasado. Se decidió por sentarse a su lado y cerrar los ojos para después de nueve años destapar la caja de pandora.

—Se llama Dylan —comenzó a decir ella y él abrió los ojos para fijar su vista en la lluvia que caía a través de la ventana— Descubrí que estaba embarazada el día que fui a verte después del partido.

—¿Me lo ibas a decir ese día? —la interrumpió él.

—Llevaba el test de embarazo en mi mochila y junto con ella muchos miedos porque prácticamente éramos unos niños.

—Dios, Glinda...

—Déjame terminar por favor, porque si no lo hago no creo que vuelva a hacerlo.

—Está bien Glinda —Azael tomó la mano de ella y entrelazó los dedos.

—¿Pero qué haces? —preguntó ella mirándolo con sorpresa, aunque no podía negar que la calidez de sus manos la embriagaban.

—Dejé que pasaras por aquel infierno tú sola, a veces contarlo es más difícil, así que esta vez no dejaré que lo hagas.

Elizabeth tragó con dificultad, notando que su pulso se alborotaba con las delicadas caricias que él le daba en la muñeca con su pulgar.

—Sé que fuiste a mi casa varias veces desde aquel día, te escuchaba pelear con mis padres desde el rellano de la escalera. Creé una barrera en mi ventana para no sentir como lanzabas las piedras e hice que los muros de mi casa fueran tan resbaladizos así no podías intentar llegar a mi ventana. Hubo días donde pensé que toda mi vida se había acabado, incluso me pregunté de qué servía ser una bruja si no podía tener mi propio cuento de hadas.

—Tener magia facilita la vida, no crea una nueva... —susurró él pensando en todas las veces que había pensado en volver a hacer su historia con Elizabeth desde que el poder circulaba en su cuerpo.

—Por desgracia es así. La mañana del día que volví a la escuela, las últimas palabras que tuve con mi padre era que debía contarles algo importante. Recuerdo que trató de leer mi mente y lo regañé como mismo hacía mi madre cuando lo intentaba con ella —Azael sonrió con ternura porque recordaba el amor que sentían los padres de ella— Después del acci... —Suspiró con lentitud, aún le costaba hablar de ese día— del accidente los policías me llevaron a mi casa, mi magia se descontroló y acabé quemando la casa... —Notó que Azael apretaba su mano y sonrió con tristeza, lo que hubiera dado por tener ese mismo apretón en el pasado— Junto a ella todos los recuerdos que teníamos.

—Los recuerdos siempre los tendrás aquí —puso el dedo índice en su cabeza y después lo dejó sobre su corazón— y los sentirás aquí.

Las miradas de ambos se encontraron, ambos vieron como sus ojos se humedecían; a veces el pasado es como una fractura que nunca termina de sanar y aunque te dicen que debes dejarlo atrás es todo un típico cliché, porque primero debes aceptar tu pasado, saber que, aunque había cosas que pudiste cambiar ya no lo puedes hacer, y si no estás bien con él seguirás viviendo en se bucle del que nunca podrás escapar y ese pasado se convertirá en tus demonios de la noche.

Elizabeth desvió la mirada cuando vio que la de él miraba sus labios con anhelo. Y ella no estaba preparada para eso, no podía arriesgar de nuevo su cuerpo y su corazón.

—Pasé esa noche en el hospital bajo la tutela del estado, mis tíos me recogieron a la mañana siguiente.

—¿Te criaron ellos?




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