Una Bruja De Cuidado

Capítulo 18

«Glinda, Glinda..sentía Elizabeth que le susurraba su conciencia.

La oscuridad la albergaba, sus ojos estaban cubiertos por una cinta de algodón gorda que le impedía ver. Escuchaba las carcajadas de Brian y deseó poder tener su magia para darle a probar de su propia medicina a ese estúpido. Un sonido ensordecedor rasgó el cielo en un relámpago y una llama de esperanza se encendió en ella, sabía que era él, tenía que ser él...

«Glinda, Glinda..Volvió a repetirse en su conciencia, pero esta vez con la voz de Azael.

«¿Azael?» —preguntó Elizabeth sorprendida. Era imposible.

«Dios estás viva...»

«¿Cómo carajos estás haciendo esto?»

«Tu tía, creó un vínculo para nosotros, o algo así, no entendí muy bien»

«La leche, nunca me lo había imaginado»

«Ni yo, ahora céntrate Glinda, ¿dónde estás?»

«Es Brian, es él...»

«Lo sé, pequeña, lo sé. ¿Dónde estás? ¿Dónde te tiene?»

«Aún no nos hemos detenido»

«Te voy a encontrar Glinda, te...»

—Vaya, vaya, pero si está despierta nuestra pequeña amiga —escuchó decir a Brian y su cuerpo se tensó.

—¿Qué haces Brian? ¿Estás loco?

—Loco estuviera si dejara de aprovechar esta oportunidad. Serás mi moneda de cambio.

—¿A dónde me llevas Brian?

—En estos momentos a dormir.

Elizabeth sintió un pañuelo mojado sobre sus fosas nasales, trató de removerse, pero las rodillas de alguien se pusieron sobre sus brazos, imposibilitando que se moviera.

—Mejor quédate quietecita, porque a lo mejor me doy una vuelta por Estados Unidos para saludar a mi sobrino.

«Azael, Dylan... No dejes que le pase nad...»

Susurró en su conciencia sin poder terminar, no sabía si él lo escuchó, pero necesitaba decirle antes de perderse en la oscuridad nuevamente.

Unos gritos la despertaron, cerró los ojos con fuerza, un mareo hacía que todo a su alrededor diera vuelta, era como si estuviera montada en una montaña rusa. Trató de enfocar la vista, pero le era imposible, intentó comunicarse con Azael varias veces y todo fue en vano.

—Vaya... vaya.... Si se está despertando la pequeña bruja —siseó Brian.

Elizabeth sintió como aún en la neblina el miedo recorría su cuerpo. Trató de moverse y el un dolor en las muñecas se lo impidió.

—¿Por qué haces esto? —le preguntó ella casi en un tartamudeo.

—¿Por qué? Por dinero, porque estoy cansado de ser siempre el que recoge las migajas de los demás.

—Eres rico, ¿o no?

—Era rico —siseó Brian y arrastró una silla hasta quedar frente a ella.

Se desabrochó la chaqueta de su traje y se acomodó para mirarla con seriedad.

—Mi padre no supo manejar su fortuna y por su culpa perdimos todo lo que teníamos.

—¿Y eso te hace ser un asesino?

—Digamos que son daños colaterales —se burló él y Elizabeth pudo enfocar la vista por fin en él.

—¿Intentar asesinar a tu amigo son daños colaterales? ¿A la persona que tienes como tu supuesto mejor amigo?

—Él siempre ha sido un blandengue, un bueno para nada.

Elizabeth abrió los ojos de la impresión cuando vio la rabia que destilaba en cada una de sus palabras cuando hablaba de Azael.

—Le tienes envidia...

—No, simplemente quiero una vida mejor.

—A costa de él.

—Los planes que tienen ellos son muy valiosos mi querida, tengo un comprador perfecto, con ese dinero ya me puedo jubilar de por vida.

—¿Incluso asesinando? ¿Una vida tiene precio para ti?

—Todo tiene precio, solo que hay algunos mediocres que piensan que por tener valores en esta vida irán al cielo.

—Y me imagino que a ti no te importa si ir al cielo o al infierno.

—Prefiero hacer de mi vida un paraíso que vivirla en un infierno. Creo que es hora de llamar a tu príncipe.

—¿Qué harás conmigo después? ¿Me matarás?

—¿Matarte? —dijo con sarcasmo— ¿Piensas que soy un asesino?

—Has mandado a matar, así que, aunque no te ensucies las manos lo sigues siendo.

—No te voy a matar, solo te dejaré en este contenedor acompañada.

—¿Acompañada? —preguntó y cuando vio que la mirada de él se enfocaba en un punto de su espalda se giró.

Un grito de impotencia salió de sus labios al ver la escena que tenía detrás. Al menos veinte mujeres yacían en el sucio suelo del contendor.

—¿A... dónde...? ¿Qué...?

—¿Te ha comido la lengua los ratones?




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