Una chica curvilínea | Bilogía Complejos I | Finalizada

2 Inquilinos indeseados

Un nuevo día..., y solamente de pensar en que tenemos invitados no deseados en mi casa, me baja los ánimos.

Pero no es el fin del mundo, supongo.

Algo que agradezco en este tipo de casos, es tener mi propio baño. Me doy una ducha y decido no demostrar mis miedos, porque ese tipo que a Analí se le ocurrió traer, puede destruirme en segundos y no pienso dejar que lo sepa. Así que me visto con el pantalón negro del trabajo, la blusa rosa de mi uniforme que tiene el logo de la pastelería, y por supuesto que no pueden faltar mis cómodos converse rosas.

Tomo mi bolso en forma de mochila pequeña, y la cuelgo en mi hombro para salir de mi habitación con la esperanza de no toparme a los parásitos recién instalados, pero eso va a ser una plegaria inservible.

Volteo por inercia a la puerta de la habitación de mi madre, y me acerco buscándola; no está. Niego con la cabeza y bajo las escaleras.

—¿Dónde está mamá? —pregunto a Analí directamente, porque tampoco la veo en la cocina ni en el comedor..., no está por ningún lado.

Buenos días, es lo que se dice, anormal.

—Bueno, tú no eres precisamente la reina de los buenos modales. ¿Dónde está mamá?

—Ella salió —Todos, los tres, están sentados desayunando como si esta casa fuera de ellos.

La mirada de Eddie está encima de mí; lo odio.

—Ella no sale tan temprano. ¿A dónde fue?

—No lo sé —responde fastidiada—. Déjame tranquila. Es más, desaparece de mi vista. Tu grotesca figura me da asco.

Quisiera pasarme su insulto por el arco del triunfo, pero no puedo. Los insultos de Analí son dolorosos. Dejo de lado mi ánimo ofendido y la miro sin poder creer en el poco interés que presta. Mi madre no suele salir de casa y mucho menos tan temprano.

Camino a la cocina y abro el refrigerador, llevándome la sorpresa de que los nuevos inquilinos, han terminado con lo que había adentro.

Ni siquiera tengo apetito, así que mejor me encamino a mi trabajo.

—¿Cómo has estado, Gordis? —pregunta el descarado en la entrada de la cocina, recargado en el marco de la puerta como si nada le preocupara.

—Mucho mejor que la última vez que te vi, de eso puedes estar seguro —miento, porque por dentro estoy destrozada, y es algo que él no tiene derecho a saber, así que no importa el esfuerzo que me tome, lo disimulo bastante bien.

—Sí, eso ya lo estoy viendo —Me analiza con descaro de pies a cabeza.

Viro los ojos con afán de salir de esta casa, pero me detengo a pocos centímetros de él reposando mi mano sobre la cintura.

—¿Podrías dejar de estorbar? —Él ríe con sorna y se relame los labios—. En resumidas palabras, desaparece.

—Yo creo que sí entras a la perfección por aquí —Señala con la mirada el pequeño espacio que hay en la puerta a su costado.

—No estoy de humor, Eddie. Hazte a un lado.

—Pasa, Gordis. ¿O qué...? ¿Acaso me tienes miedo? —Me dedica la misma mirada que tenía en aquel entonces, cuando tenía quince años, y se reía con sus amigos de su gran y estúpida hazaña.

—No, Eddie. Las cucarachas, como tú, no me dan miedo —respondo sin perder más el tiempo, porque escucho el claxon del auto de Mary.

No pienso discutir, así que paso por su lado rozando bruscamente con él porque no se quita. Siento que su mano toca con descaro mi trasero cuando logro pasar, y entonces me regreso empujándolo contra la pared, pero él solamente se ríe levantando las manos a la altura de su pecho.

—Oye, te estoy haciendo un favor.

—No, no me haces un favor y definitivamente no es algo que necesite. Ten cuidado porque no soy la misma que antes, Eddie —Me doy la media vuelta y salgo endemoniadamente rápido de la casa.

Me subo al auto de Mary, y ella observa hacia la casa mientras pone en marcha el auto.

—¿Qué fue eso? —Y es que realmente azoté con exageración la puerta de mi casa.

—Analí... —Me cruzo de brazos recargándome en el respaldo del asiento.

—¿Qué? ¿Desde cuándo está en tu casa? ¿Por qué no me habías dicho?

—Porque no sabía, Mary. La vi anoche que llegué.

—Carajo, ¿y sabes qué pasó esta vez? Su esposo está desempleado seguramente.

—Ni idea, y parece que a mi madre se le ha dado por salir porque no la encontré en casa y mi hermana dice que salió.

—Eso sí que es raro.

—Pero no es todo, adivina quién viene en el maldito paquete vacacional que decidió darse Analí.

—¡No! —Su cara de sorpresa no me asusta tanto como el hecho de que quite la vista del frente.

—¡Tus ojos en el camino, Mary! —exclamo con advertencia y ella asiente maldiciendo por lo bajo, pero regresa la vista al frente—. Ya tuve suficiente desgracia desde anoche como para sufrir un accidente justo ahora que evito quedarme en casa.

—¿Cuánto tiempo van a estar ahí?

—Ni idea. Te digo que no lo sé. Creo que el altercado de anoche solamente fue una advertencia de lo miserable que serán ahora mis días mientras ellos estén allí.




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