Una chica curvilínea | Bilogía Complejos I | Finalizada

5 Ranita

—¡Ranita! —saluda mi mamá con sonrisa cansada en cuanto me ve.

Eddie sube las escaleras, el parásito de mi cuñado está viendo el futbol en el televisor, y mi hermana preparando alguna cosa en la cocina.

—Mamá, ¿a dónde fuiste esta mañana? —pregunto ignorando su saludo—. No me pude despedir de ti. ¿Estás bien?

—Tranquila, Ranita. Fui con el señor Lidell, tenía que arreglar algunos asuntos con él sobre la pensión de tu papá.

—Pero, ¿sola? ¿Tan temprano? Mamá, pudimos decirle al señor Lidell que viniera, sabes que siempre lo hace. O debiste avisarme y yo pude llevarte.

—¿Por qué tendría qué pedirte permiso? —cuestiona Analí saliendo de la cocina—. No seas ridícula, Irene. Lo que deberías hacer es llegar aquí en cuanto sales del trabajo para atender a mamá como es debido, pero te gusta andar por ahí exhibiéndote con esa amiga loca que tienes.

—¿Ahora tú me dices qué hacer?

—Hijas, no empiecen a pelear —interviene mamá, y solamente por eso me quedo callada—. Me siento muy cansada. Ranita, ¿me ayudas a subir a mi habitación? Quiero dormir.

—Sí, mami —La tomo del brazo para ayudarla a levantarse y caminamos escaleras arriba.

Una vez que la ayudo a sentarse en su cama, me coloco frente a ella en cuclillas.

—¿Cómo te fue hoy, Ranita? —pregunta con su vista cansada.

—Muy bien, mami. Aunque sí me sorprendió mucho no verte por la mañana. ¿Por qué Analí está aquí? No me dijiste que vendría.

—Ay, hija. Analí llegó ayer por la tarde, casi enseguida de que te fuiste con Mary. A su esposo lo despidieron de su trabajo por recorte de personal, no han podido pagar los arriendos y el casero no los quiso esperar más.

—¿Y Eddie? Entiendo que Analí y su esposo vayan juntos a todos lados, pero ¿él?

—El muchacho estaba viviendo con ellos, dice que hace poco se lesionó en un trabajo que recién había conseguido.

—Sí, qué casualidad —menciono con molestia.

—Será por unos días, Ranita. Trata de no pelear con ellos. Además, tu hermana está embarazada.

—¡¿Qué?!

—Voy a ser abuela, y tú, tía. ¿No es una linda noticia? —inquiere, pero no la veo tan feliz como debería.

No sé si sea porque se encuentra cansada.

—Descansa, mami. Yo iré a hacer lo mismo, hoy fue un día muy pesado.

—Claro, hija —Le doy un beso en la frente y camino hacia la puerta cuando ella me llama—: Ranita, te amo.

—Yo también, mami —respondo mirando que se lleva a la boca una de las píldoras que la hacen dormir para calmar sus migrañas.

Cierro la puerta y bajo realmente molesta.

No veo a Analí con el parásito de su esposo, así que camino a la cocina.

—¿Qué estás haciendo realmente aquí, Analí? —pregunto sin rodeos cruzándome de brazos frente a ella.

—Cocinando —replica como si responderme fuera mucho esfuerzo para ella—. ¿Aparte de anormal eres ciega?

—¿Qué es toda esa mierda de que estás embarazada? —reclamo ignorando sus insultos.

—Ah, mamá, ya te lo dijo —responde sin cuidado.

—No te creo un carajo.

—Es tu problema, anormal. Yo no tengo la culpa de que estés brutalmente enorme como para atraer a alguien que pueda hacerte conocer esta dicha. Vive tu asquerosa vida y déjame vivir la mía. No entiendo cuál es tu puto problema.

—Mi problema es que ahora entiendo que estás aquí para embaucar a mamá. ¿Qué pretendes? ¿Que ella se haga cargo de tus irresponsabilidades?

—Ay, por favor, Irene. Me desesperas en serio con tu mala vibra. ¿Tú piensas que tener un bebé es una irresponsabilidad?

—Con un parásito como tu marido que no puede conservar un trabajo por más de tres meses, sí. Es una irresponsabilidad. No quiero imaginarme la vida que le espera a esa criatura, suponiendo que existe.

—Métete en tus asuntos, anormal. ¿Y sabes qué...? —Entorna los ojos con malicia para soltar una disimulada, pero cínica sonrisa—. ¡Deja de estar molestándome, Irene! —exclama con dramatismo fingido—. ¿Por qué me tratas así? Somos hermanas, y no estás feliz por mi bebé..., estoy sintiéndome muy mal...

—Si lo que pretendes es perjudicar a mamá, te las vas a ver conmigo, Analí. Presiona a tu marido para que encuentre un trabajo y lárgate de esta casa junto con todo tu paquete de inútiles. Tú no estás aquí para ver por ella, te conozco como para saber tus malditas intenciones.

—Te aseguro que, si alguien se va a ir de aquí, no voy a ser yo.

—¿Estás bien, cariño? —cuestiona el inútil de su marido detrás de mí.

—Creo que estoy sintiéndome un poco mal —responde con una muy buena actuación.

Prefiero no decirle nada, me giro y camino golpeando el hombro de su esposo con el mío al pasar a su lado.

Afortunadamente, el idiota no dice nada, pero puedo escuchar a Analí decir: «estúpida ballena». Subo a mi habitación inhalando tanto aire como puedo para no dejar salir las lágrimas. Mi celular suena, es un mensaje de Mary.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.