Una chica curvilínea | Bilogía Complejos I | Finalizada

7 El nuevo repartidor

Sigo como que dudando si dar o no un paso, Asher me ha tomado completamente desprevenida.

—Iré a ver qué sucede —avisa Mary al ver que nos hemos quedado en silencio, y se va apurada a la cocina.

—Ese..., ese es mi jefe... —menciono solo por hablar.

—Se escucha en apuros, o molesto. No entiendo el italiano.

—Está molesto.

—¿Así es como pierdes el tiempo cuando deberías estar trabajando, Gordis? —cuestiona esa voz irritante para mis oídos.

—¿Y tú qué carajo haces aquí? —inquiero molesta.

—Tu madre me envió a ver si estabas bien. Esta mañana has salido sin darle los buenos días a nadie.

—No tengo por qué hacerlo.

—Es por educación, Gordis.

—No parece que tú la tengas —dice Asher con un atisbo de enojo, y si no hago algo pronto las cosas aquí podrían ponerse feas.

—¿Disculpa? ¿Nos conocemos? —pregunta Eddie con cinismo.

—Afortunadamente no, pero no podía evitar mencionarte que es grosero ponerles sobrenombres ofensivos a las personas —menciona Asher en un intento de paz.

—Pero si ella sabe que lo digo de cariño, por los viejos tiempos. Antes no le molestaba, no creo que lo haga ahora.

—Será mejor que te largues de aquí, Eddie —intervengo cuando veo a Asher dar un paso.

—¿Por qué? Soy un cliente y el paladar del cliente es primero —dice señalando con el dedo el letrero detrás del mostrador.

—¿Cómo diablos...? —inquiero sin comprender cómo lo supo si el imbécil no habla italiano.

—Google traductor —menciona mostrando su celular con la cámara activa—. Atiéndeme.

—Prefiero que Lorenzo me corra, a tener que servirte algo. Vete a la mierda Eddie —zanjo tomando la mano de Asher para salir con él del local—. Lamento todo esto.

—No, tranquila. Nada de eso es tu culpa.

—Deberías ir a descansar —sugiero al ver que sus párpados le pesan.

—Irene, sé cuáles son tus intenciones —declara sonriente dejando de lado el mal momento de adentro.

—¿Ah sí? —inquiero curiosa siguiendo su juego.

—Sí. Quieres que me vaya porque temes que pueda comerte a besos aquí mismo. ¿Y sabes qué? No me importaría hacerlo y que todo el mundo mire.

—En realidad lo digo porque tus párpados se ven cansados, pero tu teoría me gusta más —Él ríe encantadoramente y siento el calor en mis mejillas.

—¿Estarás bien? —pregunta dando una mirada al interior de Delizia di Lorenzo.

—Sí, puedo manejarlo. A demás, Lorenzo está como loco allá atrás y debo ver qué sucede.

—De acuerdo, pero oye... —Me observa pensativo por unos segundos que parecen eternos.

—Daría todas las recetas secretas de Lorenzo por saber lo que piensas —menciono, intentando no sonar desesperada por la curiosidad.

—Pobre Lorenzo, corre el riesgo de irse a pique si esas recetas salen a la luz.

—Podría ser.

—Te lo diré después.

—De acuerdo. No soy precisamente fan de la incertidumbre, pero por ser tú, esperaré.

—Bien, pero no pondremos en riesgo las recetas secretas de Lorenzo.

—De acuerdo —De pronto siento mis pies en una nube, porque Asher se acerca dejando un dulce beso en mi mejilla y me susurra:

—Ten un bonito día.

Antes de que pueda en serio decir algo, él se va mirando por encima de su hombro, besa las puntas de sus dedos y lanza un beso en mi dirección.

Esto no puede estar pasándome, es decir... Parece tan perfecto. Nadie puede ser tan perfecto y fijarse en mí.

Regreso al local con temblor en las piernas y veo a Eddie mirando con atención el mostrador. Lo ignoro y entro a la cocina.

—Calma, Lorenzo. Encontraremos la manera —dice Mary transmitiendo seguridad.

—Ragazzi sciocchi! —exclama Lorenzo negando con la cabeza sin dejar de mirar al piso—. ¿Dónde conseguiré repartidor ahora?

—¿Qué le sucede? —pregunto a Lorna, una de las reposteras que se encuentra recargada en una de las encimeras observando la situación.

Lorenzo continúa diciendo cosas en su idioma, y no es exageración decir que puedo verle lágrimas en los ojos.

—Echó a los repartidores. Los encontró vendiendo droga —cotillea a mi lado mientras nos acercamos—. Y ellos dejaron caer el pastel a propósito.

—¡¿Qué?! —La miro sorprendida, ella solamente se encoge de hombros.

—Oh mía ragazza stella! —exclama Lorenzo en cuanto me ve—. ¿Puedes creerlo? ¡Esos chicos tontos! Ragazzi sciocchi! Ragazzi sciocchi!

—Calma, Lorenzo. No es el fin del mundo, sabes que te ayudaremos. Dime qué sucede.

—Esos ragazzi, estaban en las nubes por sus porquerías y han tirado el pastel del matrimonio próximo.

—Carajo... —musito observando el desastre que efectivamente han dejado y que, un par de chicas que se encargan de la limpieza en la repostería se encuentran limpiando.




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