Una chica curvilínea | Bilogía Complejos I | Finalizada

8 Ámate

Llego a la casa y lo primero que me encuentro es al parásito de mi cuñado mirando el televisor, parece un adorno más en la estancia.

—¿Dónde está Analí? —le pregunto, pero el imbécil no quita la vista del televisor.

—Subió a dormir a tu madre. Está embarazada, ¿podrías ahorrarle la molestia de tener que subirla a la habitación? Si algo le pasa será tu culpa.

—Si algo le pasa; suponiendo que es verdad el cuento que se han montado, será solamente culpa de ustedes. Digo, nadie los tiene aquí a la fuerza, cualquier día pueden tomar sus cosas e irse, puedo ayudarles a cargar las maletas sin problema para que a Analí no le pase nada.

—Maldita ballena —susurra, y su insulto me tiene sin cuidado.

Sé que lo dejé sin más qué decir, y esa es su forma de no quedar como un payaso, pero consigo mismo.

Subo las escaleras para ir a la habitación de mamá, pero no se escucha ruido. Me acerco con sigilo y abro un poco la puerta. Analí cierra un cajón tan rápido como me escucha entrar y se nota nerviosa; mamá está dormida en su cama.

—¿Qué haces en la habitación de mamá? —cuestiono cruzándome de brazos, ella se mira al espejo disimulando que la encontré en flagrancia.

—Vine a dormir a mamá porque tenía sueño, y tú no estabas para ayudarla a subir.

—¿No te cansaste? —cuestiono con sarcasmo, y ella lo comprende; lo sé por el gesto de fastidio que me dedica—. ¿Qué buscas?

—Una crema que mamá usaba para las manchas en la piel, esto del embarazo me ha hecho brotar algunas. Pero son cosas que no entiendes ni vas a entender nunca —dice encaminándose a la puerta golpeando mi hombro.

Veo a mamá plácidamente dormida y salgo de la habitación para dejarla descansar; aprovecho que estoy en el segundo piso para dejar mi bolso en mi habitación.

Camino a la cocina para hacerme un sándwich, con todo el lío del pastel no pude comer nada. Busco jamón en el refrigerador y por suerte aún hay; como tres rebanadas, pero hay. También encuentro un poco de queso crema, me encanta prepararlos con queso crema. Es como comer una crepa salada.

Ahora se me antojaron las crepas, pero prepararlas aquí no me conviene.

Conecto la sandwichera para que se caliente en lo que unto el queso, crema en el pan y coloco el jamón.

Después de haber tostado mis sándwiches, los coloco en un plato para sacar del refrigerador lo que queda de jugo en el galón y servirlo en un vaso.

—¿Por qué no me esperaste, Gordis? —pregunta el fastidioso de Eddie tomando uno de mis sándwiches.

—¡Oye! —exclamo y le quito de la mano el bocadillo que ya tiene una mordida—. Qué descarado eres.

—No le veo nada de malo regresar juntos si vamos en la misma dirección —dice sin dejar de mirarme.

—No te preocupes, ten por seguro que no será por mucho tiempo —aviso tomando un cuchillo para cortar la orilla mordida.

—¿Es en serio, Gordis? —cuestiona al ver lo que hago.

—Sí, es en serio porque es mi comida. Pude prepararme algo con lo que pude rescatar del refrigerador porque ustedes tres han terminado en un par de días con lo que había. Y no, no pienso darte algo que es para mí.

—Pero tengo hambre.

—¿Ah sí? Pues prepárate algo con tus propias manos, aquí no hay servidumbre por si no lo habías notado —sentencio y tomo con mis manos el plato con mis sándwiches y el vaso de jugo.

—¿En serio vas a comerte eso, Irene? —inquiere Analí cuando me ve salir de la cocina.

—Pues no había nada más, ya que tú y tus cargas se lo han comido todo.

—No me refería a eso. Me refiero a que ya estás como que muy enorme como para agregarle más ¿No crees? ¿No te da vergüenza?

—¿Vergüenza?

—Sí, vergüenza de salir y que las personas te vean. Deben pensar que no tienes autocontrol con la comida ni con nada —Sus palabras me lastiman, no diré que no—. Qué vergüenza caminar junto a ti.

Que lo acepte frente a ella para darle la razón, es algo que no va a suceder.

—Vergüenza es llegar a una casa ajena y pretender que es tuya. Ser un parásito como ustedes tres, eso sí que da vergüenza —culmino caminando hacia las escaleras.

Ella dice algo, pero sinceramente no la alcanzo a escuchar y no quiero enterarme.

Me encierro en mi habitación y me siento sobre mi cama al tiempo que enciendo la televisión para ver alguna película. Elijo la primera recomendación que me arroja Netflix, es una serie de ciencia ficción, de esas que le gustan a Mary, pero no le presto atención.

Justo cuando le voy a dar una mordida al sándwich, siento una lágrima rodar por mi mejilla y de pronto me siento la mujer más obesa del planeta. Me levanto de la cama y me acerco al espejo de una pieza. Miro con detenimiento mi cuerpo.

Es verdad que he tenido muchas dudas, y a veces no me siento segura de mí. Mary me dice todo el tiempo: Ámate. Tengo algunos kilos de más, es verdad... Pero nunca he notado que las personas me miren mal por eso. Soy simpática, las personas son amables conmigo.




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