Una chica curvilínea | Bilogía Complejos I | Finalizada

13 Aclaraciones

Llegamos dos días después a casa muy temprano y sin ver señales de Analí. El televisor no está y luce como si aquí nada hubiera pasado.

Llevo a mamá a su habitación y la instalo hasta dejarla cómoda.

—Mamita, tenemos qué hablar.

—¿Qué pasa, Ranita?

—Es sobre Analí y esos dos que la acompañan. No puedo dejarte sola con ellos porque no les tengo confianza y debo trabajar.

—No debes preocuparte por eso. Analí no hace las cosas con mala intención.

—Estuviste en el hospital por causa de ellos —Asiente sin mirarme—. ¿Por qué permites que se quede entonces, mamá?

—Porque no quiero repetir lo que pasó hace años, Ranita. Me siento muy culpable por su situación, siento que si hubiera sido más permisiva con ella...

—Mamá, esa situación la decidió ella. Tú no le dijiste que se fuera con el fulano ese. Ella se fue porque quiso, se fue aun conociendo las consecuencias. Le advertimos que ese hombre no era bueno para ella, y que no tenía un buen futuro con él. Ahora mírala.

—No puedo dejarla en la calle. Ya le di una vez la espalda.

—No, mamá. Tú no le diste la espalda, ella te la dio a ti. Cada vez que ella llega a casa con cualquier pretexto, es solamente para hacerte sentir que toda esa situación es tu culpa, por no dejar que ese fulano viviera con nosotros. Y al final de cuentas, terminan viviendo aquí cada vez que se les antoja.

—Intento que las cosas entre Analí y yo sean más ligeras.

—Tu bondad no tiene límites, mamita —menciono tras un suspiro.

—Ve a trabajar tranquila, Ranita. Tendré más cuidado, te lo prometo.

—Hablaré con Lorenzo. Quiero atenderte y consentirte al menos por una semana —Ella asiente con una sonrisa y suspira en señal de que está cansada—. Te dejo descansar.

Antes de bajar, voy a mi habitación para cambiarme y ponerme un uniforme limpio. Al entrar escucho el agua de mi baño correr, y encima de mi tocador está mi celular; tiene la pantalla quebrada. Lo tomo y definitivamente no sirve, al encenderlo está blanco con líneas de colores. Camino al baño y abro la cortina que separa la regadera.

—¿Tú dejaste el celular en el tocador? —pregunto al patán que no ha entendido que es mi baño privado.

—¡Gordis! —dice sorprendido, pero no hace el intento por cubrirse sus miserias, solamente sonríe con cinismo.

—¿Fuiste tú o no?

—Solamente di gracias. No pensaba pedirte nada.

—El aparato está hecho mierda, Eddie. A menos que lo hubieses arreglado, hubiera considerado pensar darte las gracias, pero no es así.

—No debiste pegarle a tu hermana, fue a presentar cargos.

—¡¿Qué...?! ¿Qué yo le pegué? ¡Si apenas y la toqué! ¿Qué hay de mí? —Le muestro el vendaje y lo veo fruncir el ceño—. El imbécil de tu hermano sí me causó daños físicos colaterales. Dime, Eddie, ¿por qué están realmente aquí?

—Él se quedó desempleado, yo también y Analí dice que está embarazada.

—Dice.

—A mí no me consta, yo no me acuesto con ella —expresa con un gesto de asco.

—Eso no me sirve de cualquier manera —Salgo del baño y busco en la cajonera mi uniforme.

—¿No vas a decirme algún cumplido? Irrumpiste mi ducha... —dice siguiéndome mientras se enrolla una toalla.

—Si es por eso que te cuelga, he visto mejores —En cuanto tomo mi ropa, camino al baño—. Y si irrumpí, es porque por algo el baño está en mi habitación. Usa el baño de abajo o el del pasillo. Cierra la puerta cuando salgas.

—¿Por qué eres así, Irene?

—Ah, te acordaste de cómo me llamo —Me detengo y doy la media vuelta.

—Eso siempre lo he tenido en cuenta.

—Entonces, ¿por qué sigues diciéndome así?

—Te gustaba antes.

—Antes de que te burlaras de mí.

—Te pedí perdón.

—¿Y con eso regresa mi dignidad? ¿Con eso se soluciona todo el daño que me hiciste? Estuve meses encerrada, Eddie. Todos en la escuela me señalaban cuando antes ni sabían que asistía. Fui centro de burlas.

—Irene...

—¡No! Solo..., vete —Entro al baño y escucho la puerta cerrarse.

Termino de alistarme y bajo para irme, pero paso primero a la cocina. Analí se encuentra adentro, pero la ignoro.

—Si vuelves a tocarme, te vas a arrepentir —No digo nada, busco un termo en la alacena para café—. Voy a poner una orden de restricción en tu contra por agresión. ¿Sabes lo que significa?

—¿Qué te irás de esta casa? Porque para eso vas a tener que alejarte tú.

—No seas cínica, anormal.

—¿Cínica yo? —increpo dejando de lado lo que hago—. Enviaste a mamá al hospital y no fuiste capaz de pararte para ver que ella estuviera bien, pero sigues aquí sin una pizca de vergüenza por tus malas intenciones. ¿Y la cínica soy yo? Madura, Analí. Mamá no te debe nada si eso es lo que piensas.




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