Una chica curvilínea | Bilogía Complejos I | Finalizada

29 Furiosa

—Ranita, ¿qué haces aquí tan temprano? —pregunta mamá confundida.

—Eh ¡Hola, Peter! —saludo con las manos—. ¿Cómo les fue?

—Excelente, Peter tiene un don con el óleo.

—¿En serio? Bueno, quiero ver tu pintura cuando esté terminada —No sé cómo decirlo todo, así que mamá me ayuda.

«Será sorpresa» —Eso sí lo entiendo, algo le dice a mamá, y en lo que pude comprender dijo que iría a guardar sus cosas.

—¿Entonces...? —insiste mamá queriendo saber por qué estoy aquí.

—Mami, ven siéntate —invito al tiempo que nos sentamos en un sillón—. Escucha, estoy aquí porque sucedió algo muy grave.

—¿Qué cosa, Ranita? —pregunta asustada y me apresuro a calmarla.

—Mamita, si quieres que te lo diga, primero te me calmas o no diré nada —condiciono cruzándome de brazos.

—Está bien —dice retomando la calma—. Está bien. ¿Qué pasa?

—Es Analí.

—¿Qué pasa con ella? ¿Sabes dónde está? —pregunta con anhelo.

—Sí, mamá. Ella está en su habitación.

—¿De verdad? —La carita de mamá ilusionada me hace sentir mal por la noticia que le daré.

—Mamá, ella tuvo un problema con Carlos. Ella está bien, quiero que eso te quede claro, pero el imbécil la agredió.

—¡¿Qué?! Tengo que verla —dice colocándose de pie.

—Siéntate primero —solicito y ella obedece—. Mejor la dejamos descansar un rato. Cuando despierte bajará y las dejaré solas para que puedan charlar. ¿De acuerdo?

—¿Pero segura de que ella está bien?

—Sí, mamita. Y pues, llevé las cosas de Asher a mi habitación, pero en cuanto llegue le diré que se acomode con Peter.

—Ranita, quédate tranquila. Asher es un buen muchacho, y tú eres una adulta. No hace falta que hagas eso.

—Gracias por la confianza mamá, pero...

—Ay, por favor —Su sonrisa hace que me ponga nerviosa—. ¿Vas a decirme que no has dormido con él, Ranita? —inquiere con un tono pícaro que me hace sonrojar.

—¡Mamá! —exclamo avergonzada.

—Eres una adulta y responsable de tus acciones, mi vida —dice levantándose—. Vamos a ver qué podemos cocinar para tu hermana. Un par de nietos no me vendrían mal para alegrar esta casa.

Cuando dice eso, recuerdo que Analí les mencionó a los policías ese asunto.

Sigo a mamá a la cocina, y en poco tiempo aparece Peter para ayudar a hacer unas ricas croquetas de pollo; las favoritas de Analí. Después de preparar todo, nos llegan las cinco de la tarde y ella despierta. Mamá hace en realidad un gran esfuerzo por no alterarse cuando la ve.

Peter y yo decidimos ir afuera para darles espacio y que hablen, así que nos sentamos en el pórtico de la casa. Los dos nos encontramos intentando conversar, pues me muestra más palabras en señas cuando veo que de un Uber baja el imbécil de Carlos.

La rabia que me corre por dentro no es algo que pueda controlar. Me levanto y entro a la casa, Analí y mamá no se encuentran en la sala, así que subo al segundo piso y escucho voces detrás de la puerta de la habitación de mamá; ellas siguen hablando. Camino nuevamente hacia abajo a toda prisa y abro una pequeña puerta que hay debajo de las escaleras, ahí guardamos cosas de la infancia que jamás pudimos sacar por los recuerdos que representan. Veo el bate de beisbol de cuando éramos niñas y lo tomo decidida; es de puro metal.

—¡Lárgate de mi casa! —exijo al salir por la puerta con el bate entre mis manos.

—Maldita loca. Llama a Analí, no estoy para estupideces —exige el imbécil, como si nada hubiera hecho. Me da mucha rabia que no se muestre ni un poco arrepentido.

—Ella no va a salir, mejor vete.

—No voy a ponerme a discutir contigo. Dije que la llames que nos vamos.

—Y yo he dicho, que ella no va a salir. ¡Lárgate de aquí!

—Tú no eres nadie para decidir eso, que salga o entro por ella.

—Primero tienes que pasar por encima de mí.

—Para eso necesito una puta grúa y no tengo tiempo. ¡Déjate de estupideces y haz que Analí salga!

—¿Para que la sigas golpeando? No sabes con quién te has metido grandísimo imbécil. Lárgate o lamentarás las consecuencias. No te quiero cerca de esta casa.

—Maldita ballena.

—Pero no de tu océano, infeliz —replico con enojo y como si algún ente maligno me poseyera, me le dejo ir golpeándolo con el bate. El imbécil, por inercia, lo evita volteándose y el golpe asesta en su espalda.

—¡Maldita loca! —grita, pero le asesto otro golpe que se estrella contra su brazo, cerca del hombro, y al verlo desestabilizado le doy con la punta del bate haciendo que caiga al piso por el dolor en las costillas.

—¡¿Qué se siente que te muelan la cara a goles?! —Acorto los pasos mientras él retrocede arrastrándose—. ¡Ah se me olvida! Aún falta esa parte.

Justo cuando lo tengo bajo la mejor perspectiva del bate para golpear su asquerosa cara que intenta cubrir con su brazo, un par de manos me sujetan por la cintura alejándome de él.




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