Una conversación con un viejo indecente.

Bienvenida

—Gracias por recibirme.

—No lo agradezca.

—¿Le incomoda ésta entrevista?
—Usted me incomoda

—No podía esperar más de usted. Gracias por su sinceridad.

—No lo agradezca.

—He traído algo para amenizar un poco la charla.

—Espero que sea una linda chica.

—Típico de usted, pero no. Es algo mejor…

 

 Saqué de mi morral una botella de vino Castillo Ygay del 2010. Dos copas. Serví.

 

—¿Si es bueno? —Me preguntó el viejo señalando con la cabeza la botella de vino.

—Eso espero.

—Más te vale.

Le alcancé una copa al viejo.

—Salud —Anuncié alzando mi copa.

Tomamos un largo trago los dos. Él casi acaba la copa de ese solo sorbo.

—No está mal —Dijo el viejo mirando con desdén su copa casi vacía—. Sería mejor que estuviera acompañada de un par de lindas piernas.

—Por dos pares, señor C. No me saque de la diversión.

—JAJAJA —Rio el viejo mientras encendía un cigarrillo.

—Eso me genera curiosidad —Dije.

—¿El qué?

—Ese hábito. Todos los buenos escritores fuman, para bien o para mal. ¿Les proporciona algo al escribir? —Pregunté con viva curiosidad.

—Así que soy buen escritor.

—Por algo aquí estamos. Pero no se sienta del todo aludido.

—Bueno, eso es algo… —Respondió el viejo.

—El cigarrillo —continuó— junto con un buen trago ayudan a soportar toda la mierda.

—¿Qué es la mierda?

—Todo —Respondió el viejo con una enorme sonrisa en su demacrado rostro.

—Aun así —siguió—, el cigarrillo es solo la punta del iceberg. Por lo general, todos los hombres de letras están atrapados por adicciones más potentes. De hecho, todos lo estamos, solo que nosotros no tenemos miedo a confesarlo.

—¿Ayuda en algo admitir esa adicción?

—No es que ayude. Hace que la cosa no sea tan poderosa, nos hace dueños de la situación, nos hace creer que tenemos el control, aunque no lo tengamos en realidad.

—¿Qué pasa cuando no se admite la adicción?
—Te puede acabar. Hay están todos esos pirados que terminan muertos en una cuneta o en el arroyo. Cuando se niega, se vuelve una cosa incontrolable.

—¿Ayuda entonces confesarlo, anunciarlo?

 —¿Qué si ayuda? Es el deber, chico. Nada como la autenticidad, así sea la más fea y repulsiva. Valoro más una mierda convencida de su esencia a una cara bonita que está rota por dentro.

 

—Señor C, no es un secreto su capacidad para atraer mujeres. Todos sus lectores lo saben de antemano. Ahora, más allá del interés por compartirnos sus secretos, hay una duda que me embarga ¿Por qué las piernas? ¿Qué representan para usted? También tengo entendido que el pelo es importante para usted.

—Estas bien informado, eso es bueno, facilita las cosas —Menciono el viejo mientras tomaba un largo trago—. Siempre he considerado que soy un hombre de piernas. El cabello también es importante, pero las piernas son la base que sostiene la bella figura.

—¿Debo suponer que es lo primero en lo que pone el ojo?

—¡Yo lo miro todo, chico! Soy como un escáner de cuerpo entero. Pero si, las piernas me excitan de sobremanera.

—A mí me atraen mucho las damas que usan gafas, supongo que es un tipo de fetiche.

—Todos los hombres los tenemos.

—¿Las mujeres tendrán algo similar? Me refiero a gustos específicos, atracciones sin sentido aparente que alteran las emociones.

—Claro que la tienen, que crees—Me dijo el viejo con desdén—. La cosa es que ellas son más sutiles. No lo demuestran a la primera. Nosotros somos más dados al deseo, sacamos a relucir nuestro macho interior con ímpetu y orgullo. Somos como simios enloquecidos por las hormonas.

—Simios estúpidos.

—Estúpidos y enloquecidos. Es una pena que nos hiciéramos con el control del mundo. Todo lo acabamos, es lo que mejor sabemos hacer.

—Concuerdo con su afirmación, señor C.

—¿Tienes más de ese maldito vino?

—Vino, cerveza y vodka

—¿Qué esperas, gilipollas? —Gritó el señor C— Sírveme más o se acaba la charla. Y mete todo a la nevera, es imbebible caliente.

 

Así lo hice. Me dirigí a la cocina en casi penumbra que nos invadía. Era una nevera vieja, corroída por el óxido y la suciedad en la mayor parte de su estructura. Al abrirla, un fétido olor de queso rancio me golpeo en la cara. No había más que un par de cervezas, unos huevos, un pedazo de salchichón y algo en una bolsa.

Saqué todo el inventario que llevaba conmigo. Unas tres botellas de vino, dos pacas de cerveza y dos botellas de Vodka.

—¿Traías todo eso en esa diminuta maleta? —Pregunto el viejo desde el salón de estar.

—Sabía que tenía que venir preparado si quería hablar con el gran señor C. —Respondí con gran elocuencia.

El viejo me miraba con atención y algo de precaución desde su sillón.

 

—Señor C, ¿Alguna vez se imaginó a usted mismo casado, con un hogar, una esposa, unos hijos, una familia, organizado en el mejor de los términos?

—¿Qué demonios dices? Eso es insano, una locura. Es como ponerse la soga al cuello antes de que anuncien la orden de ejecución.

—¿Nunca? ¿Con ninguna de las mujeres con la que estuvo?



#15229 en Otros
#1256 en No ficción
#4442 en Relatos cortos

En el texto hay: dialogos

Editado: 17.07.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.