—Señor C… —Dije, pretendiendo continuar con la charla.
—Por favor, dígame Hank
—Muy bien, Hank. ¿Considera que su vida fue bien vivida?
—Mientras no faltara la bebida, alguien con quien follar y mierda en la cabeza para escribir, todo era bello, todo estaba en orden.
—¿Podría considerar eso como un sí?
—Considere mis bolas. Nadie puede pretender mantener el control de todo. Siempre había algo. Si no era la falta de dinero para la bebida, era tu chica que estaba de malas pulgas, o la máquina de escribir que no producía buenas ideas. Siempre había algo y eso estaba bien.
—Así que eran necesarias esas pequeñas “adversidades” para continuar.
—En ocasiones necesitas un empujón para seguir adelante. Hay veces que no puedes dártelo tú mismo. Es como cuando aprendemos a montar en bicicleta, necesitamos algo o alguien que nos impulse.
—Sabe algo, Hank. Siempre creí que los fracasados eran los que no sabían hacia donde iban. No tenían claro hacia dónde dirigían sus fuerzas.
—¡Todos somos unos fracasados! —Dijo el señor C con apremio. Eso me agradaba — La diferencia está en el momento en que decidimos ser alguien o algo.
—¿Cómo es eso? —Pregunte con viva curiosidad.
—Es algo similar a lo que dices. La mayor parte de la gente hace cosas sin saber por qué. Simplemente lo hacen porque alguien más se los dijo o porque los demás lo hacen. Nunca se preguntan para que o porque lo hacen. Solo cuando reconoces el verdadero significado de estas preguntas entiendes que nada de eso tiene sentido.
Así pues, que tienes dos opciones: Seguir arrastrándote por una vida miserable y sin sentido, o tratar de encontrar algo que le dé sentido, valor a tu existencia. Solo cuando buscas esto, evoluciona esa condición de fracasado.
—¿Cuál era su sentido? ¿Qué lo impulsaba, Hank?
—Qué se yo. Siempre fui un fracasado.
—Otra cerveza por nosotros, los fracasados.
—Otra más…
—Somos una plaga.
—La peor de todas.
—Me gusta su forma de pensar, Hank. Sencilla, real, sin prejuicios.
—Aun así, me censuran.
—¿Por qué cree que pasa eso?
—Que voy a saber. Supongo que les atormenta que les digan la verdad. Son demasiado imbéciles para asumirla. Nadie reconoce lo que es, el miedo al fracaso los tiene agarrados del cogote.
—Sé por sus escritos que no temía al fracaso. De hecho, lo deseaba, ¿Cómo aprendió a desprenderse de la necesidad de logro alguno?
—Yo era un buen fracasado porque lo admitía. La gente suele negar lo que es y se asumen como lo que desean ser y muy raras veces las personas se convierten en lo que quieren ser.
—Usted no se apenaba de lo que era.
—¿Por qué debía hacerlo? Aunque reconocí la satisfacción en la voz y en los ojos de los demás cuando decían: «Eres un perdedor B», «Estas acabado B», «Das lastima B»
Yo les decía: «Si, sí. Tienes razón.»
Y no me sentía mal por ello. Solo les daba la razón. A los imbéciles siempre es mejor otorgarles eso don, aunque en realidad estén lejos de ella.
Así, me sentía libre, porque yo elegí ser eso y todo lo que uno pueda elegir por elección propia es bueno…