Estaba sentada en las bancas fuera del hospital cuando un vaso de café se puso en mi campo de visión, miré hacia arriba y era el señor Astley quien me lo ofrecía. El calor subió hasta mis mejillas por la vergüenza que sentía por haberle gritado y actuado como una loca. Estoy segura que nadie reacciona así por la niña que cuida.
Tienes serios problemas, en serio.
—Gracias —lo tomé con timidez y le di un pequeño sorbo, sintiendo como mi cuerpo después de eso se relajaba—. Y lamento haberle gritado de esa manera, si quiere despedirme después de esto lo entiendo y es algo realmente razonable —ni siquiera podía verlo a la cara, pero sentía su espesa mirada sobre mí.
—No pienso despedirla, MinJi. Entiendo por qué reaccionó así.
Hubo un gran silencio después de eso, solo se escuchaba los pequeños sorbos que daba y las bocinas de los coches. Y eran más de las cinco de la tarde, habían pasado aproximadamente tres horas después del incidente con la maestra de lenguaje. Al parecer la susodicha ya tenía otros cargos por maltrato y abuso infantil, no entendía como el señor Astley la había contratado. Y sintiendo como el coraje volvía a mi sistema decidí preguntarle.
—¿Por qué no me creyó? O siquiera pudo haberle preguntado a Maggie o verificar lo que le había dicho —lo encaré por fin—. Simplemente decidió ignorar lo que le dije y solo habló con ella —dije lo último con algo de malestar en mi boca.
—Tenía miedo.
Mi mirada se suavizó al escucharlo susurrar lo último, sus ojos se aguaron un poco y se mordió el labio inferior con algo de fuerza.
—¿De qué? —dije, también en un susurro.
—De usted —sonrió casi con dulzura.
—¿Por qué?
—Porque llegó a mi casa hace menos de un mes y parece conocer a mi hija mejor que yo que he vivido con ella tres años y me era imposible aceptar que estaba sufriendo algún tipo de maltrato bajo mis propias narices. Simplemente no podía permitirlo, no quería. Y me arrepiento en gran manera por lo que hice, MinJi, en serio, discúlpeme por no haberla escuchado y dejar que mi orgullo me consumiera. Puse la vida de mi hija y de usted, incluso, en peligro —suspiró, pesadamente—. ¿Puede perdonarme?
Lo dijo tan, pero tan serio que por alguna razón me pareció algo divertido, y sin querer se me escapó una pequeña risa.
—¿Se ríe?
—No, simplemente me causa algo de gracia que mi jefe me pida que lo perdone —arrugué la nariz.
—¿No puedo hacer eso? —negué con algo de diversión en los ojos—. Pero quiero hacerlo.
Oh.
—Pues bien, le perdono, señor Astley, pero no vuelva a hacerlo, ¿eh?
Eso pareció hacerle gracia ya que soltó la carcajada más fina y sofisticada que he escuchado en mi vida.
—Muy bien, lo prometo, no volveré a hacerlo.
Y lo siguiente que dije fue lo más absurdo e infantil que se me pudo ocurrir, pero no pude evitarlo.
—¿Pinky promise? —extendí mi dedo meñique hacia él, segundos después hizo lo mismo y lo unió junto con el mío.
—Pinky promise —me sonrió con complicidad—. Hay que sellarlo, ¿no? —y unió los pulgares también, me reí ante eso.
—Sí.
Y fue así como nos reconciliamos.
…
—Fue un gusto verte de nuevo, Maggie, te veo la próxima semana —le sonrió Becc a Maggie luego de salir del consultorio con ella. Yo la había recomendado con el señor Astley, estaba segura que no había mejor persona que tratara a Maggie.
—Despídete de la doctora Patel, Maggie —la pequeña agitó con entusiasmo su manita hacia Becca y esta hizo lo mismo.
Salimos del consultorio para dirigirnos hacia la casa cuando nos encontramos al señor Astley esperándonos afuera.
—¡Oh! ¿Qué hace aquí?
—Las estaba esperando —y tomó a Maggie en sus brazos haciéndole cosquillas—. ¿Acaso no puedo ver a mi pequeña princesa?
Eso me sacó una pequeña risa, el señor Astley dejó de jugar con Maggie y me miraba fijamente, con una sonrisa en su rostro también, haciendo que aclarara mi garganta y dejara de reír casi al instante.
Estaba respirando rápido y sentía como si el corazón se me fuera a salir. ¿Por qué respiraba rápido? ¿Qué me pasaba?
Oh-uh.
—¿Quieres ir a por un helado, princesa? —y la pequeña asintió emocionada.
—Que lo pasen increíble —sonreí dándome la vuelta para irme.
—¿No piensa acompañarnos? —me detuvo el señor Astley.
—Ah…yo…no sabía que estaba invitada.
—Por supuesto que lo está —dijo, casi obvio.
—Oh.
Nos encaminamos al parque más cercano, el señor Astley le compró helado a su hija como se lo había prometido y trajo dos vasos de café para nosotros.
—Muchas gracias —el café olía exquisito.
—Aquí está el azúcar, lo pedí por separado.